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“La necesidad de una prensa libre en la sociedad de la postverdad”

Un artículo de Jordi Ribera

(Foto: PIXABAY)

“El periodismo debe ser libre, justo y responsable” es una máxima que debe imperar en cualquiera que se dedique a esta profesión.

 

Creo en la necesidad de un sistema social y político en el que el poder se reparte en tres pilares, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, independientes entre sí pero que se controlan el uno al otro.

 

Pero la sociedad también habla de un cuarto poder, la prensa, que actúa como conciencia y vigía de los tres anteriores sin que tenga una fuerza oficial, pero sí la capacidad de incidir en la sociedad y en el pensamiento y opinión de la gente. Esta función lo relaciona directamente con los tres anteriores.

 

Una prensa libre es necesaria para informar, educar y servir a la sociedad al mismo tiempo que trabaja como contrapeso del poder. Sin una prensa así, hechos como lo ocurrido en el hotel Watergate, por poner el ejemplo quizás más claro de todos, no habría conducido a la dimisión de todo un presidente de los EEUU. Este caso paradigmático ya demuestra el papel crucial que juega para que una sociedad pueda avanzar en la justicia y la democracia.

 

En un sistema democrático occidental,  basado en los principios de la Ilustración que valora la razón, la ciencia y el pensamiento crítico, una prensa capaz de actuar libremente es esencial para favorecer la difusión de ideas y promover el debate público. Sin esta prensa libre se acallarían las voces disidentes, no habría espacio para la crítica constructiva, el pensamiento monolítico se asentaría dificultando cualquier avance social y perpetuaría las injusticias existentes.

 

Pero la teoría tan perfecta se desvanece pronto. El que suscribe, que en los lejanos años 80 era ya un idealista de esta vocación, se encontró, nada más acceder a la facultad, que el primer libro a leer fue “Los amos de la información en España” de Enrique Bustamante (1982). Un listado de quienes, o qué empresas, estaban en los consejos de administración de cada grupo editorial, radiofónico o televisivo y cómo incidía ese poder en sus noticias y opiniones. Un importante control de la información 40 años atrás que ahora resulta casi una nadería en la sociedad de la postverdad y las fake news. Las nuevas tecnologías han permitido que más gente pueda ser emisora de datos, veraces o no. Lo que debía ser una democratización de la libertad de prensa se ha transformado en uno de los retos más complicados de la sociedad actual. La prensa libre debe actuar como un guardián de la verdad, pero esto no es, ni mucho menos, fácil.

 

En el momento actual que vivimos, la tecnología permite que la desinformación y las noticias falsas se propaguen con una rapidez inusitada. Una situación que deja a los medios de comunicación en una situación crítica en la que poder decir la verdad, tras constatar los hechos, se hace más lento.  Estamos en un mundo en que hay entes periodísticos que se dedican a verificar informaciones que aparecen en las redes. Hasta este punto hemos llegado.

 

Quien busca siempre la verdad y un conocimiento íntegro ve en la prensa libre el instrumento esencial para que la sociedad esté debidamente informada. Sólo así, la ciudadanía puede tomar las decisiones correctas o pedir responsabilidades a sus líderes e instituciones. Es una herramienta imprescindible para supervisar las acciones de los más poderosos, para dar una voz a quien tiene algo qué decir, para disponer de un altavoz de opiniones diversas que enriquezcan a todos, para garantizar esa pluralidad de pensamiento que emana de una sociedad, afortunadamente, diversa. Y es, a partir de este diálogo, que se pueden sentar las bases para la resolución de conflictos al permitir la construcción de consensos entre partes que antes estaban distanciadas.

 

Carecer de una prensa libre real nos aboca a un mundo con la sociedad dividida y polarizada en el que no hay opiniones diferentes sino enemigos ideológicos a los que detener.

 

En este mundo en que la postverdad gana en presencia y, paradójicamente, en credibilidad, los hechos objetivos no importan tanto como las apelaciones a las emociones y creencias propias de cara a influir en la sociedad y generar corrientes de opinión.

 

La postverdad entra en nuestras casas a través de redes sociales en una sociedad que consume contenidos de forma muy diferente a cómo lo hacíamos hace apenas 10 años. Facebook, Twitter, Instagram, Tik Tok y la necesidad de saber lo antes posible sin valorar que alguien con la preparación adecuada analice y transmita fielmente la información está golpeando al periodismo libre y serio. Es la traslación al conocimiento general de la dicotomía gastronomía-fast-food. Hay que ver muchos tuits, posts o vídeos, aunque ninguno haya pasado un proceso mínimo de verificación mínimo ni provenga de una fuente oficial. Una situación que genera nuevos interrogantes al periodismo libre y serio sobre cómo recuperar su función en este mundo.

 

Todo esto ha llevado a sembrar una gran desconfianza hacia las instituciones, hacia los medios que no nos dicen lo que queremos oír. Una manipulación y polarización de la sociedad que socava los cimientos de la democracia. Algo debe ir muy mal cuando países con una cultura de libertad histórica han visto invadidas sus instituciones. Hace cuatro años vimos como una turba ocupaba el Congreso de EEUU por citar un ejemplo y no ha sido el único en estos últimos años.

 

La postverdad ha llevado a un cambio en la forma en que las personas consumen noticias. En lugar de buscar fuentes confiables y contrastar información, muchos optan por consumir contenido que refuerza sus propias creencias y prejuicios. Este fenómeno, conocido como “cámaras de eco”, crea un entorno en el que la desinformación puede prosperar.

 

Postverdad, fake news y una sociedad en la que impera la inmediatez antes que la verdad y la aparición de una prensa en la que el amarillismo alcanza cotas inusitadas han cambiado la imagen que la ciudadanía tienen de los medios. Lo que antes eran fuentes fiables ahora generan escepticismo, desconfianza y acusaciones de ofrecer una imagen sesgada de la realidad en base a unos intereses políticos y económicos.

 

Las ‘cámaras de eco’ o Teoría de la Selección de la Exposición que impera, en una sociedad en la que una mayoría no ve opiniones diferentes sino rivales o, directamente, enemigos ideológicos, es uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el mundo actual. Antes era habitual leer varios periódicos para contrastar como cada uno afrontaba una información. Ahora, apenas se ojea uno y, jamás, de una ideología diferente. Al someterse a estas ‘cámaras de eco’, la gente, simplemente, consume contenido que valida y refuerza sus creencias, ignora y contradice opiniones diferentes a pesa de que puedan estar basadas en informaciones veraces. Todo ello genera una corriente de opinión en donde no se acepta la disensión polarizando la sociedad y negando la oportunidad a un diálogo.

 

¿Y qué decir de las fake news? Otro elemento distorsionador de la realidad que sirven para fines ocultos como incidir en la opinión ante unas elecciones o, simplemente, para ganar seguidores en las redes y disponer así de más poder como líderes de opinión. Mientras en este segundo caso el daño real es el del incremento del poder de gente con escrúpulos discutibles, en el primero hay una intencionalidad política clara que cuesta mucho dinero para poder incidir en determinadas áreas geográficas. Que nadie piense que estas fake news son inocentes ni gratuitas.

 

¿Qué opción tenemos ante esta situación? Hay teorías de la comunicación de antaño que habría que desempolvar y asumir. La teoría de la responsabilidad social de los medios de comunicación sostiene que estos tienen ante la ciudadanía una obligación ética y social. Deben realizar una función informativa proporcionar datos precisos, veraces y relevantes para que la sociedad pueda tomar decisiones debidamente informada. También deben acoger opiniones diversas y dar voz a quien tenga algo importante que decir. Deben ser medios que eduquen al público en temas decisivos y fomenten el espíritu crítico. De esta manera se contribuye al bien común abordando problemas sociales, promoviendo valores democráticos y fomentando el diálogo.

 

También deben incluirse métodos de autorregulación, como códigos éticos y deontológicos. Deben ser medios que rindan cuenta ante unas audiencias que, cada vez, serían más cultas y exigentes. Los medios deben ser conscientes de su poder y ser responsables de ello.

 

Pero en esta labor los periodistas no deberían estar solos. Mientras los principales líderes de opinión, básicamente políticos, busquen la confrontación directa con un diálogo cada día más agresivo contra sus rivales y ejerza la máxima presión sobre los medios de comunicación afines, la posibilidad de tener una prensa libre y veraz será muy complicada.

 

Por ello la reflexión a la que invito es que cada cual se pregunte qué puede hacer para rebajar la tensión social actual desde su campo y así permitir a la prensa que haga la labor social que debe. Y no hace falta aquí ser un político para dejar de menospreciar al rival. Puede bastar el simple hecho de, ante un comentario de un vecino de carácter tendencioso, preguntarle si alguna vez constata de quién se informa, si comprueba que sus datos son verdaderos, si ha analizado pormenorizadamente lo que dicen quienes opinan diferente. Hay muchas vías para tratar de rebajar el enorme (perdón por la expresión) cabreo generalizado existente. Seguro que sabremos encontrar alguna.

 


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