Tiempo ha, escribí un artículo en el cual intentaba explicar que la expresión más reiterada en los diálogos dramáticos exhibidos en películas y series de televisión era “¿estás bien?”. En cualquiera de las situaciones de ficción en que un personaje se caía de una escalera, tropezaba por una calle en pendiente, se quemaba con el aceite hirviente en una cocina, lo atropellaba un tranvía o le disparaban un tiro a bocajarro, inmediatamente aparecía otro personaje, agachado a su vera, que le soltaba la susodicha pregunta: “¿estás bien?” Lo afirmé en aquella ocasión y se lo recuerdo: presten atención y verán como dicha cuestión interrogativa aparece cantidad de veces en cada uno de los films o series que ustedes están observando, sea en un cinematógrafo o sea en su mullido sofá frente a un televisor.
Pues bien, hoy les traigo a colación la segunda de las expresiones más utilizadas en las citadas ficciones: “Tranquilo: ¡todo irá bien!”.
En un cincuenta por ciento de las circunstancias, dicha admiración suele expresarse justo después de la absurda demanda de si el personaje está bien. Así, el diálogo que se produce es el siguiente: “¿estás bien?” (cuando el caído de la escalera, el tropezado por la calle en pendiente, el quemado con aceite hirviente, el atropellado por el tranvía o el disparado a bocajarro está hecho un desastre, un guiñapo, una auténtica ruina, vamos… y, evidentemente, no está en condiciones de decir esta boca es mía ni nada que se le parezca); y a continuación el personaje que lo atiende, el que sí que está bien, le susurra al oído con rostro bien intencionado: “Tranquilo: ¡todo irá bien!” y se queda tan fresco; el interrogador, no el maltrecho que está hecho cisco. En otras ocasiones, el preguntón permuta el verbo ir por el de salir, por lo que la oración queda tal como “¡todo saldrá bien!”. Insisto, si ustedes fijan su atención en las escenas que reproducen este tipo de percances dramáticos, verán que no les miento.
En realidad, si nos centramos en las dos expresiones citadas observaremos que ambas se sumergen en un absurdo irracional e incoherente digno de estudio. Preguntarle a alguien que acaba de sufrir un trauma considerable si está bien merecería una respuesta por parte del damnificado del tipo de “¿tú que crees, gilipollas?”
Precisamente, por este motivo, los deteriorados prefieren no responder a tal provocación y se hacen el muerto (eso los que todavía respiran algo). Por otra parte, cuando los ingenuos y patosos bienhechores rematan su labor con el consabido “¡todo irá (o saldrá) bien!” los agónicos o malheridos cogen un cabreo de mil demonios porque saben, a ciencia cierta, que la leche que han sufrido les va a dejar o bien difuntos o, en todo caso, muy mal parados, o sea, muy jodidos (eso, insisto, los agónicos ya que los finados no están por hostias y no se inmutan lo más mínimo).
Habitualmente, la escena siguiente se resuelve o bien en una UCI de un hospital (o en una habitación con abundancia de jarrones con flores y con monitores cableados a porrillo) o, en su caso, en una capilla mortuoria o bien en el camposanto donde unos funcionarios lanzan paladas de tierra a una siniestra zanja mientras algunos familiares (todos con gafas de sol incorporadas, eso sí) lanzan florecillas encima del sarcófago donde reposa el que no estaba bien, aquel a quien ni todo ni nada le ha ido (o salido) bien.
Créanme, vayan ustedes al cine o vean películas o series por televisión. Estén atentos a la pantalla y sobre todo agudicen el oído, y juzguen por sí mismos. Me darán toda la razón, seguro.
¡Que ustedes lo pasen bien!
PS. Por cierto, ¿alguien cree que en los Estados Unidos de Donal Trump (para poner un ejemplo) todo irá bien?