Paciencia. Eso es lo que necesitamos, santa paciencia, para afrontar esta Semana Santa, en la que, por segundo año, los pasos de las cofradías no recordarán las tribulaciones del Jesús de los cristianos. Nuestros pasos- los que nos dejen dar y, sobre todo, los que no nos dejen dar- sí recordarán estos meses de zozobra, en los que las certezas no aguantan más allá de unas horas.
Basta un ejercicio retrospectivo, corto en espacio y tiempo, para corroborarlo. En una misma semana hemos confirmado que los peninsulares no pueden venir de turismo a Baleares, pero sí los alemanes, y hemos visto como el cierre perimetral acordado para estas fechas por gobiernos central y autonómicos, que reduce los desplazamientos a motivos excepcionales, se ha traducido en un incremento de las frecuencias de vuelo hacia el Archipiélago.
Un martes nos desayunábamos con la prohibición de los viajes interislas -cuatro islas, pack de conveniencia, que permite aplicar las mismas restricciones en islas con diferentes situaciones sanitarias, como si fuesen un único territorio, que, llegado el momento, no lo es-, y el menú era el contrario al día siguiente: podíamos viajar entre Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera, y en Palma, incluso recorrer calles y plazas que hoy iban a llamarse de una manera y mañana vuelven a denominarse como hasta ahora.
Si ampliamos el radio, ahí está Cataluña con ganador electoral, pero sin acuerdo de investidura ni de gobierno porque, según parece, JxCat quiere que se reconozca la autoridad de Puigdemont; Madrid, en campaña, después de debatirse entre adelanto electoral o moción de censura; la final de la Copa del Rey entre Athletic y Real Sociedad anunciada con público, que se jugará finalmente con las gradas vacías; el concierto de Love of Lesbian, con 5.000 asistentes, sin distancia social.
El coronavirus no sólo ha arrasado vidas y desplomado el PIB. Sus secuelas trascienden el ámbito sanitario, económico y social, para lastrar liderazgos y toma de decisiones, obligando a la ciudadanía a un largo año ejercitando la paciencia: 8M sí, 8M no; mascarillas sí, mascarillas, no; estado de alarma sí, estado de alarma no; vacunas sí, vacunas no; bares sí, bares no; deporte sí, deporte no, espectáculos sí, espectáculos no; público en los estadios sí, público no; cuatro, seis, diez personas, uno o dos núcleos de convivencia…
Cuando no, sin paliativos; cuando sí, con restricciones. Una suerte de realidad binaria, cero/uno, vida limitada a fuerza de normas cambiantes que, por su incongruencia, su ineficacia o su eficacia no siempre probada, generan un cansancio infinito, como infinita, santa, la paciencia de la que hay que hacer acopio para seguir lidiando con la pandemia.
“RESILIENCIA”… del inglés resilience, y este derivado del latín resiliens, femenino, capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos… Veis cuan fácil es usar la palabra correcta, cuando se quiere, en vez de usar palabrejos fuera de onda de tinte confesional? … aunque no deja de ser un buen artículo, citando todas las cuitas que padecemos LA TOTALIDAD de los ciudadanos, culpa de esta pandemia que nos ha enviado -como las plagas- ese inexistente dios de los que se denominan cristianos, el muy cabrón, hay que hacer notar que el uso y abuso de iconos de la semana santa de los seguidores de ese culto sectario, por mucho que se suela percibir como culturalmente apropiado, no ha de hacernos olvidar que somos una sociedad aconfesional, y muchos ciudadanos no nos identificamos con esa tontuna ideológica, con el arrobo con que admiran una ejecución pública en un cadalso, esa glorificación de la tortura y el cilicio, ese postureo de cofrade que lagrimea mientras se come un lenguado pensando que está purificando algo dentro de sí… las penas de ese tipo que puedan tener los fans de esa confesión religiosa no se deben extrapolar al resto de la gente normal, que ya tenemos bastante con el virus y todo lo que conlleva… no me apenan las cuitas de los católicos por no poder autosatisfacerse con procesiones y rogativas, que les den, lo de tener que vacunarte lo antes posible para intentar retomar una normalidad que se presume a medio plazo ya como que es muchísimo más importante que toda esa morralla de las procesiones de semana santa… no me afectan sus lloriqueos de cocodrilo, sino acaso para incrementar el mal humor que ya sentimos… hemos confinado las molestas supersticiones en sus templos, que sigan acotadas ahí por el momento, que ya las sufriremos cuando como por un resorte intenten reivindicarse otra vez quizás el año que viene, cuando se calme ya todo este marrón viral… por eso, un poquito de por favor, que el perfil bajo y la contención sea la reacción frente a estas supuestas “manifestaciones de fervor popular” que en realidad afectan sólo a unos cuantos irreductibles con ansias de reconocimiento… en otras palabras, que no den el coñazo…