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“El golpe”

Un artículo de Adolfo Alonso

A oscuras.
A oscuras.
Iluminados con velas en el interior del hotel de Móstoles. (Foto: ADOLFO ALONSO)

Es el título de una película, pero yo lo voy a utilizar para definir el apagón de esta semana, porque realmente fue de golpe y fue un golpe.

 

Se ha escrito mucho en prensa, antes que yo haga este artículo, pero créanme, no he leído nada. Prefiero contar mi experiencia y después comprobar mi coincidencia o discrepancia con los análisis. Lo mío es una crónica de lo cotidiano y una explicación del efecto de un golpe de este tipo en la vida usual de todos. Son pequeñas cosas que pueden dar idea de lo que es una situación de apagón de este tipo y me parece interesante escribirlo porque en Menorca no se vivió, y esto quizá puede dar idea de detalle práctico y apartarnos de la discusión de si la culpa es de las nucleares, si de las nuevas energías o de las tesis belicistas y conspiranoicas. No deja de ser un testimonio más de los publicados, pero escrito en primera persona. Tampoco es una invitación a comprar la mochila de supervivencia ni ponerse a fabricar refugios pluridefensivos. Estamos viviendo lo que parecen tiempos nuevos, diferentes a los vividos en el siglo XX, y la misma lucha por cambiar el equilibrio de poder en el mundo, pero de otra forma.

 

Subo al avión en Menorca para ir a Móstoles, pasando por Madrid. En el Aeropuerto de Barajas, está esperándome Juanma, el chófer, para llevarme directamente. Estamos en torno a las 11 de la mañana, y llegamos al hotel sobre las 11, 30. Check in normal, habitación en el tercer piso, ascensor con las maletas, abro la habitación con la llave electrónica, y vuelvo a bajar con el teléfono y el ordenador a la zona de recepción para trabajar. Entre las 12 y 12,30,  no se decir exactamente la hora, y cuando me disponía a configurar el wifi del hotel, de repente se detiene la operación. Lo vuelvo a intentar y no accedo. Pienso que es un problema de configuración y lo intento con mi teléfono móvil. Tampoco lo consigo. Y entonces ya empiezo a plantearme que está pasando algo en serio. No consigo conectar por teléfono, y solo consigo comunicarme con Menorca, para preguntar si está pasando algo con la luz en las isla, pero no en Movistar. No, no está pasando nada, pero en la península sí. Comienzan a moverse por recepción los empleados del hotel, con linternas, y suben las escaleras, van a los cuartos de baño, y en definitiva algo pasa.

 

Ya el hotel está parado en su actividad ordinaria. Baja una empleada diciendo que ha revisado los ascensores y que afortunadamente no hay nadie. Comienzan a transmitirse noticias por el boca a boca, y se dice que es un apagón general en toda España y que afecta también a países de fuera, se habla de Portugal, se habla de Andorra, Francia, Suiza, y otros. Obviamente el punto en el que estamos no es normal y, la verdad, la primera idea que me viene a la cabeza es un ataque terrorista, y la sensación de indefensión. O sea, pienso, unos tíos han sido capaces, con un toque en algún lado, de dejar sin luz a todo un país. Los camareros empiezan a hablar de ciberataque, yo casi no sé ni lo que es un ciber por lo que no paso de la primera palabra, pero entiendo que lo que quieren decir es que se trata de una actuación mediante la red de internet, que ha permitido acceder a puntos de seguridad que garantizan el suministro de la energía. Salgo a la calle, la gasolinera de enfrente no puede servir combustible. Los motores de los surtidores no funcionan. Se dice que en Madrid los semáforos no van.

 

Los camareros siguen tomándose el corte de luz con sentido del humor y bromas. Pero yo no, porque lo que veo no es un corte de Luz, sino el caos general, y la sensación de indefensión frente a esta situación me pone en alerta seria, que se incrementa cuando voy al comedor y me dicen que no me pueden hacer comida porque no funcionan los fogones ni los servicios de cocina y que los frigoríficos tampoco pueden conservar el calor de los alimentos. Pienso en las farmacias y en los hospitales, en los quirófanos y quiero aceptar que todo el mundo tiene generadores de electricidad propios, pero ¿cómo funcionarán si no hay electricidad?. Pan con pan de sándwich frío porque se acaba el pan de horno. No se puede fabricar, con pavo y queso. No se puede tomar café. No funciona la cafetera. Imposible salir del hotel. No se pueden llamar taxis, y una situación de este tipo a medida que la tarde vaya entrando será complicada de resolver.

 

Coches de bomberos y ambulancias, pasan con sus sirenas. Intento volver a trabajar, pero el ordenador se va quedando sin batería y no hay posibilidad de recargarlo. Además, necesito lo que me queda de batería para cargar la del teléfono móvil. Después de todo, yo estoy atrincherado. Es decir, estoy en un hotel y no me ha pillado en una situación de viaje o comprometida como el metro, los aeropuertos, las estaciones, los trenes o los aviones.

 

Confío, pienso que al día siguiente todo esté resuelto porque, si no lo está, los coches no tendrán gasolina, no podremos movernos, los aviones no tendrán combustible, los trenes no podrán transportar a la gente al trabajo o a donde sea, los niños en el colegio ¿cómo van a comer o que pasará con sus padres.? Es el caos total lo que nos ha venido. Y claro, vuelve a la cabeza, toda la tralla que estamos teniendo, desde Gaza, hasta Trump, la emigración, la DANA, Paiporta, las Rodalies catalanas, la Renfe, la violencia, la post verdad, las paranoias, las ofertas de refugios, los kits de supervivencia, el miedo como factor de comercio y de riqueza, con necesidades provocadas, innecesarias, y digo bien.

 

Llegaron noticias de que tardarían en reparar aquello entre seis y 10 horas. Era una esperanza, pero también podría ser una mentira piadosa. Nada de agua caliente, un hilo de agua. La opinión general era que se trataba de un sabotaje y como nadie puede hacer nada, resignación y a ver cómo se sale de esta. Es lo que están consiguiendo, no un pueblo cívico, sino un pueblo resignado que sabe que no puede hacer nada y la sensación es la de que, antes de que venga la bomba de sabe Dios dónde, vamos a disfrutar de la vida que son dos días.

 

Estaba yo en estas reflexiones cuando al hotel llega un autobús de jubilados chinos, cargados de supermaletas pesadas y rígidas, de ruedas. Unos cuarenta, con la guía 41. Imposible hacerles el check in, imposible mantenerlos en la recepción. Hablan muy alto, así que todos para arriba andando y cargando las maletas. La buena noticia fue que les hospedaron rápidamente,  la mala fue que los hospedaron en el tercer piso, y los ruidos de las maletas cayendo por las escaleras y los gritos de los chinos se oían en todo el hotel. Hay que contar que, aunque había aún luz natural,  la primera parte de las escaleras estabn a oscuras. Supongo que para ellos sería como subir al Himalaya. Lo bueno es que lo consiguieron, lo malo es que los hospedaron en mi planta y su concepto del silencio en los hoteles y el mío no eran coincidentes.

 

A la hora de la cena se volvió a complicar la situación porque ya la luz natural desaparecía, de forma que, mientras en la calle aún había visibilidad, dentro había penumbra. Por supuesto, seguíamos sin cocina y las cervezas empezaban a estar calientes y esto ya si resultaba preocupante para muchos de los clientes del hotel, las enojosas cervezas calientes digo. Estábamos abajo en la cafetería, y nos trajeron velas para iluminar las mesas. Una cena romántica, después de todo, aunque uno consigo mismo. Por fin, las noticias que llegaban, siempre por el boca a boca, decían que los pueblos de la zona iban recuperando uno por uno la luz, y sobre las 9 de la noche se restableció el suministro eléctrico, pero no el teléfono. Tras el reseteo parece que ya se solucionó la situación.

 

A la mañana siguiente no pude pagar el hotel con visa, no funcionaban los datáfonos hubo que enviar un enlace al teléfono para pagar; no le pude pagar a Juanma un trayecto porque no le funcionaba el datáfono, aunque había tenido suerte porque el día anterior en Barajas le contrataron para ir a Alicante con la suerte de que antes de recogerme a mí el día anterior había llenado el depósito de gasolina y pudo ir y volver. No pude tomar café porque no se podía pagar con visa en la cafetería, y las colas de la gasolinera para repostar llegaban cientos de metros hacia la calle.

 

Esto no fue nada en comparación con lo que otros vivieron y murieron, pero algo nos pone muy claro, nuestra vulnerabilidad. Ejemplifica la cantidad de consecuencias, por mínimas que sean y su importancia, y nos da idea de todo lo que puede generarse como consecuencia de una situación prolongada de este tipo.

 

Un solo punto de conflicto puede tumbar a todo un país. Si esto no ha sido queriendo, podría serlo, y lo mismo pasa con el agua y otros elementos, por lo que es necesario poner inmediatamente, en marcha un plan de contingencias, incluso mientras se discute cuál es la causa. Porque si fue un ataque terrorista, malo, pero si no lo fue también, porque no estamos preparados para suplir estas deficiencias.

 

Estamos en peligro, obviamente, tremendamente vulnerables y la sensación que tengo es que no se tiene prisa en saber qué ha pasado y cuál ha sido la causa, mala una y mala otra.

 

 

 


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