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“Descripción, en sepia, de los antiguos hombres rurales”

Un artículo de Jaume Santacana

"Solían ser gente de físico tosco, ligeramente ásperos de carácter, un punto cerriles y, sin ánimo de ofender, visiblemente burdos".
"Solían ser gente de físico tosco, ligeramente ásperos de carácter, un punto cerriles y, sin ánimo de ofender, visiblemente burdos".
Foto: Pixabay

Mi mente, ya algo senil, atesora recuerdos gráficos de algunos de los agricultores que se cruzaron en mi vida durante mi adolescencia y juventud. Campesinos, payeses, agricultores, labradores; ¡qué más da! Allá por los años cincuenta y sesenta todavía circulaban por la vida rural alguno de estos ejemplares de hombres dedicados, exclusivamente, al cultivo de las tierras; eran lo que ahora se vendría en denominar trabajadores del campo.

Cuando mi caletre transforma el recuerdo de aquellas personas, que antaño conocí, en imágenes y comportamientos, me doy cuenta de que un tipo de carácter específico los unificaba, los definía; los rasgos y procederes de dichos seres humanos tenían en común una serie de atributos que determinaban una manera de ser, un modo de ver la vida, un procedimiento que marcaba su forma ancestral de existir. Amparado por la clásica ley del común denominador, que nos permite a los hombres efectuar generalizaciones colosales, me autorizo y me atrevo a moldear mis recuerdos y ofrecer una breve síntesis de aquello que caracterizaba a esos hombres del campo.

Solían ser gente de físico tosco, ligeramente ásperos de carácter, un punto cerriles y, sin ánimo de ofender, visiblemente burdos. Gente de naturaleza buena, capaces de matar cerdos, terneras, pollos o conejos pero con una benignidad humana que les incapacitaba para producir ninguna clase de daño a la especie humana. Eran personas de complexión torcida a causa del constante movimiento óseo que oscilaba entre la tierra y el cielo, sus dos puntos principales de atención; la tierra representaba la vida, su vida y la de los suyos; el cielo significaba la esperanza o la angustia a través de los caprichos meteorológicos. Las constantes miradas dirigidas hacia arriba o hacia abajo los torcían.

Los agricultores fueron siempre —por lo menos los que laboraban por su cuenta— desconfiados y, a partir de ahí, individualistas e insolidarios. De naturaleza sumamente conservadora, tendían a no ofrecerse en donación al resto de su comunidad y a permanecer en un estado de soledad y cerrazón anímica digna de un objeto más de la Madre Naturaleza. Confortablemente desinteresados por el mundo que les rodeaba —con una leve atención a su familia, cuando la había— su existencia se basaba en el ego más recalcitrante y contumaz. Poca filosofía barata y mucho aprendizaje empírico; el pragmatismo y la observación ejercían las labores de ciencia particular traspasada y traspasable a otras generaciones.

Recuerdo con precisión y firmeza sus miradas; las miradas de mis conocidos: el “Paias”, el “Cisco de Baix a l’Hort”, el Quim, el “Pepet de Cal Sis Dits”, el “Ganxet”, en Pere de Manlleu y tantos otros. Ofrecían unas miradas largas, indefinidas, con un tenue brillo y una versátil medio sonrisa que fluctuaba entre el cinismo, la ironía y el escepticismo. Al contrario de los habitantes urbanos, los payeses eran contrarios a cualquier suerte de bullicio y evitaban el gentío, la masa popular, las manifestaciones colectivas y la propensión a la charlatanería. Durante las fiestas de los pueblos, se quedaban en un discreto segundo plano.

Sus jornadas laborales mezclaban un durísimo trabajo en determinadas épocas y un acercamiento a la holgazanería más indiscutible durante otros períodos; dependía de los cultivos, el tiempo y la división estacional. Personas con una gran tendencia a la soledad y con pocas muestras de afabilidad con el conjunto de la sociedad. Gentes de buen comer y mejor beber; muy sensibles a los frutos del campo trabajado y con enormes dosis de incredulidad general, repletos de dudas y recelos que, a veces, alcanzaban un cierto estado de indolencia.

Ha sido sólo un vaciado de algunos recuerdos. Todo eso —incluidos ellos— está muerto y enterrado. Pero existió; ¡vaya si existió!


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