El nuevo premio Princesa de Asturias de comunicación y humanidades, Byung-Chul Han, es un filósofo católico surcoreano, que estudió metalurgia antes de hacer filosofía y teología. Creo que fue listo porque dejó la carrera de metalurgia en la Universidad de Corea después de haber provocado una explosión en su casa y se marchó a Alemania sin saber ni una palabra de alemán. Quería, según dice, hacer literatura pero tenía el problema del idioma, así que se decantó por la filosofía porque “para leer a Hegel basta con leer una página al día”. Tipico pensamiento confuciano, minimalista. Su pensamiento se basa en ideas de fuerza como la «sociedad del cansancio» (Müdigkeitsgesellschaft), y la «sociedad de la transparencia» (Transparenzgesellschaft). Vivimos en una ficticia y casi obscena transparencia a expensas, dice, de la vergüenza, el secreto y la confidencialidad. Él, un tímido, introvertido, que lleva la timidez a su valor supremo, y que se negaba a dar entrevistas, o a desvelar datos personales, y que se rebela contra el capitalismo digital y toda tecnología que nos venden. O sea lo contrario que lo que ahora manda.
Este es el personaje, una mezcla de estructura mental oriental formada e inadaptada a las estructuras europeas y germánicas, de religión católica y estudioso de la teología que con 66 años no descarta hacerse sacerdote, sin que considere que existe ningún conflicto entre su filosofía y su religión.
Estaba reflexionando sobre el artículo de esta semana. Repasando las noticias, o viendo lo que me impactaba, pero en realidad todo es más de lo mismo, para todos. Cada vez volvemos más al Siglo de Oro y la corte de los milagros o los pícaros. Aquel tenía gracia, pero hoy tenemos un panorama existencialista, llamado a la angustia camusiana, como forma de expresión, y casi al suicidio intelectual, como forma de liberación a lo Sartre. Hoy es ser gótico o zombi
Mejor no pensar. Podríamos pensar, pero pensemos que no pensamos, como medio de supervivencia y de defensa, de vencer el miedo ante la absoluta inutilidad del ser social colectivo metido en el barro, el túnel ferroviario oscuro sin salida, la destrucción colectiva o individual. Están pasando demasiadas cosas, en el mundo del siglo XXI, dentro de una evolución que impregna olores de pesimismo, como para poder adivinar dónde terminará este periodo de la historia. Y aquí el pensamiento de Byung-Chul Han, nos introduce un quiebro:la esperanza como antídoto del miedo.
Schopenhauer sugirió que nuestra vida está marcada por expectativas, proyectando nuestro ser hacia un futuro incierto y lleno de deseos. Julieta Lomelí incide en que esta visión del ser humano, como un ente de esperanzas, encuentra eco en el pensamiento del filósofo Byung-Chul Han. En su obra «El espíritu de la esperanza», reflexiona sobre cómo la esperanza puede ser un remedio ante la desesperación y la parálisis del presente, proponiendo un camino hacia la acción y la conexión con los demás.
Pero fijémonos. Vivimos en el futuro. Yo mismo, en este articulo, acabo de expresar mis dudas sobre el futuro a partir del presente que también vivimos. No somos capaces de vivir solo nuestro presente, el pesimismo del presente, también vivimos en el futuro, y ¿para qué? El filósofo alemán Arthur Schopenhauer creía que, por medio del pensamiento, velamos por nuestro futuro e incluso enarbolamos los planes más ambiciosos, viviendo imaginariamente en un tiempo del cual no tenemos certeza de si llegaremos a habitarlo o no. Es dicho pensamiento el que nos lanza —escribe el filósofo— a «los preparativos más artificiosos, barajando nuestros motivos con mucha anticipación y analizando, por medio de la capacidad reflexiva, qué camino nos convendrá más tomar para lograr nuestros fines ». El ser humano vive en el futuro. Su presente solo parece tener sentido si ve en él una ventaja frente al tiempo venidero. Todo hombre y mujer es homérico. Vive la odisea del camino que le llevará a Ítaca, sin saber ni dónde está la isla mágica de los sueños, o Camelot. Se encontrará en el presente con sirenas, y Polifémo, con vientos, que vivirá por el futuro que espera ha de llegar, lleno de expectativas. Ese futuro que no sabemos si existirá para cada uno, nos tiene expectantes.
Pero hay que vivir el presente, un presente que no es igual al pasado siglo XX, sino que nos pone un mundo en fuego con muchos focos de hogueras, y que debe llevar hacia algún lugar final. En estos tiempos actuales que tenemos que vivir, pesimistas, la esperanza es una cuerda para no hundirnos en el pozo de la crisis y del pesimismo. En palabras de Byung-Chul Han, «la esperanza más íntima nace de la desesperación». Este siglo no está exento de ella. Es imposible transcurrir por la vida sin el agobio vital en el que parece que cualquier antigua certeza se desmorona. Parece que volvemos a la gran duda existencial de Descartes. Ahora ya no vale el “cogito ergo sum” porque debemos ponerlo en duda. La certeza de algo hoy viene de la esperanza, que es la única que en el presente nos puede ayudar a vivir. No es a donde llegaré, sino como vivir el presente.
Para Han, la esperanza es una respuesta ante la pasividad, el nihilismo y la abulia, una medicina ante el miedo y contra la soledad, porque nos lleva a la comunicación y a la relación con nuestros semejantes al trato positivo. «La esperanza no aísla a las personas, sino que las vincula y reconcilia». Asimismo, la esperanza combate las expectativas meramente monetarias, y nos proporciona una vida con tiempo para ser vivida, para amar y construir un sentido común que no necesite el consumo exacerbado de recursos naturales y personas, que no es el modelo de la “Hoguera de las vanidades”, que ahora parece que se ha inculcado en los más jóvenes.
Hablaba con una amiga y le decía, con la “Inteligencia Artificial “El planeta de los simios” se va a hacer real, basta con introducir un chip en “César” el líder, en su cerebro que le permita trasladar sus estímulos a un ordenador que sea utilizar y comprender, y ya no necesitará adiciones. Mi amiga me decía que «antes vendría el gobierno de los Psicópatas Narcisistas, fenómeno en aumento, y después el de los simios. Este pesimismo es el que la esperanza de presente debe superar, porque la esperanza es contraria al miedo y a la angustia; estas «tienen cerradas las puertas al futuro como ámbito de posibilidades. No son previsoras ni tampoco visionarias». En cambio, la esperanza nos da una óptica del futuro, nos abre las puertas a lo que aún no nace, a lo que podría nacer, a lo que aún se está gestando y podría —o no— funcionar.
La esperanza confía, pero sin ser ingenua. Es proactiva en construir un futuro. Es valiente porque no permite sucumbir a la fatalidad, incluso, del peor problema. La esperanza «nos permite actuar aunque haya cosas que no sepamos. Nos lanza a entablar una relación positiva con el otro, aunque no lo sepamos todo de él. La confianza nos permite actuar aunque haya cosas que no sepamos. Si lo supiéramos todo, no haría falta confiar». «El sujeto de la esperanza es un nosotros», dice Han.
Frente a los continuos artículos que todo lo exponen, en los que una y otra vez caemos con nuestras críticas a una sociedad que comenzamos a no entender, que no se soluciona con nuestras razones y que no cambia y que nos enseñan un presente pesimista, es necesario reivindicar la esperanza de Byung-Chul Han, practicarla y buscar en el presente aquello que como a él en su casa, nos permita cultivar un jardín.