La vuelta a la escuela es siempre un motivo de estrés para las familias: libros, uniformes, horarios…, y ahora también dispositivos digitales. Llegaron a las aulas hace tiempo, se consolidaron con la cóvid y ya forman parte indisoluble de los deberes escolares, con los riesgos de ciberseguridad que ello conlleva. Teams, Kahoot, Google Classroom, ClassDojo… cualquier escolar de hoy está familiarizado con estas aplicaciones, en clase o desde casa. Si durante la pandemia tuvieron que acostumbrarse a las clases online, ahora la vuelta al colegio es más digital que nunca.
Porque esta conexión escolar, aunque se presupone segura, es un añadido más al tiempo de pantalla que, en muchos casos, se da desde pequeños. Sí, porque aunque la OMS recomienda que los niños menores de un año no utilicen pantallas, e incluso en el caso de los mayores, que se restrinja y limite su tiempo de uso, la realidad es que una mayor mayoría de los menores ha tenido una pantalla delante desde muy pequeño.
Y sí, a 8 de cada 10 padres y madres con hijos menores de 18 años les preocupa mucho o bastante lo que sus hijos puedan estar haciendo cuando se conectan a internet, según “el Observatorio de la Ciberseguridad en Internet” realizada por Panda Security. “La vigilancia de los menores en el mundo digital es uno más de los frentes abiertos para las familias y no sólo en la difícil etapa de la adolescencia sino también en edades mucho más tempranas que, en algunos casos, pueden remontarse al carrito de bebé y que ahora cuenta con un nuevo imponderable como es la incorporación del mundo digital en las aulas”, explica Hervé Lambert Global Consumer Operations Manager de Panda Security.
Control relativo a los dispositivos infantiles
Y aunque una gran mayoría – que roza el 90%-, de los padres afirma controlar el uso que hacen sus hijos de internet ‘siempre o casi siempre’, sólo el 60% de los padres españoles (la cifra más baja de Europa) tiene instalado algún control parental en el ordenador o en el móvil. “Las redes sociales son sólo una parte del problema. En Internet hay tanto contenido de todo tipo y de tan fácil acceso que los niños, ya sea por casualidad, por recomendaciones de otros o buscando por su cuenta lo tienen fácil para acceder a sitios no apropiados. Y no sólo hablamos de violencia, sexo o actividades ilícitas como las apuestas, sino que por desconocimiento, también pueden víctimas de estafas más fácilmente”, asegura Lambert.
Acoso digital, un problema creciente
El acoso o bullying es uno de los achaques de la sociedad on y offline. Cuando es cibernético, además, cuenta con la doble dimensión de ser fácilmente ocultado y anonimizado (los acosadores pueden ocultarse bajo pseudónimos o cuentas falsas) y al mismo tiempo multiplicar su alcance hasta dimensiones mundiales. Según la encuesta de Panda Security, alrededor de un 7,5% de los encuestados con hijos afirma que sus hijos han sufrido alguna vez ciberacoso, pero en España, en bastante mayor medida que en otros países de Europa, uno de cada cinco afirma ‘no estar seguro’ de si esto ha sucedido. Una vez más, una vigilancia más estrecha, tanto personal como mediante el uso de herramientas digitales, puede resultar determinante para al menos detectar este tipo de ataques.
¿Y cuál es la reacción en caso afirmativo? Un 37% de los españoles dice ‘haber dejado que su hijo se defendiera solo’, cuya misma proporción puso el caso en manos de la policía. Otras formas de actuar, como hablar con los profesores, con los padres del acosador o con el propio implicado, son también relativamente comunes. “Dependiendo de la gravedad del caso, ponerlo en conocimiento de las autoridades competentes es siempre la vía correcta, sea el centro educativo o, directamente, la Guardia Civil. Pero lo más importante es atender a la víctima desde el inicio, desde que se detecta el problema, con acompañamiento familiar y psicológico, así como con las herramientas tecnológicas necesarias para detectar y bloquear nuevos ataques”, explica el ciberexperto.
¿Y cuándo la vigilancia de los menores es el problema?
Y si la vigilancia por parte de los progenitores es recomendable y moralmente obligatoria, una vertiente del acceso de los menores al mundo digital que no podemos obviar es el rastreo de su actividad de forma ilícita o, al menos, inadvertida.
En las aulas virtuales o semivirtuales existe un componente de seguridad que pasa por sistemas encriptados, redes seguras, contraseñas de doble factor y, por supuesto, grandes empresas que ofrecen la garantía necesaria. Sin embargo, en algunos países ya han saltado alarmas a raíz de softwares de ‘de vigilancia’ como Gaggle que, más allá de la videollamada o de repositorios compartidos donde recoger y entregar deberes de forma digital, los profesores pueden usar para controlar las pantallas de los estudiantes -sean en el aula o en su casa-, llegando al punto de poder acceder a sus emails o recibir alertas en caso de potenciales peligros a través de las redes sociales (como en casos de acoso).
“Esto, si bien tiene una base de protección y cuidado de los menores, tiene peligrosas connotaciones que atentan contra su privacidad y que, además, abren la puerta a que otras personas con intenciones mucho menos lícitas se cuelen en sus ordenadores”, explica Hervé Lambert.
Según un artículo de Wired, el 44% de los profesores estadounidenses ha reportado que al menos un estudiante de sus escuelas ha sido contactado por las autoridades como resultado de comportamientos detectados por este software de vigilancia que está en sus ordenadores. También se han detectado casos en los que el software ha identificado y revelado que, por ejemplo, había una intención de aborto, o que un estudiante pertenecía al colectivo LGBTI obligándole a salir del armario, algo que ni siquiera habían compartido en sus aplicaciones escolares, sino en sistemas de mensajería distintos e independientes.
Consejos para el uso de herramientas digitales en los menores
El uso del ordenador, el móvil u otras herramientas digitales es algo ya indisoluble no sólo de la vida de ocio de nuestros hijos, sino también del escolar y, dentro de un poco, de la laboral. La clave está en enseñar las buenas prácticas desde el inicio y acompañarles, al menos, hasta los 12 años. Según las recomendaciones de la Comunidad de Madrid los menores de esta edad deben ser acompañados, guiados y supervisados en el acceso a las nuevas tecnologías para facilitar un buen uso que favorezca su desarrollo y complemente los conocimientos adquiridos al escuela y en la familia. A partir de entonces, puede concederse cierta autonomía, aunque siempre, por supuesto, permaneciendo a su disposición para las dudas y problemas que les puedan surgir, y estableciendo los horarios y limitaciones pertinentes y adecuados a la idiosincrasia de cada familia. Éstas son algunas otras recomendaciones:
– Formación y buen ejemplo: Si los pequeños ven que sus padres no se separan del móvil o que lo ponen a su lado en la mesa a la hora de comer, aprenderán que estas conductas son lícitas y las repetirán.
– Limitar su uso en tiempo: Antes de la etapa de instituto no se recomienda un uso lúdico de las pantallas superior a una hora diaria. A partir de esa edad, lo ideal es que el tiempo de pantalla no supere el tiempo de ocio offline (deporte, salir con amigos, conversar con la familia, etc.).
– Y en contenidos: Conocer las herramientas que utilizan, para confirmar que son lícitas y seguras, y conocer sus claves de acceso y su actividad es fundamental para evitar sustos innecesarios.
– Utilizar controles parentales: Aunque es posible que nuestros hijos, sobre todo a partir de cierta edad, tengan más conocimientos y experiencia en herramientas digitales que nosotros y puedan burlarlos fácilmente, los padres deben estar atentos a este tipo de actuaciones y utilizar herramientas como las incluidas en los servicios de Panda Security.
.- Este es un artículo de tecnonews.info y AMIC para Menorcaaldia,com
… todo eso está muy bien… siempre y cuando seamos conscientes de que es MUCHÍSIMO MÁS PELIGROSO llevar a los niños a catequesis o a confesarse a la parroquia… siempre habrá la duda de si se van a encontrar con un depravado vestido con alzacuellos