Abrigo en mis pensamientos una observación: existe una dimensión excluyente que ha ido penetrando en el nacionalismo español a lo largo de los últimos veinticinco años, aproximadamente, situándose el origen en la legislatura de mayoría absoluta de JoséMaríaAznar (2000-2004).
Una de las características más sorprendente de este nacionalismo es que se niega a sí mismo., es decir, que se presenta como contrario o enemigo de todo nacionalismo. Para sus seguidores, la defensa de la nación española es la defensa de la democracia y el Estado de derecho. Desde este peculiar punto de vista, la nación española debe y tiene que defenderse de los embates del nacionalismo periférico, que contiene una amenaza autoritaria y colectivista.
Según Aznar en su libro “Cartas a un joven español” (2007): “El nacionalismo no admite la pluralidad; sólo le interesa la defensa de la nación”. Esa es, también, la tesis que viene infundiendo la hoy diputada en el,Congreso Cayetana Álvarez de Toledo. Sigue proclamando Aznar que “España, más que un deber es una pasión y un sentimiento profundo, No se es español por horas o a tiempo parcial. El hecho de ser español lo impregna y lo incorpora todo.” La verdad es que ni a Aznar ni a la gente agrupada en asociaciones como “Libres e iguales” no les pasa por la cabeza que opinar de ese modo sea una pura exaltación nacionalista. En la misma linea, ya dejó dicho José Antonio Primo de Rivera que “Ser español es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en este mundo”. Curioso. En contraposición a esta cita del líder falangista, don Cánovas del Castillo —el presidente de la Restauración— sentenció con evidente ironía: “Es español todo aquel que no puede ser otra cosa…”
Si el pensamiento de Aznar y sus acólitos hubiera sido puesto en blanco por personajes como Jordi Pujol o Xabier Arzalluz, entre otros, habrían firmado —sin lugar a dudas— su sentencia de muerte democrática. Aun así, Aznar mantiene un rechazo visceral sobre el nacionalismo de vascos, catalanes o gallegos y, a la vez, una tesis excluyente para el caso español.
Mientras el nacionalismo español siga opinando que esta, la suya, es la única forma compatible con la democracia y el Estado de derecho, el problema territorial en España será irresoluble.
España vive atrapada desde hace siglos en un debate interminable y extenuante sobre su condición nacional. Excepto en sus largos períodos autoritarios en los que la cuestión se resolvió a base de vías represivas, las discusiones sobre la nación española y su problema territorial ha tenido una importancia capital en la política. No se ha encontrado, jamás, una manera de intercambiar razones que permitan acomodar las identidades en juego; la española, la catalana, la vasca y la gallega. Desde que empezó el siglo, el país ha sufrido dos crisis nacionales en las cuales se ha cuestionado su unidad: el plan Ibarretxe, primero, y el “procés” después.
Cuando se ha considerado que la identidad nacional española es icompatible con las identidades “periféricas” —o viceversa— el conflicto está asegurado.
Por vago e ingenuo que resulte, sólo desde un principio de reconocimiento mutuo de la legitimidad política de todas las identidades nacionales se podrá ensayar una posible integración (si la hubiera). Tendría que ser un reconocimiento político, y acordado, claro, que se tradujera institucionalmente y que vaya más allá de la constatación antropológica y tópica, de que España es un país culturalmente diverso. Es decir, algo más que el puro y antiguo folclorismo sepia. Tan simple, pero tan dificil…
Y si no… un Estado federal; y si no… la pura independencia dentro de una Europa de naciones y no de estados.
…blanco y en botella