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“14 de febrero: San Valentín”

Un artículo de Victoria Florit

(Foto: PIXABAY)

San Valentín ha estado rodeado de tradiciones desde hace siglos. Y una de ellas comenzó al entregar tarjetas con declaraciones de amor en este día. Del siglo XV se conserva una del duque Carlos de Orleans en la que escribió un poema a su esposa y a la que se refería como “Mi Valentín”. Esta tradición se pondría de moda en Gran Bretaña y Francia en el siglo XVIII. Pero fue su expansión a Estados Unidos lo que provocó el inicio de lo que es hoy una fiesta comercial universal.

Esther Howland estableció una fábrica para la producción de tarjetas de San Valentín en 1849, que se convertiría en un auténtico fenómeno social y económico, a la que se unieron otros regalos, siendo ahora los más populares las flores o los bombones. A España el boom comercial llegó a mediados del siglo XX gracias a Pepín Fernández, fundador de Galerías Preciados conocidas muy bien por los de mi edad  (comprado hace algunas décadas por El Corte Inglés), con un anuncio en el diario ABC en el que animaba regalar el 14 de febrero, el “día de los enamorados”.

Pese a que lo comercial ha diluido mucho el sentido de la fiesta religiosa de San Valentín, la realidad es que la Iglesia no ha olvidado a este santo mártir de los primeros siglos, cuyo ejemplo de vida que ha llegado hoy a través de tradiciones populares sigue sirviendo de mucho a los enamorados que algún día quieren recibir juntos el sacramento del matrimonio. Así, por ejemplo, en 2019 el entonces obispo de Alcalá, monseñor Reig Pla, escribió una “Carta a los novios” el 14 de febrero dotándole de un sentido sobrenatural a la fiesta.

San Valentín, obispo y mártir, nació en Terni, ciudad situada a cien kilómetros de Roma  en el 175 d.C. Valentín dedicó toda su vida a la comunidad cristiana que se había formado en la ciudad  donde arreciaba la persecución contra los seguidores de Jesús. El eco de los clamorosos milagros realizados por el santo llegó hasta Roma y se difundió pronto por todo el imperio. Su nombre está siempre unido al amor por un episodio que en aquel tiempo fue muy clamoroso: cuenta la tradición que San Valentín fue el primer religioso que celebró la unión entre un legionario pagano y una joven cristiana. La ciudad de Terni todavía hoy conserva los restos mortales del obispo.

Hoy, cuando se utiliza la figura de San Valentín como referencia al día de los enamorados, conviene distinguir bien qué es el amor para que no sea distorsionado por el reclamo del consumismo. Amar no es sólo ni fundamentalmente un ‘sentimiento’ como se afirma con frecuencia en la cultura ‘emotivista’ en la que vivimos. ‘Amar es desear el bien a alguien’ es, por tanto, ‘un acto de voluntad que consiste en preferir de manera constante, por encima del propio el bien, el bien de los demás’ (Papa San Juan Pablo II, en el nº 5 de la XIX Jornada Mundial de la Juventud de  2004). Los sentimientos, que como todo lo humano son importantísimos, están llamados a integrarse con la voluntad para hacer el bien al otro.  Y además, concluía así su carta el obispo: “Os invito a aprender a amar y a crecer en el amor -que, como sabéis, siempre es concreto y desciende al detalle de la vida cotidiana- yendo  a la escuela de la Virgen de Nazaret para aprender a amar a Dios y al prójimo, y a estar siempre disponibles para realizar la voluntad de Dios’ .  “ Os recuerdo que el noviazgo es un tiempo de discernimiento que debéis vivir con la gracia de Dios y guiados por la virtud de la castidad. Cuando contraigáis legítimo matrimonio, amaros implicará, como grave obligación de justicia, entregaros totalmente el uno al otro al modo humano con el lenguaje del cuerpo y abiertos generosamente al don de la vida. Si no estáis dispuestos a donaros incondicionalmente, en cuerpo y alma y siempre según la voluntad de Dios, el matrimonio se verá privado de su razón de ser”. 

Todas las personas han sido creadas por Dios con la vocación original al amor.  Que San Valentín os conceda la gracia de descubrir el verdadero amor que dé sentido a vuestra vida, porque como nos enseña San Pablo, el amor, participado de Dios, ‘es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta’”.

 


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