Una suave y ligera brisa invade pacíficamente el entorno. El escenario es sencillo, como tiene que ser: un par de copas de whisky sobre una mesa redonda y dos sillones de mimbre.
Los protagonistas: un hombre y una mujer; ¿para qué más? No hay antagonista alguno.
El decorado: la inmensidad eterna de un mar casi estático alterado, cíclicamente, por el sonido de menudas olas que ayudan a configurar un estado absoluto de armonía cósmica. Elevado, muy elevado, un cielo de un azul brillante, rutilante, esplendoroso, inalcanzable, desmesurado. El mar y el cielo se complacen en mostrarse, recíprocamente, complementarios. Copulan a través del horizonte. No existe otro posible telón de fondo: quizás en el más allá…
El hombre y la mujer no hablan: sienten. Algún susurro entre ellos, casi inaudible, etéreo. Susurros precursores de jadeos y gemidos. Susurros que nacen como las olas, sugerentes, incitantes, inhibidos, tímidos; nada vulgares.
Las sensibles yemas de los dedos femeninos, gráciles, acarician el brazo del hombre; él, con los labios húmedos le regala una sonrisa tierna y elegante, que ella recibe con ardor y convicción. En primer término, arena. Sílice caliente, milagrosamente horneada por un tímido sol de noviembre.
De repente, oscurece. No es de noche: es un beso. Todas las luces del Universo se han arrodillado por respeto. Las olas que cadenciosamente rompían en un final justo, lo hacen, ahora, tácitamente. Vida. No se trata de una oscuridad de muerte; no son tinieblas: es, simplemente, Vida.
La belleza única y inexorable del decorado se funde sobre unos labios de deseo. Amor.
En cualquier playa, en cualquier bosque, en cualquier campo, en cualquier punto del Planeta, pueden surgir, y surgen, historias tiernas y fugaces como la que he intentado describir. Brotan del Caos y estallan en las venas de dos sencillas personas enamoradas. No hay más.
Es así de simple…como las almas humanas; como la Naturaleza, como un simple sorbo de whisky, del mejor whisky del mundo: Lagávulin, un auténtico Lord de los espirituosos, con 16 años de maduración; intenso y ahumado, que ofrece un sobrio sabor a turba con yodo, algas marinas y un toque suave de dulzor rico y profundo; elaborado al cien por cien con malta de cebada, en una sola destilería que recoge las aguas de los lagos Solan; y, como no, con notas marinas.
En Gaélico, Lagavulin significa “el hueco donde está el molino”, probablemente por la actividad clandestina que se llevó a cabo en la bahía de Rossbish en los siglos XII y XIII; o bien, por el simple hecho de moler la cebada en un molino. Lagavulin, el Single Malt, empezó a embotellarse a partir de 1816: el granjero John Johnson contruyo su primera destilería.
NOTA IMPORTANTE:
Pretendía escribir un bello artículo sobre el amor humano y, finalmente, parece que he hecho un anuncio…
72 años, ya son mucho para mi; a ratos, me superan…!
… y dale… ya ha colado la errónea y fantasiosa idea del “mas allá”… o eso o se le ha colado una errata, pues debemos admitir que más allá hay otros espectaculares escenarios, pero siempre situados en éste nuestro bello planeta Tierra… pero en absoluto esa especulación febril de otros mundos de otra dimensión a los que se accedería tras fenecer… no hay tal cosa…