Temo no equivocarme si les aseguro que las colas, las filas humanas, son uno de los elementos que mejor configuran lo que conocemos como civilización. Personalmente, soy un profundo admirador de esta conducta colectiva tan educada y tan brillantemente eficaz.
Richard Larson, profesor de sistemas de ingeniería en el presigioso M.I.T (Instituto de Tecnología de Massachusetts, acaba de publicar un interesantísimo volúmen titulado “La psicología de esperar en fila”. En él, el autor estudia muy a fondo todo aquello relacionado con las filas, es decir, los tiempos de espera, las colas más rápidas, la desesperación de los impacientes, los listillos que ganan terreno menospreciando a sus semejantes, etc. El libro es un auténtico compendio de sabiduría y experiencia sobre una temática que no ha sido suficientemente explorada, teniendo en cuenta su importancia decisiva en el comportamiento cotidiano de los ciudadanos.
En los países más civilizados o culturalmente más avanzados, hacer cola no es ningún castigo divino sino un verdadero placer. Los descendientes de los vikingos y otras razas nórdicas esperan pacientemente su turno mientras lucen una nada falsa sonrisa; se intercambian miradas de elogio mutuo; aprovechan la ocasión — cuando se da el caso —para iniciar ligeras relaciones personales; se ayudan unos a otros para aguantar paquetes o ceder el paso; si detrás de uno que va muy cargado de compra va alguien que solo lleva una tableta de chocolate, el gran cliente le cede el paso; en ningún momento se producen incidentes o alteran el sagrado orden de espera. Y si algún o alguna desaprensiva intenta “colarse”, no solo es abucheado a conciencia sino que, con celeridad, se le expulsa del grupo y se le avergüenza pública y ostentosamente.
Se, perfectamente, que las comparaciones suelen ser odiosas; pero haberlas haylas —como las meigas en Galicia— y, por lo tanto, es de rigor mencionarlas. En los países considerados de menor desarrollo, la cosa de las colas funciona de muy distinta manera: el personal tiende a amontonarse, aglutinarse, conglomerarse sin orden ni concierto. He podido ser testigo de excepción de lo que ocurre, por ejemplo, en China o Mozambique, cuando se trata de esperar en una tienda, en un banco, en una oficina de correos, en una estación de tren, en el embarque de un avión o en cualquier otro establecimiento sea público o privado: no se guarda turno alguno y los empujones, codazos o, a veces, hasta puñetazos limpios, son el pan de cada día (cuando lo hay, claro; de pan, quiero decir…). Ganan los más potentes o los más habilidosos.; los perdedores no se quejan y lo dan por normal.
Nosotros, habitantes de este Mediterráneo occidental, nos encontramos en un punto intermedio: no se utiliza la violencia pero sí, en muchas ocasiones, las caras largas, la desconfianza general, los bufidos de hartazgo o las mil argucias con las que los más apañados se saltan a la torera las mínimas normas de convivencia pacífica. Personalmente, estoy más que “jarto” de ser colado impunemente por una señora (y digo una pero son unas cuantas) con cara de distraída va —como quien no quiere la cosa— avanzando puestos por la jeta… o, por un caballero que de eso, de caballero, tiene muy poco. De todas maneras, estadísticamente (y sin temor a ser acusado de machista) puedo asegurar que en eso, en esta práctica de adelanto ilegal, las féminas son las campeonas.
Hay, eso sí, algo que los anglosajones inventaron hace muchas décadas y que, al contrario de los halloweenes, los Papás Noeles, los SanValentines y los blacks fridays, no ha llegado a cuajar en nuestras latitudes; y miren que es sencillo: se trata, simplemente, de formar una cola única frente a las distintas ventanillas o cajeros, y luego —a medida que la fila avanza— el personal se va distribuyendo hacia las ventanillas para ser atendido en las tres o cuatro o cinco sitios donde los funcionarios o trabajadores públicos realizan su cometido. De este modo tan pragmático, se ejerce la justicia cotidiana: si un pelma le da el coñazo al funcionario o a la cajera de servicio, no tiene todos los papeles necesarios, o pide billetes para treinta personas la cola distributiva sigue funcionando con un ritmo preciso para todos. Con esta actuación tan práctica no es posible que se formen colas lentas o colas rápidas. ¿Queda claro? Y, lo más importante: nadie gruñe porqué le haya tocado al pelma en su fila, mientras que las demás colas avanzan injustamente hacia su objetivo mientras uno se muere de viejo en la cola “equivocada”. ¡Ah! Y no vale irse cambiando de fila…
¿Queda claro?
… en la isla se ha tenido que instaurar el aparato de turnos, un armatoste electrónico que efectúa este cometido de manera electrónica, democrática y eficiente… se han tenido que poner en marcha precisamente por la caradura de muchos… PERO la ineptitud de muchos funcionarios y trabajadores, la desidia en su puesta en marcha pues hay que leer las instrucciones, la falta de mantenimiento y los sabotajes interesados con nocturnidad y alevosía, hacen que muchas veces tengamos que volver a esa tontería tercermundista del “quién da la vez?”, como las viejecitas en la cola de la pescadería… PENOSO… centro de salud, sabotearon el aparato con un folio que pusieron que decía “no lo utilicen, no tocar”, hasta que se retiró, incluso no tiene papel el alternativo de rollo de tickes en papel… banco Santander, coges un turno en la máquina y nunca aparece en la pantalla, porque los empleados no están al tanto y no se rigen por el sistema informático, prefieren atender a la clienta gorrona que acude pronta a la mesa sin pasar por la máquina, sólo porque es habitual y conoce al personal… banco BBVA, la máquina funciona día sí y dos no… se confía más en el cabeceo de la persona en caja haciendo un gesto si conoce al cliente… en la isla somos tercermundistas en ACTITUD y respeto a las máquinas que hemos tenido que implementar para evitar vivales, gorrones y caraduras… pero ni por esas, la ley del más guay sabotea hasta los remedios que intentamos ponerle a esta lacra…