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Aspiraciones soberanistas, tiempo y cordura

Un artículo de opinión de Lola Maiques Flores

La capella davídica.
La capella davídica.
La capella davídica.

Es Mercadal ha acogido hoy una concentración de apoyo a la independencia de Cataluña y a la celebración de la consulta del próximo 9 de noviembre.  El encuentro se celebra con carácter previo a la Diada que se aguarda con expectación, acostumbrados como estamos los últimos años, más que nunca, a traducirla literalmente en términos de aspiraciones soberanistas.

He de confesar que mi sentimiento patriótico está poco arraigado: mi madre es andaluza, mi padre, valenciano, nací en Cuenca y pasé mis primeros años de vida en Madrid. He crecido en Valencia y me he hecho mayor en Menorca donde llevo viviendo diez años y donde han nacido mis hijos. Mis viajes y campamentos me han llevado por toda España, desde Cantabria a Murcia, pasando por Castilla, Extremadura, el País Vasco o Asturias. He disfrutado y aprendido en todas partes y tengo buenos amigos repartidos por diferentes regiones de España, como los tengo en México, Inglaterra o Ecuador.

Quizás esto explique mi inconsistente, quizás inexistente, sentimiento nacionalista o patriótico, y, aunque no estoy a favor de cómo está planteando las cosas el Govern de la Generalitat, y, obviamente, rechazo de plano cómo minorías del pueblo vasco, gallego o de la región que sea lo reivindicaron en su día violencia mediante, siento un gran respecto por quienes tienen muy marcado este sentimiento. Por eso,  no puedo evitar pensar que alguna respuesta hay que darle a esas personas. Una respuesta efectiva, quiero decir; marear la perdiz no cuenta. Y esto, es precisamente, lo que se lleva tiempo haciendo en España alegando razones políticas, económicas, sociológicas e históricas, entre otras.

La España que en la que vivimos hoy en día es fruto de una largo proceso de sedimentación donde todas estas razones suman. El error es pensar que este proceso se paró en una fecha concreta cuando, obviamente, no es así. Los gobiernos presentes y futuros, estatal y autonómicos, han de enfrentar de una vez por todas esta realidad. Sentarse con tiempo y cordura , analizar con generosidad y sin apriorismos cuál ha sido la evolución de todos los argumentos de peso, articular los mecanismos adecuados para asegurarse el éxito del proceso y adoptar de manera valiente una decisión.

Sea cual sea esa decisión, ponerla en práctica no será una cuestión de hoy para mañana- la sedimentación es un proceso lento-, pero no buscar fórmulas ni tan siquiera para que las personas que dan alma a este país puedan expresar cómo quieren que siga siendo, y convertir el marco legal en muro, me parece pueril e irresponsable, convertir el tanto cómo lanzarse a una carrera soberanista tan llena de obstáculos que alcanzar la meta se antoja una quimera.


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