Cuando a día de hoy asistimos a un presidente de los Estados Unidos que amenaza y chantajea con subir aranceles y a poner en jaque a la comunidad internacional, no debemos olvidar que no es algo nuevo. En el pasado ya sucedió en otro contexto bien distinto, aunque el dedo señalaba amenazante en el mapa en dirección al puerto de Mahón.
En diciembre de 1898, en un hotel de París, se firmaba un tratado que marcaría un antes y un después en la historia de España y de su imperio colonial. El Tratado de París ponía fin a la Guerra hispano-estadounidense —conocida popularmente como la Guerra de Cuba— y suponía la pérdida definitiva de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam para el debilitado Estado español. Pero lo que pocos recuerdan es que, en aquel tenso proceso de negociaciones, las Islas Baleares —y en particular Menorca— estuvieron muy cerca de convertirse en objetivo militar de los Estados Unidos.
El ultimátum de Washington fue claro: si España no accedía a ceder Puerto Rico, Filipinas y Guam, la armada estadounidense atacaría las posesiones españolas en África y en el Mediterráneo, incluyendo las islas Canarias… y las Baleares.
El puerto de Maó, uno de los enclaves estratégicos más valorados del Mediterráneo por su profundidad natural y su capacidad de resguardo, estuvo en el punto de mira. Su posición lo convertía en un objetivo de alto valor militar, especialmente para una potencia como Estados Unidos, que ya en aquel momento tenía intereses de expansión en la región. Esta amenaza, aunque no se ejecutó, era tomada muy en serio por la diplomacia de Madrid, más aún considerando el pasado británico de Menorca, que entre 1708 y 1802 había sido ocupada por el Reino Unido en distintas etapas. No era descartable que una nueva potencia naval se hiciera con el control del puerto.
En aquel contexto, la reina regente María Cristina, desesperada por el rumbo de las negociaciones y temiendo una invasión que pondría en riesgo no solo territorios lejanos, sino el propio territorio peninsular e insular, ordenó a sus representantes en París que dejaran de lado cualquier intento de resistencia y firmaran todo lo que los norteamericanos pusieran sobre la mesa.
El interés estadounidense en la zona venía de lejos. Desde principios del siglo XIX, sus navíos comerciales navegaban por el Mediterráneo, y la presencia de su flota era constante. Además, el precedente de 1873, cuando el líder de la revolución cantonalista de Cartagena, Roque Barcia, pidió ayuda a la armada estadounidense y ofreció incluso la incorporación de la ciudad al Congreso de los EE. UU., estaba aún fresco en la memoria diplomática.
Con la flota española destruida en Santiago y Cavite, la amenaza de un ataque naval en el Mediterráneo era más que una táctica de presión: era una posibilidad real. Y Menorca, con su valor estratégico, estaba entre los principales puntos señalados.
Finalmente, el Tratado de París se firmó el 10 de diciembre de 1898, sellando la pérdida del imperio español de ultramar. Pero el episodio dejó una huella silenciosa en la historia de Menorca: durante unos días de incertidumbre internacional, el puerto de Maó estuvo a un paso de convertirse en escenario de guerra y en pieza de cambio (de nuevo) en el tablero geopolítico trazado por los Estados Unidos.