Además de escribir en esta columna, soy empresario y voy a hacer un merecido elogio a la figura que encarno.
Pretendo arrancar de cuajo connotaciones inmerecidas que los empresarios acarreamos y mejorar este país, que parte de una muy baja cultura empresarial y conlleva consecuencias.
Baste ver la carga de significado que tiene el término “empresario”.
Si les digo que expresen su primera emoción tras escuchar la palabra “trabajador”, probablemente pensarán en valores positivos como dignidad, esfuerzo y constancia. Si les pido lo mismo tras escuchar o leer la palabra “obrero” aún más solidaridad sentirán en su interior. Algún partido político la ha incorporado en sus siglas para causar emociones positivas aun cuando no haga nada especial por ese gremio.
En cambio, si les pido que me digan qué les sugiere la palabra “empresario” habrá respuestas diversas que tendrán que ver con la experiencia e ideología de cada uno, pero el solo oírla acarreará una carga negativa para muchos. No les culpo. Para unos será aquél valiente que arriesga su patrimonio para obtener unas ganancias y a otros les sugerirá sentimientos con connotación negativa: opresor, déspota o incluso explotador de trabajadores y aprovechado del esfuerzo ajeno.
Demos una vuelta de tuerca. Si les pido qué les sugiere una palabra sinónima a “empresario” como es el término “capitalista”, estarán de acuerdo conmigo que la carga negativa adscrita es aún mayor. “El capitalismo es la causa de los males de esta sociedad”, dicen muchos sin pararse a pensar los avances que nos ha aportado la existencia de empresarios capitalistas. Solo piensen en países que han abrazado el capitalismo como, por ejemplo, Corea del Sur y compárelos con su vecino del Norte que lo rechazó.
El capitalismo conlleva la inversión de un empresario en capital, es decir, maquinaria, bienes de equipo, tecnología y demás para que, junto a la mano de obra, poder incrementar la producción y su propia riqueza. Sí, su riqueza. Y gracias a ese afán de aumentar su bienestar genera empleo y una corriente de compras de bienes, servicios y capital que hace lo propio, generando un efecto de riqueza directo e indirecto.
Me atrevo a decir que esas connotaciones negativas que (nos) acompañan a los empresarios y capitalistas son injustas e interesadas. No digo que no haya habido explotación en algunas empresas. Hay empresarios malos, como también hay trabajadores nefastos. Es la condición de las personas, no su estatus, la que les acerca o aleja del bien.
Pero los empresarios acarrean con algunas culpas por hechos que no les pertenecen. Voy a desvelar algunas y verán que la carga negativa es muchas veces inmerecida, a la vez que interesada.
Primera, cuando los bancos centrales y los comerciales inundan el sistema de dinero (deuda para Estados y particulares) y degradan el poder de la moneda, crean inflación y nos hace más pobres. Los empresarios que, ante dicha situación, se ven obligados a subir los precios para mantener su rentabilidad, son acusados de ser los causantes. No, cuando el peluquero o el dueño del bar suben el precio de su corte de pelo o del café, son víctimas de los efectos de la emisión incontrolada de dinero sin respaldo y los suben para equilibrar esa pérdida de valor de la moneda. Luego salen políticos populistas a culpar a Juan Roig de Mercadona por subir precios y enriquecerse a costa de los pobres. Como si no hicieran lo mismo otros supermercados, incluso cooperativas de trabajadores.
Poner en la diana a un empresario que se ha visto inmerso en esta avalancha inflacionaria demuestra la connotación negativa que acompaña a esa figura, a la vez que una ignorancia supina.
Segunda. El sistema está montado para que los empresarios sean los villanos de la película. Eso de que sean (seamos) quienes recauden (recaudemos) dinero para Hacienda al retener impuestos en cada pago de nómina les (nos) hace ser los malos. Conviene recordar que los impuestos los pone Hacienda, no el empresario, y si un mes se nos olvida ingresar ese dinero en las arcas públicas, el palo a modo de recargo es de traca.
Tengo a mi cargo a más de 50 trabajadores, la mayoría mujeres. Una de ellas vio ayer incrementada su retención de la renta por motivos de ajuste de retenciones pasadas y pueden adivinar a quien ha culpado y contra quién ha cargado su ira cuando ni pinchamos ni cortamos.
Los trabajadores no entienden qué le cuesta un trabajador a un empresario. No tienen ni idea de la seguridad social que se paga por cada uno por la mal llamada “cuota patronal”. El sistema está montado para que el empresario cargue con la culpa de la existencia de impuestos por el hecho de ser el recaudador.
Imagínense que el empresario diera el salario bruto al trabajador. Es lo pactado y sería lo correcto. Imaginemos que cada trabajador viera entrar en su cuenta el salario pactado y cada uno se encargara de pagar a los pocos días a Hacienda, el IRPF y la Seguridad Social que se les retiene. La sensación de malestar sería enorme y se vería al auténtico responsable de ese expolio.
El que inventó lo de “el que paga retiene” fue un genio porque, como al mensajero, al retenedor, que es parte necesaria, se le culpa de la mera existencia del proceso. En este caso de la existencia de los impuestos. Deberíamos implantar lo de que “el sujeto pasivo será el encargado de pagar a Hacienda”. Es lo que hacen los autónomos.
Me dirán que la razón de que sea así es que es más fácil para Hacienda perseguir a los pocos empresarios que a la multitud de trabajadores, pero yo les diré que eso se arregla con las CBDC (monedas digitales de los bancos centrales) que están por llegar. Al cobrar el sueldo íntegro en euros digitales, mediante un contrato inteligente, se podría descontar a cada trabajador al momento las deducciones que le corresponden y transferirlas directamente a la billetera de Hacienda. Verían cómo se montaría un gran revuelo cuando la gente tomara consciencia de lo que les quitan de impuestos y seguridad social.
La tercera falsa imputación hacia el empresario a la que me quiero referir es que se dice que los empresarios son los máximos exponentes de la sociedad de consumo. Un capitalista no consume sino que invierte. Esa inversión proviene de consumos presentes no realizados que le permitirán obtener capital en el futuro. La frugalidad y la austeridad son valores que acompañan a un empresario capitalista para conseguir ahorros. El consumista no ahorrará y distará mucho de lo que es un capitalista.
El desgaste de la figura del empresario proviene de la época de la Revolución Industrial del siglo XVIII y fue interesada. Se difundió el falso mito de que los trabajadores vieron degradada su situación durante la Revolución Industrial en beneficio de los empresarios. El origen de esa falacia provino de los terratenientes que veían como sus siervos abandonaban los campos para irse a la ciudad a recibir una vida más próspera. Querían conservar su mano de obra y parar ese éxodo. Así fue cómo demonizaron a la incipiente burguesía empresarial que demandaba mano de obra en las ciudades.
La realidad es que antes del surgimiento del capitalismo moderno que trajo la Revolución Industria, la vida de los trabajadores en el campo era muy dura. Si no hubiera mejorado su vida en la ciudad no se hubiera producido ese éxodo voluntario hacia las ciudades buscando una mejora en su nivel de vida.
La ausencia de educación financiera desde el colegio ha fomentado toda esa negatividad hacia el empresario. La escuela de hoy es idéntica a la de que existía en la Revolución Industria y es una fábrica de trabajadores. En ella poco se habla de cómo se genera el capital. La ignorancia hace que se desconozca la figura del empresario y se le vilipendie.
Hoy quiero romper una lanza a favor de los que arriesgan su capital para conseguir un entorno mejor para ellos y su familia. Mejorando su entorno, mejoran el de los demás. Crean empleo y pagan más impuestos. Eso si la cosa va bien. Respecto al 80% de empresarios cuyos proyectos empresariales van al traste antes de los 5 años, Hacienda no está ni se le espera. Pero si la cosa va bien, no se olvidará de poner el cazo.
Alguien poco sospechoso de ser de derechas como es Antonio Banderas, reconoció hace unos años en un programa de televisión que el 75% de los que salen de la universidad en Estados Unidos piensan emprender un negocio y ser empresarios de éxito, mientras que le entristecía ver cómo el 75% de los que acaban sus estudios en España pensaban en ser funcionarios.
Mientras sigamos sintiendo rechazo por los empresarios será difícil que España pinte algo en el panorama internacional. De ahí que según companiesmarketcap.com, el 62% de las 50 empresas con mayor capitalización sean de Estados Unidos. 9 de las 10 primeras son de esa nacionalidad. Olvídense de encontrar una española entre las 100 primeras.
Sigamos demonizando y cargando con falsas culpas al empresario y estaremos más condenados a depender de multinacionales de países que fomentan el pensamiento emprendedor como es el caso de las norteamericanas y chinas. Sí, la China comunista supo reconducir su odio hacia el capitalismo. Mientras tanto, veamos como nuestro tejido productivo se va deteriorando y es cada vez menor y menos productivo. Cada sociedad tiene lo que siembra.