Queridos señores lectores (en caso de que los hubiera):
En primer lugar, permítanme que les desee, de corazón, un alto nivel de felicidad –es decir, una cierta ausencia de dolor físico y metal- durante el período anual que comienza. Acabamos de iniciar un incierto 2022 (y los otros años anteriores ¿no lo eran de inciertos?) y, de momento, la vida continúa; no para todos, claro. Para los que se han ido nos queda su recuerdo; para los que sufren penurias, la vida sigue con dificultades; para los que representan a las desigualdades mundiales, la vida les sigue repartiendo poco; y para los que van a nacer, la vida les abre unas posibilidades a su medida, sea ésta injusta o favorable.
Dicho lo dicho –o mejor, escrito lo escrito- me dispongo a plasmar virtualmente unas sencillas frases en lo que es mi primera intervención literaria en MallorcaDiario en éste 2022.
Conozco, perfectamente, las normas básicas que deben regir para ejercer las funciones de periodista-articulista. Y resulta que la primera de ellas consiste en intentar no escribir jamás en primera persona. Observar, analizar y relatar: eso es lo que debería ser. Pero, en este caso, no es mi intención.
Estoy confortablemente instalado en un mullido sillón situado en un salón agradable y bellamente decorado. Mi música de fondo no es otra que el sonido que producen las gotas de agua cayendo en forma de lluvia; lluvia de invierno, lenta, apacible, algo somnífera y relajante. Junto al hogar encendido con el fuego del reposo, mis ojos leen (y yo interpreto) un libro que los generosos Reyes Magos tuvieron a bien regalarme: “Los últimos días de Berlín”, de Paloma Sánchez Garnica. Acabo de regresar de Berlín y mantengo la fuerte impresión del desastre que provocó Hitler, desastre que sin la intervención de los Estados Unidos podría estar, hoy, todavía, en vigor; luego resulta que los “americanos” son los malos. Disfruto leyendo y mi mente se sumerge en otros pensamientos que no tienen nada que ver con mi lectura, producto, esto, de un bendito estado de pereza que envuelve mi ya algo envejecido ser; la pereza no es, siempre, un estado lamentable del alma, ni está necesariamente reñida con un estado espiritual reconfortado por una placidez sensata y bien posicionada.
Me siento enormemente feliz y vivo intensamente un mundo que me apasiona personalmente y acompañadamente gracias a un amor de calado y profundidad consistentes. Entre las líneas del libro, me suben al cerebro pensamientos que nada tienen que ver con nada: el cabreo que me producen los coches que, en las autopistas circulan, nefastamente, por el carril del medio; alucino con aquellas personas que, adictas a una verborrea imparable, utilizan el móvil para charlar mazo minutos con otra persona sin llegar a concretar nada de especial y que, justo antes de colgar, se despiden con una expresión hilarante y paradójica tal como “seguimos hablando”…; pienso en la cantidad de energúmenos que no se “dejan” vacunar poniéndose en riesgo ellos y, sobre todo, al resto de humanos de su entorno; me sorprendo con los que hablan de la ingenuidad de los niños sin mencionar la primitiva crueldad que les desborda y les sobrepasa la ternura; observo como mi nostalgia crece día a día y ni me molesta ni me preocupa…simplemente, me ocupa; y, finalmente, me enorgullece el valor del silencio y respiro, profundamente, con la ausencia de ruido.
Vuelvo a la lectura siendo consciente de que estoy en la última etapa de mi existencia. Y cavilo que mi traspaso no será más que una vuelta al estado natural que tenía antes de mi gestación, que tanto debo a mis progenitores. Nada más: reiremos y sufriremos tanto como antes de…
Vacúnense y procuren pasarlo bien.
… pienso… luego soy dios