Asisto absolutamente asombrado, al hecho, según publica el periódico “El Mundo”, de que la emigración se convierte ya en el principal problema para los españoles, por delante de la política, el paro y la vivienda. No preocupa la sanidad constato con el mismo asombro.
Cada uno habla de los temas, por muy asépticos que pretendamos ser, desde un bagaje personal, recuerdos o impresiones biográficas. Yo soy inmigrante. He tenido que dejar mi tierra natal, la de los ocho apellidos y más en mi caso, por no tener las oportunidades que necesitaba para mi desarrollo profesional y personal, por un lado; y por otro he sido “un espalda mojada” ilegal en algún país ,trabajando como temporero en el campo haciendo vendimia. Recuerdo la sensación de ilegalidad, de cierto miedo a ser detenido y deportado, y también la imagen del dueño de la viña vecina a caballo debajo de un árbol a la sombra mientras los trabajadores hacían la faena al sol. Entrar en la viña es una experiencia que recomiendo, para saber lo que es el frio y la humedad , el dolor de riñones, las cortaduras en las manos de las podaderas, y el calor posterior de la jornada.
Algo sé de emigración y de lo que se puede sentir. Creo que España tiene otro problema más importante que es la perdida colectiva de la “memoria de la pobreza” , de las “Nanas de la cebolla” de Miguel Hernández, además de la ruptura de la idea de colectividad y ciertamente una visión histórica basada en mitos, que aunque es pasado y debe seguir siéndolo no nos pone de acuerdo en realidades. Estos dos temas están siendo utilizados de forma tópica por la extrema derecha y por la derecha española para agitar a la sociedad dentro de la desestabilización general en la que nos vemos obligados a vivir.
Mi orden de problemas es diferente.: En primer lugar el paro, en segundo lugar la vivienda en tercer lugar la política y en cuarto lugar la emigración. Por utilizar los cuatro problemas del periódico. Hay más problemas importantes que están en la raíz de estos cuatro, por ejemplo, la sanidad publica, la educación, la cultura, la Inteligencia artificial, la postverdad. Rechazo el argumento interesado que vincula en relación causa efecto la emigración al paro y a la delincuencia.
¿Saben ustedes lo que se le paga no muy lejos, a una persona extranjera, comunitaria o no comunitaria, más joven o menos joven, soltera, padre o madre, solo o con familia, que está intentando salir adelante trabajando por debajo de sus capacidades y formación, en este país? Sin poder ni deber generalizar, pues personas honestas y justas las hay en todos lados, la realidad es que en general es una miseria que podría estar dentro de los umbrales de la explotación. En ocasiones dentro del trato vejatorio hacia el trabajador y a los derechos fundamentales del ser humano, y que no le permite mantener una familia ni una vivienda. Ninguna comunidad de este país está libre de pecado.
La emigración , desde el punto de vista del emigrante , su necesidad de sobrevivir, les lleva a aceptar trabajos que en muchas ocasiones, pueden ser insalubres, sin condiciones legales, y en unas circunstancias que un ciudadano del país de destino no aceptarían. Invernaderos de plástico bajo el sol, trabajos manuales duros, infraempleo en relación con la formación alcanzada en los países de origen, dificultades de convalidación de titulaciones, espacios habitacionales degradados, etc., supervivencia “sin papeles” con la situación de vulnerabilidad, y estigma.
¿Puede haber delincuencia? Claro, ¿son los emigrantes delincuentes? Imposible que todos los sean o que lo hayan sido en su país antes de vivir las situaciones de supervivencia. ¿Son los locales delincuentes? Pues también pueden serlo, como en todas las sociedades. Pero en la delincuencia no incide la emigración como causa sino los valores enseñados y los objetivos perseguidos en las sociedades ricas.
En el otro lado por parte de la derecha y la extrema derecha se manejan como argumentos del fantasma, la superpoblación, delincuencia, inadaptación voluntaria a la cultura de la sociedad de acogida, resentimiento contra la sociedad que los acoge, peligro de religión radical y terrorismo. Además, en concreto en España, añadimos la falta de infraestructuras necesarias para gestionar la llegada de emigrantes en diferentes puntos, especialmente en Canarias.
Los emigrantes no pueden ser el primer problema que preocupe a los españoles. España es país de paso, no país de destino. Algún porcentaje se queda, pero otro se marcha a diferentes lugares de Europa como destino final. Nuestra historia de exilio y emigración nos obliga a la generosidad.
España exportó emigrantes a Europa, Francia, Bélgica, Suiza, Alemania, y antes a América. Fueron acogidos con mayor o menor dificultad, pero que hoy tienen descendientes allí. Vivieron la marginalidad, la pobreza, los arrabales y la maleta vieja de madera atada con cuerdas. No podemos ser restrictivos por respeto a nuestra historia y a nuestros antepasados. Es aquello de formar parte de un pueblo que tanto nos cuesta entender. Es un problema evidentemente para nuestra sociedad, sin lugar a dudas pero no puede ser el primer problema, y es más un problema de falta de infraestructuras o de organización para la administración autonómica o central que para la vida.
No sé porqué fantasmas intelectuales o porqué temores, como pasa con las conspiraciones, podemos anteponer la emigración al paro o a la vivienda como problemas. Sin trabajo no hay nada, y sin vivienda no hay posibilidad de vivir del trabajo dignamente, en estos momentos. El problema no es el emigrante, nadie emigra de su cultura o de su familia si tiene la posibilidad de llevar una vida digna y de acuerdo con sus intereses o sus aptitudes. Si este fuera el caso serian “expa”, que tienen un estatus de ricos y no de pobres.
El problema es el dinero que esto debe mover. Es un tráfico como antes fue el de seres humanos negros, o el de droga ahora. Es un negocio para algunos a costa del sufrimiento del ser humano. Hemos visto muchos documentales sobre las organizaciones de tráfico de drogas, por todas y espectacular, “Fariña” sobre Galicia. Pronto empezaremos a ver documentales sobre los carteles de la emigración ilegal, y seguro que nos llevaremos sorpresas. No me creo que esto no se sepa, que no se pueda seguir el rastro del dinero y que este rastro no lleve a Europa o al primer mundo, al mundo rico. Detrás de todo fenómeno, y de toda tragedia hay un interés económico, y la forma de combatir este interés, es disuadir en origen las decisiones personales de viajar, mediante la inversión en puestos de trabajo, vivienda y condiciones de vida dignas y desarrolladas en los países de exportación de seres humanos.
El otro día, en una velada muy agradable, hablamos de esto cinco personas que proveníamos de diferentes países, Venezuela, España, Suiza, y residiendo en diferentes sociedades. Londres, Ginebra, Mahón, y se plantearon las dos cuestiones esenciales.: integración social y cultural de los emigrantes, e inversión privada y no de Estado a Estado, en la creación de puestos de trabajo para generar riqueza que permita acceder a vivienda, educación, sanidad y cultura. Si somos país de recepción, sí que tenemos el derecho de plantearnos cual es nuestro modelo de acogida, y nuestras condiciones de permanencia y convivencia. La objeción de que los emigrantes han de asumir, y no lo están haciendo, el modelo estándar de vida civil y laico y la cultura del país de acogida parece razonable. No es el sistema compartimentar la convivencia la sociedad y la generación de riqueza o la vivienda, en guetos diferentes por religión, costumbres, un “China Town” cualquiera.
Deben definirse unos medios de convivencia estándar estables aceptables por toda la sociedad y que todo el mundo asuma, y debe ponerse freno en origen mediante inversiones seguras, que no se pierdan por el camino, a nivel público o privado pero directamente, para dinamizar el circuito de generación y producción de condiciones económicas de permanencia. Debemos definir políticamente las materias de emigración, residencia y nacionalidad.: El mínimo común múltiplo es una decisión política inaplazable para regular el derecho de emigración y acogida, y no el control de fronteras ni la exclusión general. Habrá que destinar las partidas presupuestarias necesarias, cambiando los criterios del gasto para construir los centros de acogida necesarios para el respeto de la dignidad humana y no hacer un “campo de concentración.
No digo que sea fácil, digo que al amparo de la libertad y de la tolerancia no pueden establecerse modelos de convivencia ni de estancia que naturalmente lleven al “autoapartheid”, porque la sociedad común se resquebraja y la convivencia de todos se hace imposible. La práctica religiosa es libre, el rechazo de la cultura de la sociedad en la que cada uno vive, no puede serlo. La inversión limpia con el objetivo de reducir la emigración, también es algo difícil, pero no más difícil que lo que estamos haciendo ahora, y sobre todo mucho más acorde con la dignidad de la persona y los derechos humanos.
Si no lo conseguimos, la extrema derecha seguirá subiendo, al amparo del fantasma del miedo, o de la incomprensión o de la no integración, nutriéndose de la clase obrera que se siente amenazada por la presencia de la emigración como culpable, y que prefiere la exclusión del diferente ayudada por la auto marginación cultural de los colectivos de emigrantes.
Es más fácil proyectar el fracaso personal sobre alguien a quien se siente inferior que trabajar por superarse a uno mismo. El problema no son ellos, quizá el problema seamos nosotros, nuestras sociedades y los olvidos de “la sopa de la cebolla” y de los valores que estamos o hemos enseñado a nuestros hijos. Este es el punto de inflexión para resolver la ecuación.