El otro día me sorprendía la noticia de que Cruise, la unidad de vehículos autónomos de General Motors, suspendió sus robotaxis sin chofer en todo EE. UU., dos días después de perder su permiso de conducción autónoma en San Francisco por un incidente en el que un peatón quedó atrapado bajo uno de sus vehículos. Por lo visto, esto desató el caos.
A decir verdad, ni siquiera sabía que este servicio de vehículos sin conductor estaba funcionando en el otro lado del mundo, dando servicio a los pasajeros como si tal cosa. Y todavía me sorprende más leer que aquí en España, el Gobierno acaba de anunciar que está trabajando en un proyecto de real decreto de vehículos totalmente automatizados impulsado por la Dirección General de Tráfico (DGT) que permitirá la circulación por nuestro país de coches sin conductor a partir del año que viene.
Aunque, pensándolo bien, vivimos en un mundo donde la velocidad es valorada, y la eficiencia se considera esencial y la tecnología contribuye a que podamos llevar a cabo tareas de manera rápida y eficiente. Del mismo modo, nuestro cerebro automatiza una gran cantidad de procesos que hacemos a diario a fin de poder ser más eficientes y ahorrar energía.
¿Recuerdas la primera vez que te subiste a un coche y quizás pensaste que sería imposible que un día pudieses estar pendiente de los pedales, los intermitentes, los espejos, las señales y los demás coches? Y ahora conduces como si tal cosa, mientras hablas con tu hermana por teléfono. Este es un buen ejemplo de a lo que me refiero.
Optimizar no es algo nuevo, lo llevamos haciendo muchos años y tiene múltiples beneficios como, por ejemplo, permitirnos vivir en la sociedad de la inmediatez en la que nos encontramos. Sin embargo, resulta igual de importante contar con herramientas que nos permitan gestionar los cambios cuando estos suceden. Y no hablo de un martillo y una llave inglesa.
Los quiebres que nos sacan de nuestro modo automático pueden suceder de muchas maneras: una ruptura, un despido, un traslado inesperado, un accidente… pero también pueden ser generados de manera voluntaria por uno mismo.
En estas situaciones, necesitamos frenar y plantearnos cuestiones del tipo “¿cómo me siento?”, “¿qué es lo que quiero?”, “¿con qué recursos cuento?”, “¿qué me da miedo?”, “¿qué me falta?”, “¿qué puedo aprender de esto?”.
Porque, en la vida, hay ocasiones en las que debemos desconectar el piloto automático y tomar decisiones muy conscientes para seguir adelante. Y es importante hacerlo.
Nos va la vida en ello.
Que importancia el parar y desconectar el piloto automatico de vez en cuando.