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“Carretillas venecianas”

Un artículo de Jaume Santacana

Turistas en Venecia
Turistas en Venecia
Foto: Pixabay

Regreso a la capital del Véneto, a la sede de la República Serenísima, al territorio imperial del Dux. La ciudad de los canales se me ofrece —una vez más— con todo su esplendor, su belleza, su originalidad y su misterio. Una luz tamizada —entre nieblas y brillanteces— se posa, suavemente, sobre las fachadas de los suntuosos palacios del siglo XVIII y baña los geniales lienzos de Francesco Guardi, Pietro Longhi y Giovanni Battista Tiépolo.

Venecia, más que una ciudad es un mundo. Su estructura geográfica y topográfica la hacen de una singularidad impecable y, a la vista del paseante, su hermosura, finura y delicadeza penetran hasta lo más hondo de su ser. Es muy complejo sustraerse, en su deambular, del encanto que acumulan sus callejuelas entrecruzadas con canales y sus puentes respectivos.

La ciudad “mojada” ha cambiado enormemente desde que, tiempo ha, la visité por primera vez. Aunque, en el fondo, su peculiaridad resta impoluta, sólo queda ya en el recuerdo alguno de los miles de gatos hambrientos y zarrapastrosos que pululaban por los callejones y soportales (algunos muertos sobre los ancianos adoquines o flotando en unos canales pestilentes y nauseabundos); los restos de basura desperdigados ante los portales; o sus fachadas descoloridas y desvencijadas. En resumen: una ciudad dejada de la mano de Dios, eternamente preciosa pero descuidada y sin un ápice de esmero o meticulosidad en su aseo más primario.

Permanece, eso sí, su impenetrable silencio, una de sus más preciadas virtudes, roto, solamente, por el taconeo de los caminantes y las conversaciones cazadas al vuelo.

He tenido en esta ocasión, cosa remarcable (con la excepción de la época pandémica), la enorme suerte o casualidad de poder vagar por sus calles sin el estruendo que producen las masas de “guiris” que, como las palomas, abundan en demasía por todas las ciudades low cost del mundo mundial. El silencio de Venecia (con pocos turistas) es atronador. Uno respira ese sosiego por todos sus poros auditivos y el efecto que causa es de un relajamiento y laxitud de enormes dimensiones. La Venecia silenciosa te remonta a tiempos inmemoriales y te permite observar el paisaje con unos ojos limpios de polución, humaredas, ruidos escandalosos y cansancio improductivo. Poca gente en sus calles, ninguna cola en museos, iglesias, campanarios o restaurantes: puro gozo.

Ahora bien, les debo confesar que, durante mi actual periplo por la ciudad de los canales y las “románticas” góndolas, he observado algo que, en anteriores ocasiones, se me había vedado; o no lo supe calibrar correctamente: la presencia masiva de carretillas de todo tipo que circulan, sin parar, por toda la ciudad. Debido a la prohibición (por otro lado lógica y natural, jejeje) de transitar con vehículos de toda clase —coches, furgonetas, camiones, motos, bicicletas, patinetes y otros inventos tan de moda— el transporte de mercancías destinadas a ser consumidas en tiendas, bares, restaurantes, hoteles, cines, mercados y supermercados, sólo alcanza a ser trasladado en grandes barcazas por el Gran Canal o bien por algunos otros canales con algo más de anchura. Dicho lo dicho, el único modo de transporte eficaz entre todas las callejuelas es a través de expertos carretilleros los cuales se mueven como pez en el canal. El tráfico de carretillas es tan elevado que, al ínclito paseante, le queda muy poca esperanza de vida durante su visita.

Algunos de los carretilleros son auténticos asesinos en serie. Y digo en serie porque los hay que en la parte delantera del cacharro-sin-ruido, o casi, llevan ya, sin mortaja, algunos cadáveres víctimas de la imprudencia de sus homicidas. Existen transportistas que soportan cargas que no cabrían en muchas furgonetas de reparto de ciudades “normales”, con lo que el golpe mortal contra los transeúntes es de un impacto sensacional. Si se fijan bien, observarán que en el suelo y en los canales hay manchas rojas de la sangre de los pobres visitantes; hay que decir, en honor a la verdad, que los venecianos saben los trucos para esquivar a estos bólidos rodantes.

Venecia es una ciudad —debido a la multitud de canales— con un número de peldaños insólito en el mundo entero; incluso más que en Lisboa, que es mucho decir. Cada cruce de canal con calle es sorteado por una escalera (bueno, dos: una de subida y otra de bajada; o al revés si se invierte la dirección de paso) y eso, que podría ser una dificultad para los carretilleros, no es obstáculo alguno ya que ejercen la conducción de un modo imparable, preciso y satisfactorio (para ellos, claro). Para más inri, las carretillas llevan, en su parte frontal, un par de ruedecillas que ayudan enormemente a subir y bajar los escalones de cada puente.

En su próxima visita a la citada ciudad les recomiendo que se fijen bien en la circulación de estos artefactos y, si pueden, se cuelguen alguna luz en el ojal y en la espalda para ser vistos, aunque no creo que les sirva de mucho: ellos van a la suya y su cuerpo, el suyo querido visitante, pude aparecer, días después, en Murano, Burano o Torcello arrastrado por las mareas tan típicas de Venecia. Tampoco es una mala muerte morir atropellado bajo una carretilla; las hay peores…; de muertes, que no de carretillas.

Comentario adicional: si uno, en el viaje a Venecia, tiene la inmensa suerte de ser acompañado por una dama de notable belleza, inteligente, discreta y un largo etcétera admirativo… ya, ni les cuento.

Yo he gozado de esta fortuna.

Y, respecto a las carretillas: ¡Quedan advertidos!


Comment

  1. … yo también tuve esa suerte años ha, pero aún no me ha llegado la época de quejarme de haber sido zarandeado por los repartidores, eso lo hacen los yayos cuando ven amargamente que los años no pasan en balde… y una recomendación, la palabra “dios” se escribe en minúscula, pues hay tantos en la mitología humana que ninguno prevalece sobre los demás… por cierto, éste no es el medio del obispado, entonces no tiene porque hacer “product placement” como sí tienen que hacer los columnistas de ese otro medio confesional, ellos sí tienen esa servidumbre por lo visto, aquí no, no hace falta…

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