No soy especialmente adicto a jugar con las llamadas ucronías (antaño, constantes históricas), consistentes en lanzar hipótesis sobre aquello que podría haber pasado si las cosas hubieran andado por otros derroteros que no hubiesen conformado la realidad actual. Los ejemplos más sudados de ucronías suelen ser: ¿Cómo sería el mundo si Hitler hubiera salido victorioso en la Segunda Guerra Mundial?; o bien: ¿Qué sería de España si la República hubiese vencido al ejército de Franco? En fin, juegos, sin más.
Viene la referencia al caso que nos ocupa, a través del “bombardeo” político a que se ha sometido a la ciudadanía, vía descarga mediática, sobre el estricto cumplimiento de la legalidad vigente, en alusión directa al proceso que se está desarrollando en Catalunya y al conflicto político que ambas sociedades mantienen desde hace ya la tira de años.
Más que una simple pregunta juguetona, intentaré formular una tesis comparativa entre dos épocas concretas: la muerte de Franco y la situación actual. A la muerte del dictador seguía existiendo en España una “legalidad” construida a lo largo de los cuarenta años de gobierno franquista, desde el final de la guerra incivil hasta el fallecimiento del “Caudillo”; era “su” legalidad (construida bajo una dictadura tirana), pero legalidad a fin de cuentas. En el Reino sin rey, los españoles se regían por una multitud de leyes substitutorias de una inexistente constitución (derogada por las armas durante la insurrección fascista): el llamado Fuero de los españoles, los Principios Fundamentales del Movimiento y el cruel T.O.P, Tribunal de Orden Público, fueron tres de los marcos “legales” a que se sometió al pueblo español. También el propio funcionamiento particular de Las Cortes (hoy Congreso de los Diputados) ejercía el poder de la jurisprudencia nacional dictando leyes a partir de su peculiar representación popular y en base a la llamada “Democracia Orgánica”, a la que los chistosos de la época concedían su significado a la democracia que emanaba de los “órganos” del Generalísimo. En las Cortes se “representaba” a dos sectores: los designados directamente por su “Excelencia” el Jefe del Estado y los del “Tercio Familiar” (familia, municipios y sindicato, único y vertical, por cierto).
Bien, vamos allá: ¿Y si los gobernantes de la época —a la muerte del dictador—, todos, hubieran decidido que aquella su legalidad, como toda legalidad. era radicalmente inviolable y no se hubieran prestado a cambio alguno insistiendo, a troche y moche, que las leyes son las leyes, que están hechas para cumplirlas y ser cumplidas y que todo aquel que se desmarca de su cumplimiento se arriesga a entrar en la dimensión desconocida perpetrando delito tras delito y con toda la parafernalia represiva como única respuesta? ¿Dónde o cómo estaríamos ahora mismito?
—En el momento actual —y dentro del panorama catalán— las únicas respuestas que se ofrecen al proceso de independencia desde el gobierno central, se basan en el cumplimiento estricto de la legalidad. ¿Y la política? ¿Y la negociación? Y el diálogo? ¿Y la tolerancia? ¿Y la altura de miras? No estoy haciendo un mitin independentista: sólo pregunto. Hasta el momento, la sacrosanta unidad española, sigue siendo el único argumento que esgrime España (el Estado español) frente las distintas posiciones ideológicas y políticas que, por muy distintos y variados motivos, pretenden ejercer una parte importante de los ciudadanos “provinciales” de Catalunya.
Aquellos “leones” franquistas pudieron poner cerrojos legales a todo un procedimiento que se olfateaba cambiante, muy cambiante. Y no lo hicieron. Y no pasó nada. ¿Por qué permitieron un enorme cambio, un giro histórico, en todo aquello que, días antes, era “su” legalidad?
Sí, lo sé. Ahora la democracia reina en España y parece ser que la también sacrosanta Constitución no puede ser retocada ni actualizada —debido a los cambios que se producen entre su ciudadanía y a las nuevas situaciones que se crean al paso del tiempo— y la sola idea de derivar problemas de índole ideológica y política hacia la judicatura anula la parte más sustancial de “lo estrictamente político”.
El tan cacareado “encaje” de Catalunya en España (posible solución federalista incluida) no funciona y sigo pensando que a problemas políticos, soluciones políticas; y si pueden ser imaginativas y positivistas, mejor que mejor.
En estos momentos curiosos en que, casi por azar, el independentismo catalán tiene la llave para la gobernabilidad del Estado (a través de la formación de un nuevo gobierno), debería poder abrirse una puerta para que, mediante el diálogo y la negociación puramente política, se pusieran encima de la mesa cuestiones de vital importancia para el conjunto de la sociedad catalana y española. Sin aspavientos, sin prisas, sin intolerancias, y removiendo la actual legalidad para encotnrar brechas que ayuden a un mejor entendimiento entre estos dos pueblos.
Realmente, ¿poder votar es una idea tan maligna?
… xactamente, lo que algunos llevamos tiempo diciendo, que de tan evidente nadie quiere ver, porque para gritar cierran fuertemente los ojos… las leyes no son inmutables, van cambiando como van cambiando la sociedad, los usos y las costumbres… y de la misma manera que nuestros abuelos se sorprendieron de que el ser humano pudo llegar a pisar la luna, la gente que dijo basta pasó por encima del muro de Berlin, apareció un papa polaco o un presidente negro en Estados Unidos,… algún día veremos derogar el concordato, veremos a una reina proclamar una república o quién sabe, quizás una Catalunya independiente como estado libre asociado dentro de la Unión Europea… todo es posible, y no pasará nada, no se hundirá el mundo, la vida sigue…