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“La soledad silenciosa”

Un artículo de Josep Maria Aguiló

Soledad.
Soledad.
La Generación Z es la que más ha sufrido emocionalmente la pandemia. (Foto: PIXABAY)

Lo que veo en el mundo es soledad, y me asusta». Ese aislamiento e incomunicación era casi lo único que veía la señorita Kenton (Emma Thompson) fuera de la mansión en la que trabajaba como ama de llaves en la Inglaterra de los años treinta.

Así se lo explicaba al mayordomo de dicha mansión, el señor Stevens (Anthony Hopkins), en la maravillosa película Lo que queda del día, dirigida por el gran James Ivory.

Desde la primera vez que escuché aquella frase, me he acordado muchas veces de esas palabras concretas de la señorita Kenton, seguramente porque —no sé si equivocadamente o no— yo también creo haber percibido esa misma soledad, una soledad radical y absoluta, en muchas ocasiones y en muchos ámbitos.

En la tercera década de este nuevo siglo, lo que veo yo también en el mundo es sobre todo soledad, una soledad no querida ni deseada, una soledad que, como decía la gran Emma Thompson en Lo que queda del día, efectivamente sobrecoge o impresiona.

Aunque pueda parecer paradójico, he notado esa soledad sobre todo en aquellos lugares o en aquellos espacios en donde parecería que, en principio, reina una gran complicidad y camaradería, o en donde en apariencia se sonríe o se ríe mucho y de forma casi constante.

Estoy pensando ahora, por ejemplo, en muchos lugares de trabajo, en la mayoría de actos vinculados a los partidos políticos, en las tertulias de radio o de televisión, en determinadas fiestas de lujo y postín al aire libre o en los encuentros en grupo con viejas amistades.

En ese sentido, las contadas ocasiones en que podemos llegar a ver o a percibir lo contrario a la soledad, que sería la compañía, la amistad o el amor, deberíamos de sentirnos de verdad felices y dichosos, tanto si nosotros mismos somos los protagonistas o los destinatarios de esos afectos como si sólo somos meros espectadores de los mismos.

En el caso del amor, puede expresarse no sólo entre dos personas concretas que forman una pareja, sino también en el seno de una familia o en el marco de una amistad en su sentido más amplio y pleno.

El amor puede transmitirse también por otros caminos, por ejemplo a través de una obra de arte, o en el modo en que alguien educa, cuida o protege a alguien que lo necesita, o en el respeto con que se puede difundir una idea o una creencia, o en la forma de actuar de una persona honesta y justa, y por tanto también buena.

En los momentos de mayor plenitud existencial, tanto la compañía como la amistad o el amor siempre acaban estando presentes de uno u otro modo en nuestras propias vidas.

Son también la amistad y el amor los dos sentimientos que más nos ayudan a superar las situaciones realmente difíciles, porque ambos sentimientos tienen, junto con la compasión o la piedad, un carácter salvífico y redentor.

La amistad y el amor nos redimen de nuestra soledad esencial y nos hacen ir más allá de nosotros mismos. Al mismo tiempo, nos iluminan el corazón, nos dan esperanza y, sobre todo, nos salvan.


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