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(Reportaje) Cuando el acoso escolar va más allá de las aulas

El día que sus acosadores los empujaron a él y a un compañero de clase con parálisis cerebral por las escaleras del instituto fue la segunda vez que Brian decidió suicidarse

Diálogo.
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"Hablar es la mejor medicina que tenemos", sostiene Giner en el coloquio de apertura de la cátedra "Estudios transversales sobre 'ciberbullying', acoso y vulnerabilidad de los jóvenes en internet y en las redes sociales" de la Universidad Europea de Madrid, presentada este miércoles.

El día que sus acosadores los empujaron a él y a un compañero de clase con parálisis cerebral por las escaleras del instituto fue la segunda vez que Brian decidió suicidarse.

De la primera era tan pequeño que no se acuerda. Iba a segundo de primaria y tenía siete años, cuenta en una conversación con EFE. Hoy es creador y divulgador de contenido contra el acoso escolar y juvenil, como el que él sufrió durante doce años en tres centros educativos, y advierte de las nuevas formas de ciberacoso, mucho más ocultas y silenciosas.

Brian Giner (Barcelona, 1999) forma parte de la Plataforma Trencats de apoyo a las víctimas de violencia escolar y es educador en un colegio. Narra el acoso que sufrió en el libro ‘Golpeado, pero no derrotado’, mediante el que pretende servir de ejemplo para que quienes sufran acoso pidan ayuda y denuncien su situación.

“Hablar es la mejor medicina que tenemos”, sostiene Giner en el coloquio de apertura de la cátedra “Estudios transversales sobre ‘ciberbullying’, acoso y vulnerabilidad de los jóvenes en internet y en las redes sociales” de la Universidad Europea de Madrid, presentada este miércoles.

Él es la prueba de que las redes sociales tienen muchas cosas buenas, pero es consciente del peligro que entrañan, sobre todo para los más pequeños y vulnerables, y alerta del peligro de dar un móvil a un niño antes de tiempo.

Durante uno o dos años también sufrió ciberacoso a través de Facebook. “Ahí dan igual los cambios de colegio, cualquiera puede acosarte”, apunta.

“Cuando el acoso era analógico se quedaba en las escuelas, pero ahora entra también en las casas”, advierte Rebeca Cordero, directora de la cátedra y coautora de la ‘Guía de buenas prácticas sobre el uso de las redes sociales’, que se puede descargar de manera gratuita en la página web de la Unión de Asociaciones Familiares.

En su opinión, la clave no está en prohibir a los adolescentes el uso de los aparatos electrónicos -“¿acaso nosotros no estamos conectados?, ¿cómo les vamos a pedir a ellos que no se conecten?”-, sino en darles las herramientas para que sepan “navegar en un mundo tan abierto”.

La exposición en redes como factor de riesgo

En las redes sociales, donde casi siempre se vende una realidad paralela de color de rosa, hay una tendencia a compartir el sufrimiento propio.

“Es popular aparecer llorando, exponer mi tristeza o que me han roto el corazón”, expone Jorge Ramiro, profesor de Criminología aplicada a espacios digitales. Una moda que genera tanto comentarios positivos como otros que son “absolutamente destructivos”.

Según la psicóloga sanitaria, escritora y divulgadora Alicia Banderas, esta exposición es un factor de riesgo en el ciberacoso, ya que facilita que los verdugos encuentren, acosen y denigren a sus víctimas.

Además, señala la cantidad de síntomas depresivos, como la ansiedad, que puede llegar a provocar el uso excesivo o inadecuado de las redes sociales.

El acoso no es un juego; es un delito

Cuando la Policía cita en comisaría a un joven por acosar a otro, muchas veces se encuentra reacciones de sorpresa. “No son conscientes de la gravedad del ciberacoso”, explica por su experiencia Andrés López, inspector de la Policía Nacional en El Puerto de Santa María (Cádiz).

El acoso virtual “no es un juego; es un delito”, y así está tipificado en el Código Penal desde 2015, recuerda López, que avisa de situaciones de “auténtica esclavitud” en el entorno virtual, sobre todo en lo relativo a la llamada pornovenganza.

Una persona tiene fotografías o vídeos íntimos de otra y los usa para amenazarla y tenerla a su merced. Muchas de las víctimas acuden a comisaría cuando ya se han autolesionado, señala.

Y apunta a las semejanzas que, en su opinión y salvando las peculiaridades de cada violencia, tiene el ciberacoso con la violencia de género: “Cuando comenzó a visibilizarse (la violencia machista), era una cosa más privada, que quedaba en el ámbito familiar. Hoy en día tiene mucha visibilidad (…). El problema del ciberacoso es bastante grave y va a seguir”.

No entrar al trapo, denunciar y pedir ayuda

Ante el auge del ciberacoso, del que la inteligencia artificial y las creaciones ‘deepfake’ ya forman parte, López urge a denunciar cualquier caso, tanto propio como ajeno.

“No hay edad para denunciar. Tengas la edad que tengas, es la forma de acabar cuando ya no ves otra salida”, asegura, y recomienda “no entrar al trapo, no contestar a los mensajes, no seguir el juego” para no alimentar el acoso.

Afortunadamente, las dos veces que Brian intentó quitarse la vida -en segundo de primaria y segundo de la ESO- no lo consiguió y logró salir de aquella “realidad oscura” que lo rodeaba.

Él pudo contar con el apoyo de sus padres, pero anima a los jóvenes que no tengan su “suerte” a que recurran a la ayuda de profesionales porque coincide con la tesis de la psicóloga Banderas: “La gente que piensa en suicidarse nunca se quiere morir, solo quiere dejar de sufrir”. EFE


Comment

  1. … y lo peor es que muchos de esos deleznables acosadores, se van de rositas… me recuerda a los abusadores de niños del clero, que iban incluso más lejos, pues las agresiones eran más traumáticas, violaciones cometidas por adultos en una relación de abuso de poder… que casi ninguno haya sido siquiera investigado, y todos sistemáticamente tapados para ocultar el escándalo, dice bastante de lo pútrida que está cierta parte de nuestra sociedad, que les permitimos tales conductas a abusadores, mirando para otro lado o minimizando esas conductas… las novatadas es otro ejemplo, falta mano dura y menos conchabeos con los agresores, basta de reírles las gracias…

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