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“Sandalias”

Un artículo de Jaume Santacana

"Eludiendo la fatalidad estética que concierne a los pies, por si esto fuera poco, resulta que son inútiles".
"Eludiendo la fatalidad estética que concierne a los pies, por si esto fuera poco, resulta que son inútiles".
Foto: Pixabay

Siempre he pensado que el concepto de elegancia está reñido con lo que podríamos denominar como “belleza física”. Se puede dar el caso que un humano o humana que pueda presumir de poseer unas características físicas conforme a lo estándares de belleza vigentes desde la antigua y sabia Grecia, no tenga la capacidad de mostrar gracia alguna en sus movimientos, en su manera de ser o de hacer, en su estilo, en su finura o distinción, en su delicadeza y, por derivación, en su forma de vestir. Y viceversa: cuantas personas a las que Dios Nuestro Señor no les ha bendecido con una pizca de guapeza o de hermosura (siempre según los ya citados cánones de la clásica cultura occidental), gozan de una cierta nobleza en su ser, dignidad, clase, porte o exquisitez personal; en definitiva personal elegante en todas sus definiciones.

Y, sin duda, una de las maneras de distinguir en una persona (quizás el modo más inmediato y evidente) su “rango” personal, es su vestimenta, su indumentaria, su atavío, su atuendo.

Visto lo visto, estamos entrando en la funesta etapa, en la horrible fase del verano meteorológico: horripilante ciclo que mezcla una bochornosa (nunca mejor escogido el adjetivo de marras) sensación de calor sofocante (otro calificativo que le va como anillo al dedo a la narración; y ustedes personen la petulancia) con la angustia que produce ver a millones de turistas —una parte de los cuales mantienen un comportamiento absolutamente agilipollado, incívico, gamberro, chulesco y vandálico— paciendo, pastando por calles, plazas, bares y restaurantes, mercados y por toda clase de monumentos, no para contemplar historia o cultura sino, esencialmente, para hacerse “selfies” a diestro y siniestro. En Mallorca, además de invadir playas y pequeñas calas preciosas (antes oasis de calma y felicidad para los lugareños), algunos británicos o alemanes (sobre todo británicos) se dedican al “Balconing” tirándose desde la terracita de su habitación a la piscina situada cuatro o cinco pisos más arriba. Algunos, los más, fallecen al llegar a su destino, principalmente los que no alcanzan a conseguir el agua clorada. Beodos todos, eso sí; y con sangría, que es peor.

Y ahora al grano: hablando de indumentarias veraniegas, lo más destacado del vestir (de extranjeros o de nativos) son las famosas sandalias… calzado espantoso y nauseabundo que nos dejaron, también, nuestros ancestros romanos y griegos: la peor herencia posible.

De entrada, comentar que los pies humanos son, de por sí, algo increíblemente monstruoso, pavoroso y aterrador; ¡son feos, caramba! Soy partidario de pensar que las cosas feas (feas pa’siempre) no deben mostrarse en público. Si acaso —y como breve excepción— estas extremidades pueden exhibirse en la playa o, más minoritariamente, en el catre. Por lo demás, debería haber severas puniciones o multas para impedir su exposición a la vista del resto de habitantes.

Eludiendo la fatalidad estética que concierne a los pies, por si esto fuera poco, resulta que son inútiles. No sirven para nada más que ayudar a sostener el cuerpo en posición vertical; ya en su pose horizontal, su ostentación resulta ridícula por estéril.

Así y todo, la desnudez de un pie no es la máxima expresión de su fealdad: mucho peor es el intento de “calzarlo” con el objetivo de caminar con menos riesgos de adquirir enfermedades o de cortarse con un cristal o quemarse con un habano mal extinguido. Si los pies son feos, el “vestuario” que lo arropa es todavía, si cabe, más horripilante. Esas cintas de cuero que dejan ver la nefasta visión de los dedos gordos y pequeñitos (habitualmente muy deformes) es una representación visual de la tontería humana. Duele entrar en el metro o en un autobús, mirar hacia abajo y descubrir el crimen estético que representa esta visión dantesca.

Ya no digo si hablamos de este esperpento llamado “chancletas” que, además de mostrar pies con plásticos de goma coloreada, producen un sonido desgarrador al pobre paseante callejero. El “xipi-xape” que se va oyendo repetidamente al caminar no es más que el ruido del frotamiento del sudor de unos pies quizás poco duchados (por ser prudente) con la suela gomosa de la chancleta. El “musgo” que crece entre el pie y la suela suaviza algo el chasquido de los pies arrastrados vagamente, pero el espectáculo sonoro y visual sigue siendo espectacular.

En fin, señores: un servidor se va a duchar, no sin antes recordarles, también que existe otro aspecto monstruoso, por lo que tiene de morboso, con la visión de un alemán con chancletas y calcetines blanco.

¡Que Dios nos ampare! Y que vuelva el frío.


Comment

  1. … tu artículo me ha dado mucho asquito… sobre todo cuando mencionas a esa incongruencia que llamas tu dios TU señor… las sandalias y los pies pueden tener su aquel, pero son humanos, y sobre todo son muy reales… tu dios es perfecto, pero porque es irreal, fruto de vuestra imaginación…

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