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“Estatismo”

Un artículo de Pep Ignasi Aguiló

Vladimir Putin (Foto: PIXABAY)
Vladimir Putin (Foto: PIXABAY)

Afinales del siglo XIX, la filosofía político-económica liberal del laissez-faire entró en declive en toda Europa y, también, en los Estados Unidos. En Prusia se desarrolló un estado de bienestar y belicista sustentado en las ideas elaboradas por los principales catedráticos de las reputadas universidades germanas. Quienes, además de contribuir al alumbramiento del hasta entonces inédito estado alemán, irradiaron su ideología estatista entre numerosos hombres y mujeres influyentes de todos los ámbitos geográficos. De auto-consideraron más modernos y progresistas que a los anticuados liberales, a los que se despreció como “pasados de moda, al menos en muchos de sus aspectos.

Efectivamente, muchos de los vástagos de las clases dirigentes se formaron en Alemania al calor de sus potentes universidades, regresando después a sus países imbuidos de la necesidad de construir Estados grandes y poderosos, lo que incluía la constitución de Bancos Centrales que pudiesen facilitar un crédito ilimitado a sus respectivos gobiernos, aunque fuese a costa de abandonar el “patrón oro” que tan magníficos servicios había prestado a lo largo de la segunda mitad de aquel siglo.

Con el nuevo formidable estatal poder en manos de los gobiernos, pronto se sintió la necesidad de contar con académicos, científicos, escritores, publicistas y, en definitiva, con forjadores de opinión que ayuden a fraguar el consentimiento social del nuevo orden administrativo. Nunca antes se habían requerido de una forma tan clara los servicios de tantos intelectuales. En todo occidente las pequeñas organizaciones de académicos y hombres de negocios pro-liberales se vieron desplazadas por centros culturales y de estudio pro-estatistas muy generosamente financiados por los gobiernos o por sus afines. Desde entonces e tablero de juego está inclinado.

Sin duda, las causas de la Primera Guerra Mundial fueron muchas y variadas, no obstante, la existencia de gobiernos al frente de estados ultra-poderoso que disfrutaban de un crédito ilimitado y una cohorte de intelectuales que sustentaban el relato socialmente aceptado también ayudó mucho. Además, en el nombre de las naciones se volvieron a otorgar privilegios empresariales anti libre mercado que forjaron una nueva y estrecha alianza entre las élites económicas y políticas al objeto de frenar la incipiente mundialización. Estas fueron, en buena medida, algunas de las semillas del desastre con el que se inició el siglo XX.

La historia nunca se repite, pero el siglo XXI ha empezado con mal pie. La ideología liberal, que constituye el fundamento de los sistemas democráticos de libertades, vuelve a estar en declive. El estatismo retoma la consideración de fuerza organizativa más actual y superior. A lo que contribuyen los descomunales aparatos propagandísticos e intelectuales que en los últimos se han generalizado al calor del abundante dinero público. Así, además, se ha conseguido arrinconar presupuestariamente a los discrepantes. Los bancos centrales vuelven a ofrecer créditos ilimitados a unos gobiernos de voracidad insaciable, que en nombre del nacionalismo o del “kilómetro cero” limitan el comercio internacional. Un hecho que hace resurgir la alianza entre grandes empresas y gobiernos revestidos de progresismo. Por si todo lo anterior fuera poco, la Guerra de Ucrania permite justificar un nuevo militarismo que también se convertirá en más Estado.

Así, mientras los ciudadanos escuchamos machaconamente el discurso buenista y paternalista estatal que nos promete seguridad, tranquilidad y felicidad, al tiempo que vemos mermar nuestros márgenes económicos y de libertad, algunos no podemos dejar de recordar que la historia nos muestra como la concentración del poder, que siempre se realiza en nombre de buenas causas, acaba haciendo aflorar el mal.


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