Los jugadores profesionales de fútbol (básicamente aquellos que militan en la Primera División de la Liga) marcan la orientación lingüística que más tarde rige en toda la sociedad. Ellos señalan las pautas a seguir —mediante sus declaraciones a los medios de comunicación— y el público, gregario siempre, recoge sus locuciones para incorporarlas a su vocabulario habitual.
Últimamente, la tendencia va relacionada con el hecho, trascendental en este deporte, que consiste en intentar que un balón penetre limpiamente en la portería contraria; se trata, vamos, de meter goles. Cuando un equipo, al final del encuentro, no se agencia con algún gol, el entrenador o el jugador de turno que aparecen delante de cualquier micrófono suelen afirmar: “No hemos concretado; nos ha faltado concretar”.
Si se me disculpa mi ligera petulancia, de la que me sirvo de manera harto habitual, les confesaré una breve reflexión: creo que, en la vida, las concreciones no sirven para gran cosa —y utilizo esta expresión con el fin de evitar la palabra nada que suena excesivamente vacía, como es natural. Los grandes pensadores de la Humanidad se han puesto siempre de acuerdo en expresar que lo que denominamos comúnmente inteligencia se basa en la idea de la universalidad, concepto que viene a ser un antónimo descarado de la concreción. Estoy con ellos, o sea con los pensadores. Las ideas generales, las abstracciones sobre la realidad más tangible, son una muestra clara y contundente de la insigne elevación de la psique por encima del estado animal de la persona. En consecuencia, entiendo que las concreciones no crean más que pura y dura vulgaridad. Las élites del raciocinio no concretan nunca; jamás se les ocurre discurrir entre los terrenos de la simpleza. La gente con clase (pertenezcan a grupos humanos de mucho o poco pecunio, que lo cortés no quita lo valiente) no departe con sus ciudadanos contertulios en términos de bajeza de miras; lo guay consiste en mantener en sus opiniones un cierto nivel de encumbramiento sobre la existencia. Concretar, pues, es un evidente signo de mezquindad moral, sólo adjudicada a patosos o negligentes, gente de vuelo rasante y muy poca altura de miras intelectuales. Ir a lo concreto es una manera de subestimar la felicidad que proporciona una visión del mundo más despejada, más rotunda; en definitiva, más cósmica, si se me permite la hipérbole.
He conocido en mi vida una ingente cantidad de personas que se han pasado la existencia concretando: una pandilla de insensatos que no han conseguido nunca alcanzar el nirvana de la gloria espiritual, filosóficamente hablando. Concretar, es decir, precisar, no conduce a nada más que a provocar problemas sociales. Imagínense ustedes a un matrimonio de perfección declarada que hubieran atravesado las bodas de oro de su sacramento. Ustedes mismos, háganse la pregunta: ¿por qué han podido disfrutar de su sagrada unión durante la friolera cifra de cincuenta años? Muy sencillo: porque durante todo este tiempo no han concretado nada: han fundamentado su relación en lo general, en su amor puro, en su aprecio etéreo, en vivir su vínculo sobrenatural. Si se hubieran dedicado a concretar aspectos cotidianos, o sea, de pura convivencia —que es lo que les suele suceder a la mayoría de parejas—, su relación habría sido un estropicio inmediato.
Concretar, para ir finalizando, no es elegante; es una vulgaridad y una muestra de ignorancia generalizada. Al mundo se le debe mirar de cara pero, si es posible, por encima del hombro.
Por consiguiente —el latiguillo que soltaba Felipe González tan a menudo— concretar sólo sirve para meter goles en una portería. Y eso, no siempre: a veces, un juego magnífico no necesita de goles (de concreciones) para resultar brillante y satisfactorio. Como el Betis: “manque pierda”.
Sea.
… el matrimonio no es un vínculo sagrado ni un vínculo sobrenatural debido a una tontería de sacramento… es básicamente un contrato de convivencia entre dos personas donde se concretan derechos y deberes… la religión no pinta aquí nada de nada, es como si fuera un gurú hechicero soplando humo sobre los esposos, una memez… lo que cuenta es la organización que la propia sociedad se construye para hacer más llevaderas nuestras vidas…