Escribo estas notas un domingo por la mañana. Pero no es un domingo cualquiera (como la vaca que da leche merengada…), sino que se trata de un domingo especial; además, por partida doble. Según el calendario católico, hoy la Iglesia celebra el día de la Pascua de Resurrección en el que se conmemora la vuelta a la vida de Jesucristo después de su tortura y muerte en el monte Calvario, cerca de la ciudad santa de Jerusalén. Según rezan las Sagradas Escrituras, Jesús resucitó al tercer día. Al respecto, me he pasado la vida haciendo cálculos matemáticos y sigo sin aclararme: si como cuenta la tradición Jesús fue asesinado un viernes por la tarde y resucitó el domingo por la mañana, no me salen las cuentas. Algo no entiendo. Pero bueno, vamos al grano: es domingo y es Pascua, primera de las curiosidades de este festivo. El segundo hecho destacado de este domingo que cierra la clásica Semana Santa en casi medio mundo (que, como la canción “il Mondo” de Jimmy Fontana —nacido el mismo día del mismo mes que un servidor pero 16 años antes—, “gira il mondo gira nello spazio sensa fine…”) viene marcado por una decisión de la espléndida Comunidad Europea: el avanzamiento forzoso del horario. A las dos serán las tres; hoy, domingo de Pascua, a las dos ya han sido las tres.
La sabia decisión de la burocracia comunitaria me parece una extensa gamberrada justificada por la optimización de la energía. ¡Anda ya! Tal decisión tendría algún sentido si repercutiera en el recibo de la luz de los usuarios; eso sería optimizar. Por lo demás, el camelo europeo no consigue nada más que irritar a los ciudadanos consumidores y robarles una hora de sueño, que no es cosa endeble.
A las siete de la mañana ya he sido optimizado: he salido a dar un paseo por mi barrio y la plaza estaba, aún, a oscuras. Magnífico. Las pocas personas con las que me he cruzado en mi recorrido matinal estaban destrozadas, desoladas, rendidas. Gente desubicada, extraviada por la hecatombe cronológica: perdidas sus ganas de vivir, soñolientas y zarrapastrosas, aletargadas, legañosas y amodorradas; dejadas, en fin, de la mano de Dios; precisamente hoy en que su Hijo ha resucitado. Un grupito de japoneses lucían unos ojos con sus ranuras más afeitadas y rasgadas que nunca: cercenadas, vamos; unos borrachos noctámbulos, abrazados a las farolas aun encendidas que pensaban que todavía faltaba para la aurora y poder cantar el “Asturias Patria Querida”; algún que otro turista que, entre el jet lag habitual y el cambio horario se presentaban en un estado lamentable; amarillentos, tirando a verde; un grupo de excursionistas que habían perdido su autobús… El descalabro era total.
El personal, ante el inmenso dislate de la orden europea, se desliza por la vida inventando o generando novedosas propuestas que amilanen el efecto desestabilizador de la medida. Una amigo mío –de toda confianza, oigan- cada vez que se ve sometido a este aborrecible mandamiento intenta repartir el contratiempo del calendario en sucesivas jornadas; así, todos los días avanza cinco minutos su reloj y de este modo el impacto se distribuye de forma más humana y racional. En casi un par de semanas se pone al día y aquí paz y después gloria.
Por si todo esto fuera poco, amanezco —hoy domingo de Pascua— con un “meme”, que me manda un memo vía móvil, que es un delirio informativo de gran calado y profunda ignorancia: se trata de una fotografía trucada (fake) en la que se observa una imagen de Jesucristo, colgado en la cruz, vestido de palestino. Un subtítulo reza: “homenaje a Jesucristo y reconocimiento de su palestinidad”.
¡Tonto! ¡Hay que ser muy tonto! ¡Tonto pa’ siempre! Jesús nació en Belén de Judea y, por lo tanto, fue judío. El término “Palestina” proviene de la palabra “filisteo”, grupo religioso contrario y enemigo del pueblo judío y la palabra “filisteo” fue acuñada por el emperador romano Adriano en el año 130 DC.
¡Que pasen ustedes una feliz Pascua!