Los resultados de la primera vuelta de las elecciones francesas han conducido a una segunda ronda con los mismos protagonistas de hace cinco años: Emmanuel Macron y Marine Le Pen, pero las circunstancias son muy diferentes. Si bien Macron ha quedado primero con algo más de ventaja sobre Le Pen, 27,6 a 23,4 %, el voto de extrema derecha se ha dividido entre esta y Zemmour, que ha conseguido un 7 %, es decir, la suma de votos de ambos alcanza el 30 %, que todo indica que es el punto de partida mínimo garantizado de Le Pen para a segunda vuelta, ya que Zemmour ya ha solicitado el voto para ella.
Por otro lado, el candidato de izquierda, muy contrario a Macron, Jean-Luc Mélenchon, ha conseguido un tercer lugar con un inesperado 22 % de votos, y los candidatos de los partidos tradicionalmente dominantes durante las últimas décadas, Valerie Pécresse (Republicanos) y Anne Hidalgo (Partido Socialista), han tenido un resultado catastrófico, con el 4,8 y el 1,8 % respectivamente, como también el ecologista Yannick Yadot, con el 4,6 %.
Melenchon no ha pedido el voto en la segunda vuelta para Macron, aunque sí ha dicho que ni un solo voto debe ir a Le Pen, lo que podría suponer una abstención masiva de sus votantes, muy beligerantes contra Macron. El resto de candidatos sí han solicitado el voto para el actual presidente, siguiendo la tradición del cordón sanitario contra la extrema derecha.
Así pues, se prevé una segunda vuelta más reñida de lo que se hubiera pensado hace algunos años, debido a la gran impopularidad de Macron entre amplias capas de la sociedad francesa, y especialmente entre los jóvenes, y también por el posicionamiento aparentemente moderado de Le Pen y su habilidad para dejar en segundo término los aspectos más polémicos de su programa, inmigración, xenofobia, antieuropeísmo, para centrarse en el difícil día a día de muchas familias francesas, que han sufrido, como muchos otros europeos, una importante pérdida de poder adquisitivo.
El avance electoral de la extrema derecha francesa, reconvertida en derecha iliberal, como en mucho otros países de Europa, es un reflejo del fracaso de los partidos políticos tradicionales y de sus, con escasas y honrosas excepciones, mediocres y miserables líderes. El problema es que países como Hungría, ya, de hecho, una democracia iliberal, máxime después de la rotunda victoria de Víktor Orbán la semana pasada, con una mayoría parlamentaria tan holgada que incluso le permitirá reformar la constitución y profundizar aun más en su iliberalización, o Polonia, que bordea la conversión en iliberal, son estados periféricos y secundarios de la Unión Europea, pero Francia es un país central de la UE.
Aunque Alemania es la primera potencia económica de la UE, Francia es, después de la salida del Reino Unido, la segunda economía y el único miembro de la Unión con asiento permanente y derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, y el único con armamento nuclear, todo lo cual le confiere un papel primordial en el conjunto de la UE, además del hecho de ser la bisagra que articula el sur mediterráneo grecolatino con el centro y el norte germánicos y el este eslavo.
Este papel pivotal de Francia en el presente y para el futuro de la UE se vería severamente comprometido con un triunfo de Le Pen, quien, como toda la extrema derecha y la derecha iliberal europea, es partidaria de una reformulación drástica de la UE, devolviéndola hacia algo parecido a sus inicios como simple comunidad económica y revirtiendo a los estados miembros todos los elementos de soberanía concedidos por éstos en el tratado de Lisboa.
El peligro de la llegada al poder de la derecha iliberal a un país tan importante como Francia es no solo el riesgo del inicio del descoyuntamiento de la UE, sino también el del contagio a otros países y el desmantelamiento de los estados democráticos y sociales de derecho, así como de los sistemas de bienestar social, que son los signos distintivos de Europa tal y como la conocemos en la actualidad. Un camino similar al que están recorriendo Hungría y, un poco más rezagada, Polonia, y que estuvieron a punto de empezar Austria e Italia.
No debemos olvidar que este era el objetivo de Steve Bannon cuando se trasladó a Europa después de conseguir el ascenso de Trump a la presidencia de los Estados Unidos: conseguir que una mayoría de estados europeos, sobre todo los más importantes, se deslizasen hacia el iliberalismo y el desmantelamiento parcial del estado del bienestar, y no hay constancia de que las fuerzas implicadas en ello hayan desistido del empeño.
La idea es abandonar la imagen descarnada de la extrema derecha tradicional, adoptar comportamientos formalmente más moderados y, por supuesto, evitar los métodos groseros de regresión democrática, como golpes de estado o fraudes electorales masivos, para adoptar tácticas más sibilinas de erosión de la democracia desde el interior, para lo que es necesario alcanzar el poder, habitualmente en coalición y connivencia con la derecha tradicional en descomposición, y ocupar el poder judicial, lo que se ha hecho en Hungría y se está intentando en Polonia, porque es la palanca fundamental para legitimar los cambios antidemocráticos por parte de quienes se supone que deberían proteger los valores liberales y democráticos.
Y volviendo a Francia, el riesgo es que aunque en la segunda vuelta gane Macron, el peligro de la llegada de la extrema derecha iliberal al poder simplemente se retrase cinco años. El hundimiento de los partidos tradicionales es tan brutal que difícilmente encontrará solución a corto plazo; el alejamiento de los jóvenes de la política les puede echar con facilidad en los brazos de las consignas y promesas sencillas y facilonas (y falsas) de Le Pen y compañía; y el presidente actual, que si gana no se podrá volver a presentar, no dispone de un partido político, sino de un movimiento laxo y heterogéneo, compuesto fundamentalmente por tecnócratas de los que no parece probable que surja un nuevo candidato que pueda plantar carta a la extrema derecha.
Si no gana esta vez, Marine Le Pen podría tener su gran oportunidad dentro de cinco años, lo que resulta extremadamente desasosegante.
… claro, y siguiendo la tónica catastrofista tradicional de los escribidores de la prensa, le haces un ninguneo sistemático a la opción número tres, Jean-Luc Mélenchon, la verdadera izquierda, el equivalente a Podemos en el país vecino, como algo que ni siquiera merece comentario alguno… pues yo creo que es la esperanza de batir a los populismos de derecha, y merece un respeto…