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“Ya soy antisistema”

Un artículo de Jaume Santacana

Javier Milei.
Javier Milei.

¡Ala vejez, viruelas! Por si alguien desconociera el significado de este bonito dicho castellano, se refiere a aquellas acciones que algunos vejestorios realizan (o, mejor dicho, realizamos, que un servidor ya está en la onda de los vetustos y achacosos abuelos) y son consideradas como “impropias” de su edad; la viruela era una enfermedad de características dermatológicas que solían padecer los niños; de ahí la expresión.

Un servidor —como acabo de escribir— ha entrado, ya, en la etapa de los veteranos decrépitos y, en conmemoración de tamaña incorporación, empiezo a adquirir algunas costumbres de raíz plenamente juvenil. Ayer, sin ir más lejos, me hice antisistema. Me salió del alma mientras freía unas deliciosas croquetas de pollo y en un tris-tras me convertí al grupúsculo de humanos dedicados a despotricar contra el sistema. En mi caso, mi rechazo al sistema es múltiple, considerando que mi actitud no se refiere, sólo, a un sistema sino a dos; de ahí que me pueda considerar a mí mismo como el primer “antisistemas”(en plural) del mundo mundial: el Sistema Métrico Decimal y, como propina, el Sistema Solar. ¿Alguien da más?

Lo tengo muy claro: en el primer aspecto, en el Métrico, mi repulsa se basa en la absoluta inutilidad de dicho sistema: la cosa está más obsoleta que los submarinos descapotables. Hoy en día, si ustedes se fijan bien, ya casi nadie mide nada, ni pesa nada, ni mesura ninguna capacidad más o menos líquida o gaseosa. Lo del medir ha sobrevivido para los constructores de piscinas olímpicas o para los ingenieros de caminos cuando se ven obligados a perforar un túnel; Pero claro: ya me dirán ustedes cuántas piscinas olímpicas se construyen a la semana o cuántos túneles se agujerean cada día. Por lo demás, no se pesan las barras de pan (menos mal, porqué destaparíamos uno de los fraudes más importantes de la historia), ni las cerezas (que, como todos los alimentos, ya vienen convenientemente envasados), ni las personas (por miedo a que el resultado de la báscula les provoque un infarto). Pesar, actualmente, equivale a pedir, antaño, una conferencia con el extranjero por teléfono. En cuanto a mesurar los líquidos, estamos en las mismas: lo que no son botellines son tetrabricks; las gasolineras ya no disponen de medidas de control a disposición de los usuarios (otro menos mal, ya que saldría a la luz otro escándalo colosal por fraude ); y el butano, aunque se considere gas, llega embotellado de tal forma, blindado hasta los topes y opaco como un biombo chino, que cualquiera se atreve a examinar los litros o quilos que contienen sus envases color butano, valga la maravillosa redundancia.

Mi rechazo al segundo sistema citado, el Sistema Solar, no admite dudas: otra solemne gilipollez. ¿Me puede alguien explicar a quién canastos le importa este sistema tan anticuado y nada resultón? La cosa planetaria —relacionada con la Tierra y otros objetos astronómicos que giran, obedientes, directamente en órbitas alrededor del Sol— se ha convertido en un estudio ridículo y fuera de lugar. Ya no tiene sentido. Dejando aparte que el mariposeo de las órbitas es aburridísimo, las distancias entre planetas, la aparición constante de nuevas estrellas, los meteoritos que vagan por el triste espacio sideral, los satélites y antenas varias y toda esta gama de memeces más allá de nuestra querida atmósfera, no sirven más que para distraer a los ancianos que se dedican al arte de la astronomía: cuatro y el cabo. ¿Conocen, ustedes, a algún astrónomo de menos de ochenta años? No busquen: no lo encontrarán.

En mi nueva autodefinición como “antisistemas” —y marcándome unos objetivos concretos para lanzar al mundo mis teorías mientras voceo mi política ideológica universal— voy a empezar a quemar contenedores, destrozar escaparates de bancos, comercios y concesionarios de coches eléctricos a pedradas y a arremeter contra toda fuerza del orden imperante con el sano objetivo de que sean abolidos, de inmediato si puede ser, estos dos sistemas que no hacen más que envenenar la convivencia y aumentar las desigualdades entre los ciudadanos inteligentes y los más torpes: que no todos somos iguales, para que se enteren los listillos de turno.

En cuanto me haya entrenado un poquito en las técnicas de guerrilla urbana, voy a armar la gorda.

Advierto.

PS.

He enviado una carta al flamante presidente argentino, el señor Milei, y me ha contestado muy amablemente dándome su bendición a mi plan general. Con un respaldo político de tal envergadura, que les quede claro: ¡voy a por todas!


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