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“Changado”

Un artículo de Jaume Santacana

Donald Trump.
Donald Trump.

Advertencia previa dirigida a aquellas personas que se dispongan a leer este artículo: que sepan que les acabo de meter un golazo por la escuadra.

Imagino que a ustedes, lectores, les pasará como a mí, que arrastro una hartura considerable con la ingente cantidad de artículos o comentarios referidos al que puede ser o será (si Dios nuestro Señor, Buda, Alá o los pequeños dioses “lares”, nuestros queridos ancestros, no lo impiden) flamante presidente de Estados Unidos de América, el tal Donald Trump. NOTA: escribo este libelo cuando faltan solo un par de días para que esto suceda o pueda suceder. No me gustan los riesgos… pero un día es un día.

Un servidor está hasta los mismísimos de tragar opiniones varias —aunque casi todas en la misma dirección— sobre este personajillo que intenta emular a mi ídolo favorito el “pequeño Nicolás” sin conseguir llegarle a la altura de los zapatos o, si me apuran, a la altura del betún. Es por este hartazgo que me produce todo lo que se está escribiendo (o viendo u oyendo) que he omitido en el título de este papel el nombre del susodicho poeta de la política (me refiero a Trump, no al gran Nicolasete). He actuado con suma putería; de nada. Si hubieran leído la palabra Trump en el título me hubieran ignorado de inmediato; así, de esta forma, aunque sean ustedes pocos, ya les tengo en el saco. Ahora aguanten. De todos modos, debo confesarles que el título que finalmente he elegido para hacerles caer en el mezquino embeleco, “Changado” es, simplemente, un sinónimo de “chungo”; es el mejor adjetivo que he encontrado para situar al poderoso mandamás. Una cosa va por la otra tal y como dicen en Cabrahigo, en Almería.

Llevo siguiendo los discursos, las entrevistas y sobre todo los tuits del caballero Trump desde sus inicios como político y lo cierto es que, a cada comentario que suelta, me quedo más fascinado, más magnetizado. Es irrefutable que, como buen lenguaraz (o deslenguado, si lo prefieren), el porcentaje de sandeces que liberan sus irrefrenables fauces es de órdago. Las necedades que dimanan continuamente de su cerebelo oculto tras el penacho de pelo rubio oxigenado a mansalva mezclado con la fresa de un “frigopié” derretido, son casi abusivas, exorbitantes, desmesuradas.

Las afirmaciones a que nos tiene ya lamentablemente acostumbrados, aglutinan todas las parcelas de la sinrazón humana: desde las cuestiones simplemente sociales a la temática inmigrante, pasando por el sexo, la diplomacia internacional o el sentido común, así en genérico. No hay pensamiento racional que se le resista; su ideología está plagada de demagogia populista en estado puro y en ella escasean, en su práctica totalidad, aquellos valores morales que representan los avances de las democracias occidentales más y mejor desarrolladas, con más tradición de representatividad, de tolerancia y de diálogo. Insisto en que no retrato al mozo yanqui según lo que comenta la prensa o las redes sociales sino a través de sus comentarios directos que, por carencia evidente de espacio, no les puedo ir desgranando; aunque qué les voy a contar yo que ustedes no sepan.

Si su razonamiento mental está más vacío que la capa de ozono, su aspecto exterior deviene un memorable homenaje al mal gusto; por su forma de aparentar, si hubiera nacido durante el siglo de Pericles, ya lo habrían desterrado, no se diera el caso que proyectara la construcción de un templo a Minerva o la reescritura de La Odisea, con los mismos parámetros que su residencia dorada en Nueva York. La gran base filosófica que soporta su persona tiene un solo nombre: el dólar; y gracias. Ese es el hombre que, si se da el caso, no lo duden, va a poner al mundo en un brete de dimensiones desconocidas. Terrible. Peligroso.

Trump, el “panocha” repulsivo, representa la negación de la cultura, de la Historia, de la civilización, del arte y el buen gusto, de la ciencia, de la filosofía, del saber, de la educación.. de todo lo positivo que se ha ido construyendo a través de millones de años en el planeta.

Yo sólo pido que Dios, Buda, Alá y los lares nos amparen y que tengamos —como se les solía decir a las parteras— una hora bien corta y sobre todo, lo más feliz posible. Aunque este personaje da tanto miedo gobernando como perdiendo.

¡Ufffff, como de descansado me he quedado!


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