Esta semana se abolirá la obligatoriedad del uso de mascarilla en espacios cerrados y en las escuelas, con lo que ya solo será preceptivo en centros sanitarios, residencias, farmacias y transporte público. También han decaído la mayoría de las restricciones para viajar, al menos en Europa, y ello se ha reflejado en estas fiestas de Semana Santa, en las que se producido una auténtica avalancha de viajeros extranjeros y nacionales a las principales zonas y ciudades turísticas, y entre ellas, cómo no, las Islas Baleares.
Se ha extendido entre la inmensa mayoría de la población una sensación de final de pandemia y vuelta a la ‘normalidad prepandémica’, estimulada en cierto modo por las autoridades políticas sanitarias y amplificada por los medios de comunicación, que no está en absoluto justificada. La pandemia sigue presente, el número de casos va en aumento, pese a que ya solo se detecta y contabiliza una parte del total de nuevos casos; sigue habiendo ingresos hospitalarios, ingresos en las UCI y, por desgracia, sigue habiendo muertes.
Es cierto que los casos graves y las defunciones se han reducido drásticamente, debido, sobre todo, a la alta tasa de vacunación y a la menor virulencia de las variantes dominantes en este momento, pero persiste un riesgo innegable para las personas con el sistema inmunológico deteriorado: ancianos, pacientes con cáncer, enfermedades crónicas debilitantes, tratamientos inmunosupresores y también para las personas no vacunadas.
Se habla en demasía de ‘gripalización’ de la Covid 19, pero en absoluto es cierto. La infección es aun en este momento pandémica, no estacional, y sus características clínicas solo son similares a las de la gripe y otros virus respiratorios en los casos leves de malestar indefinido. Cuando finalmente acabe la pandemia y se convierta en una infección respiratoria endémica, ya veremos cuáles serán sus características clínicas y epidemiológicas, pero, de momento, cualquier conjetura no pasa de ser simple pretensión.
Lo que sí está claro es que podemos empezar a decir que no parece que ni los políticos ni los ciudadanos hayamos aprendido la lección. La gran mayoría de expertos microbiólogos, virólogos, epidemiólogos, de salud pública y ecólogos vienen advirtiendo de la inexorabilidad del surgimiento de agentes infecciosos emergentes o reemergentes procedentes de la fauna salvaje, debido al gran incremento del contacto entre los animales salvajes y los domésticos y las personas, que se produce por la brutal disminución del hábitat natural por la expansión humana y las alteraciones inducidas por el cambio climático.
En este contexto de degradación ecológica y calentamiento planetario, deberíamos haber empezado ya a cambiar algunas de nuestras costumbres y, entre ellas, la auténtica locura que supone el turismo masivo. En cambio, esta Semana Santa hemos entrado en un frenesí viajero que ha superado la ‘normalidad prepandémica’. Viajamos como si nos fuera la vida en ello, sin ton ni son, muchas veces sin saber muy bien a dónde vamos ni qué hacer, solo viajar por viajar. Y los viajes masivos son una de las causas principales del uso de combustibles fósiles y emisión de gases de efecto invernadero, así como del consumo excesivo de recursos como el agua y el suelo y de distorsión de las sociedades receptoras de la masa turística.
Pero los políticos, urgidos, probablemente, por la crisis económica provocada por la pandemia, que se ha añadido a la de 2008, que aun no estaba resuelta en absoluto, se han apresurado a promover y potenciar el turismo, preocupados como siempre por el corto plazo, aunque sea a costa del futuro próximo, e incapaces de desarrollar una labor de gobierno que siente las bases de un futuro mejor, aunque suponga ciertas dificultades en el momento presente. Claro que, con toda probabilidad, los ciudadanos seríamos los primeros en no aceptar sacrificios a cambio de no comprometer el futuro.
Así que podríamos parafrasear el título español, ridículo por otra parte, de la película de Sydney Pollack protagonizada por Jane Fonda ‘They shoot horses, don’t they?’, que aquí titularon ‘Danzad, danzad malditos’, y decir ‘viajad, viajad malditos’. Sin olvidar que la protagonista acaba suicidándose, ayudada por su pareja de baile, para terminar con su vida desgraciada y sin esperanza.