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“La verdad es que sí”

Un artículo de Jaume Santacana

"Es bien cierto que el lenguaje se adapta no sólo a las circunstancias sino también a los tiempos".
"Es bien cierto que el lenguaje se adapta no sólo a las circunstancias sino también a los tiempos".

Tres ejemplos:

Una iglesia abarrotada de invitados. Un altar repleto de lirios blancos. Rito católico. Un sacerdote ataviado a la usanza. Un par de tortolitos casaderos. “Emeterio, ¿quieres por esposa a Herminia, en lo bueno y en lo malo, a las verdes y a las maduras, hasta que la muerte os separe?”. “La verdad es que sí”.

Sala 4 de la Audiencia Nacional. Un magistrado togado y un jurado popular. Abogados y fiscales. “La noche de autos, a eso de las cuatro, ¿mató usted a Don Serafín a pedradas?”. “La verdad es que sí”.

Comedor-sala de estar de un piso. Un padre y un hijo, un menor. Añicos de porcelana esparcidos por el suelo. “¡Hala, niño, esta vez te has cargado el jarrón de la época Ming! ¿Pero tú eres gilipollas, chaval?”. “La verdad es que sí”.

Es bien cierto que el lenguaje se adapta no sólo a las circunstancias sino también a los tiempos. Hasta hoy era una verdadera desgracia que para responder afirmativamente a una pregunta tuviéramos que echar mano únicamente de la palabra “sí”; nos quedábamos cortos, como si dijéramos. “Sí” era una expresión excesivamente breve como para ser comprendida en toda su rotundidad. Se necesitaba un refuerzo, una apostilla, algo, no sé, como más sólido, más convincente, irrebatible. Unas letras más que le añadieran al soso “sí” un valor más fundamental. Hasta el momento podría parecer que el sí, únicamente, así, sólo, sin más, como que no. Pues bien, ya lo hemos encontrado. Los futbolistas —que son colosales inventores de nuevas fórmulas lingüísticas de gran interés intelectual— han sido el colectivo que más ha luchado para hallar una solución digna a este problema. Recordemos, al respecto, que también los jugadores de fútbol inventaron aquella gran —y breve, por cierto— frase que ha pasado a los anales de la historia de la filología planetaria. Preguntados, todos, por la actitud en la que saldrían al campo a jugar un partido, cuestión previa al desarrollo del encuentro, ellos, todos ellos, respondieron con una seguridad firme y rotunda, sin dudar ni un instante, sin concesiones al periodista pero conociendo la gravedad y universalidad de sus palabras —respondieron, repito— con la misma expresión: “Saldremos a ganar”. ¿Es o no es, esta, una frase equiparable a memorables expresiones del mismísimo Kant, de Platón, de Goethe o del propio Shakespeare?

Regresando al tema que nos ocupa (“la verdad es que sí), cabe decir que, con mucha rapidez, los cantantes de rap, los periodistas deportivos, los “hombres y mujeres del tiempo, los críticos teatrales, los entomólogos y los odontólogos —entre mucha otra tropa— y, claro, naturalmente, los políticos de turno (“como no podía ser de otra manera”, otra brillante frase que han acuñado los mismos cracs de “la verdad es que sí”, como significando que las cosas sólo pueden ser de una manera) se han agarrado a esta brillante innovación con creces y con una celeridad cósmica. Todos, al unísono, responden: “la verdad es que sí”). No falla.

La verdad es que sí”. Claro, ¿cómo no se le había ocurrido a nadie que la simple y débil aseveración tradicional —el sí a secas— necesitaba ser culminada por un añadido contundente y rotundo? La verdad es que no; que no se le había ocurrido a nadie.

Puestos a rizar el rizo, ya sólo nos queda esperar unos cuantos días para que veamos como alguien —¿quizás otro jugador de balompié?— le dé la vuelta a la tortilla y responda a la pregunta de un periodista con un “la mentira es que no”. Esta fórmula permitiría una afirmación tan limpia como la que más pero utilizando una figura de dos negaciones que daría como resultado una respuesta afirmativa. Sería aquello del “España va bien” o, en su lugar, “España no va mal”. Esperen y verán.

En cualquiera de los casos, la erosión a que están sometidas todas las lenguas es proporcional a los avances tecnológicos. Cuantos más micrófonos se les pongan delante a la pandilla de indocumentados que pululan por los medios de comunicación, más avanzarán los idiomas en cuestiones de estilo y pureza léxica. Con el material publicado (sea en formato de papel tradicional o digital) pasa la mismo. El deterioro generalizado del uso de las lenguas es de tal calibre que pronto sólo nos quedará Paris (sí, sí, sin tilde). Como ya nadie sabe quién era Paris, el héroe troyano hijo de Príamo, pues ya se le puede quitar el acento; ya no hay posibilidad de confusión ninguna. Y así, es cuestión de ir reduciendo el vocabulario y las normas básicas de ortografía.

Por último, hay que recalcar que el idioma inglés ayuda, y mucho, a la desaparición del resto de lenguas que la globalización del carajo ha situado ya no en peligro sino en pura y dura excepción. Ya ha dejado de existir la expresión “ todo vendido” o “localidades agotadas” para dar paso a sold out. En Catalunya, el propio gobierno de la Generalitat, ha emitido una extensa campaña contra incendios, con el eslogan foc off, en lugar del, parece ser incomprensible “no al foc”.

¡Ya te digo! (que vendría a ser “¡no te jode!”; o mejor fucking.


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