Queridísimas y nunca excesivamente ponderadas mascarillas:
Tengo a bien dedicaros este humilde papel virtual, justo en la hora en la que estáis a punto de desaparecer de nuestras vidas, de nuestra intimidad, de nuestro rostro, de nuestro carácter.
A vosotras, a todas, a las reutilizables (UNE0064-2020), a las no reutilizables (UNE0064-2020), a las sencillas y azuladas quirúrgicas y a las autflitrantes FFP2 y FFP3 (y disculpas si me olvido de algunas de vuestras valientes compañeras de trabajo) os debo rendir un sentido homenaje en este triste momento previo a vuestro eclipse que, esperemos que sea parcial o, por lo menos, provisional.
Indudablemente, habéis salvado una cantidad ingente de vidas humanas. Tampoco es que las citadas vidas humanas valgan mucho en los tiempos que corren, pero es evidente que gracias a vuestro esfuerzo habéis realizado una inmejorable labor profiláctica (que bonito palabro…) en pro de la continuidad y persistencia de la especie humana en este mundo traidor y cruel.
Durante más de un año nos habéis estado protegiendo el rostro, luchando humildemente en contra de la puta pandemia que nos ha estado azotando (y sigue haciéndolo todavía, pero menos en los países llamados civilizados) y, con modestia y docilidad -características propias de vuestra naturaleza- habéis frenado sus mortales contagios.
Quiero resaltar, en esta mi elegía, algunas otras de vuestras virtudes que, no por menos llamativas, han sido igualmente decisivas. Para poner algunos ejemplos: con vuestra presencia y labor habéis conseguido borrar (esconder) de la faz de la Tierra a miles, cientos de miles, millones posiblemente, de rostros que reflejan su fealdad incuestionable y que, sin lugar a dudas, ofenden al resto de humanos que, gracias a Dios y a la Santísima Virgen del Amor Hermoso, gozamos de cierta e innegable belleza en nuestras respectivas facciones, en nuestros rasgos físicos más demostrablemente ostensibles. Se han cumplido, merced a vuestra propagación, alguna de las afirmaciones, de las profecías, que ya habían anunciado “Los Sírex” (banda musical de los años sesenta y setenta del siglo pasado) en su preciosa y acertada canción que llevaba como bonito título “¡Qué se mueran los feos!”; no se han muerto todos pero, por lo menos, se les ha tapado sus torpezas estéticas y sus indignidades que lucían sin reparo antes de vuestras ínclitas actuaciones.
Por otro lado, mi agradecimiento, también, por haber silenciado, en parte, los voceríos, vocinglerías y berridos varios de muchos de los humanos que -contraviniendo las mínimas normas de urbanismo social sobre la discreción auditiva y el respeto por el silencio- gritan más que hablan y ladran más que dicen. Gracias, pues, por haber colocado a cierta gente en su sitio con vuestra aplicación de sabio bozal. En este sentido, he podido observar que, muchas de las personas que solían escupir a diestro y siniestro por las calles de pueblos y ciudades, han disminuido, ligeramente, su pérfida acción, ni que sea por pereza de quitaros a vosotras.
Otrosí: debido a la parcial ocultación de los semblantes -sobre todo de los femeninos. Desde mi punto de vista, claro, he podido captar, en toda su intensidad, la brillantez, la verdad y el dogma de algunos ojos -insisto, femeninos- extraordinariamente excitantes y sensuales (lo que no deber ser nada nuevo para algunos musulmanes…), cosa que me ha alegrado el talante y me ha dado vidilla, que no morbo.
Ya, para finalizar mi loa, debo suplicaros que, en la próxima ola, aflojéis algo los tiradores de goma: me habéis dejado los pabellones auditivos hechos un asco.