Un buen amigo me comentó ayer que las dos fechas más probables para el fin del mundo parecen ser en estos momentos 2021 y 2040, según ha podido descubrir leyendo determinadas informaciones apocalípticas en Google y viendo varios reportajes más apocalípticos aún a través de Youtube. Con anterioridad, en agosto del pasado año, el rabino Matityahu Glazerson ya había avanzado que el fin del mundo llegaría probablemente a finales de 2021.
La verdad es que yo ya sospechaba que algo no iba demasiado bien desde hacía ya algún tiempo, y no sólo por la pandemia. Lo podía corroborar casi cada noche sentado ante el televisor, cuando escuchaba en determinados programas de debate las opiniones de algunos de nuestros contertulios más apasionados. Dichos contertulios ya dejaban entrever entonces, con gran vehemencia, que en realidad algo muy parecido al Apocalipsis habría llegado ya, si bien sólo parcialmente y únicamente a nuestro país.
Según esos insignes opinadores, en España llevaríamos ahora ya unos tres años en esa muy poco recomendable situación apocalíptica, poco más o menos desde que Pedro Sánchez fue elegido presidente del Gobierno con el apoyo explícito de unos grupos parlamentarios muy concretos. En principio no creemos que el propio Sánchez piense también lo mismo sobre esa cuestión, aun a pesar de que recientemente haya decidido cambiar o sustituir a buena parte de sus ministros y tantear a otros posibles socios.
Un posible consuelo para todos nosotros, incluidos nuestros actuales gobernantes estatales y autonómicos, quizás sea que dentro de unos meses ya no tendremos que preocuparnos nunca más por la deuda externa, el déficit público, el futuro de las pensiones, el posible referéndum en Cataluña, el desenlace de «La que se avecina», el precio de la luz, las declaraciones del excomisario Villarejo, el nuevo corte de pelo de Pablo Iglesias, los ciberataques rusos y chinos, las encuestas del CIS, las rebajas de enero de 2022, la renovación del Consejo General del Poder Judicial o nuestro próximo representante en Eurovisión.
Si al final todo ha de acabar presumiblemente en diciembre de este año, tal vez sería bueno centrarnos ya sólo en las cosas verdaderamente importantes de esta vida, como por ejemplo la comida y el fútbol. Precisamente, en relación a la comida no sé muy bien qué hacer a partir de ahora. Lo digo porque llevaba ya varios meses haciendo caso a mi buen médico de cabecera y portándome extraordinariamente bien, manteniendo cada día a raya la glucosa, el colesterol y los triglicéridos, pero no sé si quizás sería ahora casi mejor, al menos anímicamente, volver a comer cada día aquellos dos o tres robiols y crespells que tan feliz y dichoso me hacían no hace aún demasiado tiempo.
Por lo que respecta al fútbol, me gustaría hacer también aquí una breve reflexión personal, vinculada en este caso al Real Mallorca. A la espera de que aún se concreten los últimos fichajes de esta temporada, a quienes somos mallorquinistas de corazón siempre nos quedará el consuelo de irnos de este mundo con la tranquilidad y la satisfacción que da saber que el fin de los tiempos nos sorprenderá con nuestro equipo jugando de nuevo en Primera División y, con un poco de suerte, situado quizás también en alguna de las seis posiciones europeas.
A pesar de todo lo dicho hasta ahora, también es cierto que hay algunas razones de peso para ser relativamente escépticos acerca de un posible fin del mundo más o menos inminente. Recuerden que a finales del pasado siglo nos dijeron que el fin del mundo llegaría el año 2000 o el 2001, algo que no ocurrió, y posteriormente nos aseguraron que sería el 2012, algo que afortunadamente tampoco pasó, por lo que de momento llevamos ya nueve años más por aquí.
Aun así, también es posible que mi apocalíptico amigo, el mencionado rabino y los citados contertulios televisivos tengan finalmente razón. Ante la eventualidad de que eso pueda ser así, permítanme que les dé hoy un humilde y último consejo, en especial si son tan pecadores como yo: «Arrepentíos, el fin del mundo está cerca». Y perdonen ustedes el tuteo y la confianza. Son los nervios. Por mi parte, yo ya me he empezado a arrepentir ahora de todos mis pecados, por si de aquí a diciembre no me diera tiempo.
… las religiones siempre han engañado a los pobres de espíritu y a los cortos de entendederas con estos mismos cuentos milenaristas… hay que ser bobo para creer en ellos, pero, como dice el dicho, “hay gente pa tó”… pero lo que no tiene perdón son aquellos aprendices de brujos que enredan a la gente, que les obligan a arrepentirse no se sabe bien de qué, y hacen negocio con ello, o les controlan sus vidas… sectas como la de “heaven’s gate” o la católica, con amplia experiencia en anunciar repetidos apocalipsis que siempre e invariablemente van demostrándose fiascos, aunque los fieles sigan en sus trece de desear fervientemente que los fines del mundo ocurran PRECISAMENTE en en periodo que coincide con su tiempo vital, humildes que son los creyentes, oye… Y las religiones? todos los credos DESEAN con desespero que llegue ese supuesto apocalipsis, todos tienen ese ansia, pues quieren purificarnos a TODOS, incluso -y precisamente- a los descreídos, precisamente porque pasamos de sus tonterías y nos mofamos de ellos… qué ganas tienen que lleguen diluvios, plagas, estallidos cósmicos, demonios del averno y demás memeces… qué ganas tienen esos descerebrados en involucrar a la sociedad en la gran hecatombe, porque no pueden cambiarla a su gusto, y querrían barrerla de la faz de la tierra para recomenzar según sus estrambóticos y retorcidos parámetros… guardaos de las religiones, TODAS, son lo más pernicioso que ha dado de sí el género humano en eso que se ha dado en llamar “el sueño de la razón produce monstruos…” cuando el sentido común baja al guardia, las religiones intentan dar pasitos, y todo se corrompe…