La situación actual de la Covid 19 en gran parte de Europa, sobre todo en la zona central y oriental del continente, con especial incidencia en Alemania, Austria, Holanda y algunos países adyacentes, es muy preocupante y parece anunciar la llegada inminente de una nueva ola de la pandemia, si no es que ya se está produciendo.
Los indicadores de la enfermedad se encuentran disparados en esos países y sus sistemas sanitarios ya han empezado a sufrir las consecuencias, con gran incremento de ingresos hospitalarios y en las UCI, que, como sabemos por experiencia, son el primer paso hacia la saturación de la infraestructura asistencial sanitaria.
En el suroeste de Europa, Italia, Francia, España y Portugal, la situación es mejor, pero el número de casos también está aumentando y los indicadores epidemiológicos están empeorando, aunque de manera moderada. Además, el número de hospitalizaciones e ingresos en las UCI es muy inferior en nuestro caso.
Hay pocas dudas de que el factor diferenciador fundamental es el número de personas vacunadas. Con porcentajes de alrededor del 80 % de vacunados entre los mayores de 12 años, y del 95 % entre los mayores de 65, el virus circula con más dificultad y afecta a personas más jóvenes no vacunadas o mayores vacunadas, menos proclives a desarrollar cuadros graves de la enfermedad y, por tanto, a ingresar en el hospital o en la UCI.
El problema de la resistencia a la vacunación es particularmente grave en países como Alemania o Austria, con movimientos antivacunas muy activos y con seguidores que constituyen entre el 20 y el 25 % de la población. Con esos porcentajes de personas no vacunadas nunca conseguirán que el virus deje de circular, y esa enorme bolsa de individuos susceptibles a la infección constituye, además, un reservorio para el virus, para su diseminación y para su mutación, con el riesgo de aparición de variantes más agresivas e incluso que escapen a la inmunidad inducida por las vacunas actuales.
La oposición a vacunarse es, por tanto, además de irracional y anticientífica, profundamente insolidaria y antisocial, ya que no es solo peligrosa para el individuo que decide no inmunizarse, sino para toda la sociedad, al convertirse en un potencial diseminador de la enfermedad y, aun peor, de variantes más peligrosas del virus.
La situación ha llevado a los gobiernos a tomar de nuevo medidas restrictivas del contacto interpersonal. Austria ha dictado confinamiento social obligatorio para todas las personas no vacunadas. Alemania ha decretado la necesidad de poseer el pasaporte Covid para acudir a restaurantes, espectáculos y otras actividades de socialización. Italia exige la vacunación o tests continuos para acudir al trabajo y pasaporte Covid para restaurantes, espectáculos, etc… Medidas similares se están tomando en Francia y otros países.
Aquí, aunque de momento estamos en mejor situación, el aumento sostenido de casos en los últimos días, bien que discreto, aconseja la consideración de adoptar disposiciones similares. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de encontrarnos en pocas semanas, con la llegada del frío, que este año ya se ha adelantado, las infecciones respiratorias víricas y una nueva ola, la sexta para nosotros, de la Covid 19, amén de la posible onda epidémica de la gripe, lo que constituiría una sindemia que azotaría a nuestro sistema sanitario que, no lo olvidemos, está todavía en estado de estrés, con el personal que aun no se ha recuperado de la consunción a la que le ha llevado la saturación de los últimos veinte meses.
Se debería considerar seriamente el derecho de una persona a no vacunarse, cuando ese derecho colisiona directamente con el de los demás a no ser infectados y, de esa manera, poner en peligro su salud y su vida, que son derechos, en mi opinión, más fundamentales que el de libre elección de recibir un tratamiento.
Y mientras los tribunales constitucionales y el grupo de derechos humanos de la ONU acaban de decidir al respecto, al menos se deberían tomar medidas tales como cobrar a aquellos no vacunados por voluntad propia el coste de sus estancias hospitalarias, o directamente no atenderlos en la sanidad pública. Si no creen en la ciencia, en las vacunas, tampoco han de recibir el tratamiento de la medicina científica. Que acudan a la fitoterapia, la aromaterapia, la reflexología, al reiki, la imposición de manos, o cualquiera de las diversas pamemas conocidas con el inadecuado nombre de medicinas alternativas, ya que alternativas puede que sean, pero no a la medicina, puesto que no son medicinas.
… no olvidemos las estampitas de vírgenes y santos que esgrimía aquel ridículo mandatario mejicano, diciendo que le protegerían de la pandemia… todos los seguidores de esas “medicinas” alternativas que mentas, son asimilables a los terraplanistas, creacionistas del diseño inteligente y negacionistas conspiranoicos… y me recuerdan también a los creyentes en las religiones y los dioses… o ciencia o pandemia, los freakies están del lado de la pandemia…