¿Cuánto tiempo hace que no vemos, leemos o escuchamos alguna buena noticia? Yo creo que, poco más o menos, debe de hacer ya casi una eternidad. O incluso a lo mejor dos o tres eternidades, año más, año menos.
Abre uno por la mañana la televisión, la radio, el periódico o la aplicación del móvil, y ya prácticamente al momento se pone de mal humor, pues casi todo son desgracias o malas noticias.
Las bolsas caen. Las tertulias suben. Las parejas de famosos se separan. El precio del petróleo de dispara. El empleo se contrae. Las parejas de famosos se reconcilian. Los mercados nos asfixian. Los políticos nos saturan. Y por si todo ello no fuera ya suficiente, la panadería a la que voy casi cada día no tenía el pasado jueves ningún robiol de chocolate.
En fin, que no salimos de una, y ya nos estamos metiendo en otra, pues si una noticia es mala, la otra parece ser aún peor. Además, raro es hoy ya el mes en que no vivimos un lunes o un martes «negro» a nivel social, político o económico, mientras los otros días de la semana no parecen tener tampoco mucho mejor color.
La verdad es que así no hay manera de poder disfrutar del café con leche descafeinado de máquina con cruasán que hemos pedido en el bar de la esquina o del pinchito de tortilla de patatas con cebolla que estamos esperando en nuestra tasca favorita. Es que se te atragantan.
Hasta nuestras familias y nuestras amistades más cercanas parecen haberse contagiado, salvo contadas excepciones, de ese clima de pesimismo y de derrotismo general, porque últimamente son incapaces de contarnos ya algo mínimamente bueno, tranquilo o esperanzador.
Si no fuera por el Alprazolam o por el Tranquimazin, o por el chocolate con almendras, habría días en que no sé si podríamos levantarnos de la cama o acostarnos en ella. Y a veces ni aun así, pues, quien más, quien menos, tiene también sus propias pesadillas.
En mi caso, mis pesadillas más recurrentes son que el PP y el PSOE piden que yo comparezca en la comisión de investigación de las mascarilas, que Vox Baleares pasa a llamarse Restar, que Sumar sigue dividiéndose día tras día o que Més pesa globalmente cada vez menos.
Como decían el gran Groucho Marx y también la gran Mafalda, «por favor, paren el mundo, que yo me bajo».
O como cantaba Ketama en Paren el mundo unos pocos años después: «Dónde irá a parar, dónde irá a parar/ en la era de la prisa./ Dónde irá a parar, dónde irá a parar,/ yo voy con la misma camisa./ Me quiero bajar, tanto apuro hacia ningún lugar./ Tanto apuro hacia ningún lugar».