Jose Oliva
Barcelona, 30 sep (EFE).- La escritora zaragozana establecida en Menorca desde hace años Patricia Almarcegui denuncia en su última novela, “Las vidas que no viví”, los abusos inmobiliarios que sufre la isla balear, provocados, ha dicho, por “una gentrificación de alto poder adquisitivo”.
En una entrevista con EFE, Almarcegui confiesa que ha escrito en su novela “denuncias sociales, que también son políticas”, evidente en el caso de Irán, pero en el de Menorca “necesario, para hablar del problema de la falta de vivienda, la crisis económica, la crisis climática”.
Y añade: “En los últimos ocho meses se ha disparado un 140 por 100 la venta de viviendas por encima de 600.000 euros en la isla, que evidencia que, al contrario que en otras islas, en Menorca se ha producido una gentrificación de alto poder adquisitivo, que implica que ahora un menorquín no pueda ir a comer a un restaurante que iba el año pasado porque se ha duplicado el precio de las cosas, en otro modelo de ocupación”.
“Las vidas que no viví” (Candaya) nació, señala la escritora, a partir de “una treintena de entrevistas a mujeres de tres generaciones y de países diferentes; y a partir de ese material, que casi siempre tenía que ver con en qué momento se habían sentido en inferioridad de condiciones, en sus trabajos, con sus vidas sentimentales, en la familia” trazó la novela, en la que ha invertido los últimos cinco años.
No fue casual que la novela se ubicara en Menorca, donde Almarcegui vive desde hace diez años, y sobre el título señala que funciona como una metáfora: “Tiene que ver con cómo elegimos las vidas que queremos vivir, esa suerte que tenemos en algunos lugares todavía de elegir, y de cómo esas decisiones condicionan tu vida, pero también tiene que ver con aquellas cosas que deseamos olvidar”.
Esta novela, añade, pretende ser una bandera que defiende que el ser humano y las mujeres en particular “tienen derecho a dejar atrás y olvidar determinados acontecimientos que han pasado en tu vida”.
En la novela hay éxodo y migración, sobre todo de iraníes que voluntariamente deciden dejar su país por diversas circunstancias, pero también emigraciones de mujeres menorquinas que tienen que irse a estudiar fuera, que vuelven y se encuentran con “una determinada nacionalidad, la iraní, que ha hecho un itinerario de migraciones que pasa curiosamente por las Islas Baleares desde Irán”.
El texto está trufado de relatos históricos de Menorca y de Irán, y eso tiene que ver, según la autora, con “esas vidas que no viví”, acontecimientos históricos de los que en muchos casos no se han hablado lo suficiente o más bien son desconocidos, y que condicionan las vidas de menorquines y de iraníes sin que ellos tengan nada que ver con esos sucesos, que “pueden ser muy crueles como naufragios, incendios o acontecimientos históricos importantes”.
Por las páginas de la novela pasan hechos conocidos como las ocupaciones extranjeras de Menorca (franceses e ingleses) y otros menos conocidos como cuando “la isla fue dominada por los turcos, que prácticamente la dejaron después de que 60 galeras turcas se llevaran a Estambul 5.000 prisioneros cautivos en el siglo XVI”.
Como viajera y como escritora de libros de viaje, la autora concede mucha importancia a “los lugares, los espacios, las geografías y cómo condicionan lo que escribes y la propia vida.
En la narración, Anna y Pari son dos mujeres que se encuentran en Menorca, en torno a un hotel abandonado y ocupado, y un huerto rescatado del olvido; la primera, originaria de la isla, regresa ahora en medio de una crisis íntima, después de muchos años fuera; y la iraní llegó tras abandonar su vida anterior, y espera la posible llegada de un visitante.
En Anna y Pari, asegura la autora, se concentran prácticamente las voces de las 30 personas entrevistadas, como si fuera “una polifonía de voces”, pero su esfuerzo se decantó por que “las dos protagonistas tuvieran lenguajes y sintaxis diferentes, aunque los acontecimientos son prácticamente los de las otras mujeres”.