Ganó Biden y se allana el camino hacia el futuro globalista y controlador de los ciudadanos que marca el Foro de Davos con el Gran Reseteo. La excusa ideal para su implantación ha sido, según dicen, la aparición de la pandemia.
Nada más declarar a Biden presidente el día 6 de enero, al día siguiente, Twitter se ha apresurado a suspender la cuenta de Donald Trump con casi 89 millones de seguidores, casi el doble de habitantes de España.
Censurar al presidente saliente, aún después de condenar el asalto al Capitolio, es un acto reprobable que define esta nueva época macada por un mayor control de la población en todos los sentidos. Esta próxima sociedad distópica significará un control de movimientos, de la privacidad, de la educación, de nuestro gasto y, como vemos, también de nuestras opiniones. Un ejemplo de lo que nos viene es el modelo chino de recompensa o castigo social, en función de lo que diga el algoritmo que haya monitorizado nuestro comportamiento.
Twitter no es el único que censura. Un gran número de canales de Youtube con opiniones consideradas no aptas han sufrido cierres desde la aparición de la pandemia. La picaresca de los youtubers para evitar la suspensión alcanza tintes cómicos, haciéndoles emplearse a fondo para nombrar algo sin nombrarlo, al estilo de Ángel Nieto que, por superstición afirmaba que había ganado 12 + 1 mundiales de motociclismo.
En esta labor de censura, los gigantes tecnológicos no están solos. Están protegidos por los gobiernos. Tras los atentados de las Torres Gemelas en 2001, Bush les dio libertades para el control y monitoreo de las comunicaciones. Más tarde, Obama amplió su protección asignándoles la condición de publicadores y no de editores. Esto significó que no son eran responsables penales de lo que se publicara en sus plataformas. Hoy vemos que no es cierto puesto que tienen el poder de censurar los contenidos.
Pero Twitter y Youtube son empresas privadas y son libres de coartar la libertad de expresión por mucho que sea una acción reprobable. En mi opinión es un error de bulto y será la demanda la que les censurará a ellos. Será cuestión de tiempo que vayan creciendo otras plataformas más transparentes, como Parler que está creciendo de manera importante en los últimos meses.
Todo parece tener estar orquestado. No es casualidad que en España se haya creado recientemente el llamado “Ministerio de la verdad” para vigilar los medios de comunicación. Lo preocupante es que esta vez no es una empresa sino un Gobierno el que dice qué se puede opinar y qué no, vulnerando un derecho constitucional como es el de la libertad de expresión que, mientras se respeten unos límites, puede ser ejercida por cualquier ciudadano. Se ataca un derecho fundamental pero no pasa nada.
Decía Evelyn Beatrice Hall: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. En esta era orwelliana que empezamos, la traslación de esta belleza ideológica dará paso a defender hasta la muerte el derecho a no decirlo, es decir, a censurarlo y eliminarlo, sin más, si no interesa.