La vida. Una piel que acaricia otra piel. Una mañana de abril en París. Una estrella fugaz. La sonrisa de un bebé. La lluvia sobre la tierra mojada.
Una tarde de otoño en un café. La brisa que mueve las hojas de los árboles. Una flor. Una ardilla que pasa corriendo por un bosque. Una clase de literatura o de historia en la escuela. La hora del recreo al salir de clase.
Una canción de pop-rock. Un bolero. El nacimiento de una ilusión. La nieve, siempre tan enigmática y silenciosa. Una nube blanca. Las estrellas al caer la noche. Un niño o una niña que sueñan. Una ciudad iluminada.
Un beso de amor. Una película. Un recuerdo. Un atardecer. Un helado de almendra y de leche merengada.
Una tertulia entre dos personas que poco a poco están empezando a enamorarse. Un abrazo. Un libro. Una novela. Una revista. Un poema.
Un artículo de Andrés Trapiello, de Elvira Lindo, de Soledad Puértolas, de Antonio Muñoz Molina, de Pedro García Cuartango, de Jacinto Antón.
Una esperanza. Una mirada. Un regalo especial envuelto en un papel de regalo especial. Una llamada imprevista. Una carta escrita a mano.
Una madrugada en la que vemos salir de nuevo el sol. La nostalgia y la melancolía por lo que fue, por lo que no será, por lo que quizás se está ya escapando irremediablemente.
Un avión que despega al amanecer, un tren que avanza en la noche, un barco o un velero que surcan el mar.
Unas palabras respetuosas y dulces dichas en voz baja. Un gesto de ternura, de complicidad, de locura.
Un grillo. Una mariposa. Un gato. Un gorrión. Un koala. Un duende. Un hada.
La vida y el instante que fueron, que son, que permanecen, que pasan.