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Juego

Un ‘abrazo de sal’ de Lola Maiques Flores


Cae en mis manos el segundo número de “s’Ullada”, una revista que confecciona la Residencia Geriátrica y Centro de Dia Sant Lluís para dar a conocer el día a día de sus residentes y profesionales y, de paso, acercar la realidad del envejecimiento saludable a la sociedad.

En la sección “Sa nostra gent, cara a cara” (Nuestra gente, cara a cara), Pilar, una de las profesionales del centro, y Àgueda, una residente centenaria, responden un breve cuestionario. Se les pregunta, entre otras cosas, lo que añoran de su infancia. “Les jugades al carrer” (jugar en la calle), contesta Pilar; “no ho record gaire després de 100 anys, però les estones que podia jugar” (casi no me acuerdo después de 100 años, pero los ratos que podia jugar”), afirma Àgueda.

No pasa desapercibido el matiz que introduce ese “los ratos que podía jugar.” Cuando Águeda era pequeña, a principios del siglo XX, en Menorca, en España, la abrumadora mayoría de los niños jugaban si las labores del campo o de la casa se lo permitían. No existían los cientos de juguetes que existen ahora ni el acceso universal a la educación y la sanidad ni tantas otras comodidades que ahora nos parecen irrenunciables. Pero Águeda jugaba, y cien años después, ese tiempo de juego lo recuerda y lo añora.

El sencillo “jugar en la calle” de Pilar nos trasporta a un tiempo en el que el juego, en casa y en la calle, estaba normalizado y formaba parte del día a día del niño, de su proceso de aprendizaje y socialización. Pilar jugaba en la calle y esos momentos, amalgama de diversión y sensación de libertad, destacan entre sus recuerdos de infancia y los añora.

De un tiempo a esta parte, la aceleración del ritmo de vida y/o la deshumanización del espacio urbano (afortunadamente en reversión), han puesto complicado lo de jugar y hacerlo en la calle se antoja ya un lujo al alcance de pocos. Pero si preguntásemos a cualquier adolescente que le gustaba de la etapa que acaba de cerrar, si preguntásemos a cualquier niño que es lo que más le gusta de su vida, intuyo que la respuesta sería muy parecida, sino idéntica, a la de Pilar y Águeda: jugar.

Dejemos jugar a los niños y juguemos nosotros también, con ellos y con nuestros iguales. Seamos audaces, libres y creativos como cuando jugábamos en casa o en la calle, solos o con nuestros amigos. Porque de eso se trataba, de eso se trata: ir más allá de la realidad que nos envuelve, inventarnos normas y procesos, cambiar unas y otros para que jueguen más (o menos) jugadores, negociar, aprender. Juguemos siempre: para crecer, para madurar, para envejecer, para estirar el tiempo y la alegría.


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