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“El legado político de Antich”

Un artículo de Marc González

Francesc Antich Oliver
Francesc Antich Oliver

Lamenté el fallecimiento del expresident Francesc Antich, quien probablemente reunía todas esas virtudes personales -honestidad, capacidad de diálogo, bonhomía- que se le han glosado desde diversos sectores sociales, incluyendo desde algunos de sus oponentes políticos. Y, más allá del personaje público, la muerte de una persona relativamente joven es siempre motivo adicional de pesar.

Celebro la altura moral de la presidenta Marga Prohens y de su partido, que gobierna las principales instituciones, aparcando sus abiertas diferencias políticas con el PSIB para ponerse a entera disposición personal e institucional de la familia y del partido del fallecido y poder otorgar así el marco adecuado a los actos en homenaje a su figura. Prohens ha dejado establecido un modo de proceder y una impronta que esperemos se repita en el futuro en semejantes ocasiones.

Discrepo, en cambio, de algunos de los análisis políticos de diversos opinadores de cabecera de la izquierda balear. La generosidad que muestran muchos de ellos ahora en el balance de realizaciones políticas de Antich contrasta con su propia hemeroteca. En algún caso, los elogios causan sonrojo a quien tenga una mínima memoria y recuerde lo que decían esos mismos analistas hasta hace dos días.

Antich innovó en la política balear, ciertamente, pero hundiendo los resultados electorales del PSIB-PSOE, que renunció desde el inicio de su liderazgo -y hasta hoy en día- a ser una fuerza mayoritaria con vocación de conformar un discurso transversal de centroizquierda y gobiernos en solitario para pasar a ser el mero conductor de una coalición de partidos cuyo único nexo común era la voluntad de impedir que el PP gobernase, al precio que fuera, según se ha visto posteriormente en sucesivas legislaturas. Jaume Matas dobló el resultado electoral de Antich en 1999, pero quedó a un escaño de la mayoría absoluta.

Antich dispuso entonces de la indudable ventaja de contar con un partido centrista, UM, que se puso a tiro a cambio de monopolizar el gobierno de la Isla, y cuya líder, Maria Antònia Munar, tenía cuentas pendientes con Gabriel Cañellas, quien en su día cometió la torpeza política de intentar fagocitar a los mallorquinistas con maniobras que dejaron malherido al partido, pero no muerto. En los siguientes comicios, con resultados muy parejos, UM rectificó y dio nuevamente el gobierno al PP y a Matas. Antich no consiguió, pues, cambiar el escenario político de las Islas tras su primer gobierno, sino únicamente aunar por vez primera en una coalición a socialistas, soberanistas y comunistas, precisando, incluso así, del apoyo externo de una formación que no era ciertamente de la órbita izquierdista.

Munar volvió a apoyar a Antich en 2007 frente a Matas, cometiendo probablemente el mayor error político de su carrera, pues sus ‘nuevos’ socios de la izquierda no cejaron desde el primer día en tratar de exterminar el espacio de centro mallorquinista, algo que prácticamente consiguieron y que Antich no fue capaz de parar, perdiendo para el futuro un eventual apoyo.

En cuanto a realizaciones políticas concretas, otorgar la paternidad de la ecotasa a Xisco Antich resulta una exageración, por más que el modelo resultase nuevo en España, que eso sí. Cuando en 2001 se puso en marcha el polémico impuesto -que eso es lo que es, un mero tributo que va a la caja común- diversos países europeos ya aplicaban gravámenes parecidos al turismo e incluso a la adquisición de segundas residencias, impelidos por las exigencias de los socios ecologistas de gobierno y siempre con el fin de incrementar el abanico tributario, que es el santo y seña de cualquier gobierno izquierdista, es decir, el de privar de recursos a la iniciativa privada friéndola a impuestos para pasar a dirigir la economía desde el poder, estableciendo vínculos de dependencia del máximo número posible de ciudadanos con las cuentas públicas -cargos, funcionarios y trabajadores de la administración, pensiones, subsidios, subvenciones, etc.-, con el fin poco disimulado de amansar su voluntad política de cambio, algo en lo que la izquierda tropieza una y otra vez y que Pedro Sánchez ha elevado al paroxismo.

Que Antich previera el fenómeno del crecimiento exponencial del turismo, el aumento de población que hemos experimentado en la Islas en este último cuarto de siglo y la sensación de saturación es, siendo benévolos, poco probable. Desde luego, ninguna de sus decisiones impidió las molestas consecuencias de ese crecimiento desmesurado. En realidad, esta situación no la vio venir absolutamente nadie, porque dependía mayoritariamente de factores completamente ajenos al poder político, como la aparición y expansión de las compañías aéreas low-cost, el auge de las plataformas de contratación de alojamiento y servicios al alcance de cualquier persona prescindiendo del tradicional agente de viajes, o el avance de la telefonía móvil hacia el modelo smart-phone, que supone que estemos conectados al mundo entero en todo momento, etc.

Por tanto, los hiperbólicos calificativos de ‘visionario’ en esta materia se me antojan fruto de la generosidad que acompaña siempre al análisis de las obras de quienes nos acaban de dejar.

En materia lingüística y cultural, los sucesivos Pactes se limitaron a mantener la obra de Cañellas y Matas, es decir, la Ley de Normalización Lingüística y el llamado Decreto de Mínimos. No hubo innovación alguna en este sentido. No dudo del patriotismo ni del amor por nuestra cultura de Francesc Antich, pero tampoco en ese ámbito se produjo avance significativo alguno.

En otros aspectos de la gobernanza, cierto es que el primer Pacte de Progrés contó con algunos responsables de gran talla política, tales como Damià PonsJoan MesquidaFrancesc Quetglas y alguno más, contrastando con otros perfectamente prescindibles y de cuyo nombre prefiero no acordarme. El segundo Govern Antich 2007-2011 ya fue, claramente, otra cosa, con una composición de compromiso fruto de los pactos con UM y restantes fuerzas de izquierda, acuerdo que implosionó con el cataclismo político de febrero de 2010 y la posterior debacle electoral de 2011, comicios en los que Antich cosechó, como fruto de su gestión, una durísima derrota, llevando al PSIB a únicamente 14 escaños frente a los 35 del PP de José Ramón Bauzá. Solo la incomprensible ceguera, torpeza política e inefable personalidad de Bauzá propició que la heredera de Antich, Francina Armengol tuviera una mínima oportunidad de repetir fórmula en 2015 y la aprovechara.

El balance de la vida pública de Francesc Antich presenta, pues, como el de casi cualquier gobernante democrático, luces y sombras. Que el algaidí fuera -y no albergo duda alguna al respecto- una buena persona, y que lamentemos profundamente su desaparición no debiera nublar el análisis político de su gestión.


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