Con el tema de la inmigración resulta, cuanto menos, curioso como nunca se trata el tema de la situación política de los países de origen. Ciertamente, son muchos los posibles motivos para abandonar un territorio y trasladarse a otro, pero cuando se hace en condiciones precarias, o muy precarias sometidos a mafias inhumanas, es razonable pensar que el motivo es de mera subsistencia. Y en este sentido, hay que preguntarse ¿Por qué hay países incapaces de ofrecer las mínimas oportunidades a su población? O dicho, en otras palabras ¿Por qué fracasan los países?
Precisamente este es el título de uno de los libros sobre economía más influyentes de las últimas décadas, cuyos autores han recibido el Premio Nobel recientemente. La idea principal de la obra de Acemoglu y Robinson señala que hay países con estructuras económicas inclusivas y otros que no. Los primeros tienen abiertas sus “escaleras sociales”, respetando el disfrute de los frutos del propio trabajo mediante la salvaguarda de la institución de la propiedad privada entre otras también inclusivas. Lo que significa que los privilegios (ley privada) están, sí no abolidos, al menos muy limitados.
Nada de eso ocurre en los países fracasados, en donde perviven prebendas, en forma de concesiones, regalías, etc. (instituciones extractivas) que impiden generar los incentivos necesarios para la realización de esfuerzos personales de participación en la vida social y, con ello, de cualquier posible ascenso. En este sentido la falta de respeto a la propiedad suele ser una de las claves más relevantes.
Se trata de conclusiones muy en línea con las publicadas en marzo 1776 por el filósofo económico Adam Smith y que, también estaban presentes en la redacción de la obra magna del 4 de julio, de ese mismo año, de Jefferson y los de otros padres fundadores. Tal vez precisamente por eso los Estados Unidos son los que son: el país receptor por antonomasia.
Sabemos que muchos millones de venezolanos han tenido que dejar su rico país, lo mismo que les ha ocurrido a innumerables cubanos, nicaragüenses, mexicanos, guatemaltecos, etc., o incluso, hasta ahora, también argentinos. Y, ciertamente, no se puede atribuir -aunque los citados autores lo hagan- a la impronta del Imperio Español, pues no siempre han sido regiones emisoras de población. Además, es más que probable que, sí la senda de éxito del presidente Milei continúa, el país de la plata vuelva a ser una nación receptora en breve. ¡Sin duda, Hispanoamérica necesita más “locos” con motosierra!
Con la inmigración africana pasa lo mismo. Muchos países del gran continente de nuestro sur son incapaces de retener a su población, no por ser pobres ni por haber sido colonia europea, ni tan siquiera por falta de recursos, sino por tener estructuras e instituciones sociales no-inclusivas, esto es, extractivas. Una situación similar a algunas naciones asiáticas de cualquier tamaño.
En líneas generales el auténtico capitalismo de libre competencia empresarial es el sistema económico más inclusivo, pues en él, como hemos señalado, los individuos pueden aprovechar los frutos de su trabajo y de su esfuerzo. Al tiempo que el sistema de precios libres evita concentraciones de poder excesivas. El respeto a la propiedad, que lo caracteriza, es el mejor incentivo para el progreso personal, y también colectivo. Aunque, sin embargo, es cierto que también es el sistema más cambiante a través de la destrucción creativa schumpeteriana. Esto último, crea una sensación evidente de riesgo permanente. De manera que algunos, de los que ya han subido la escalera social, pueden sentir cierto vértigo, por ser incapaces de adaptarse, por lo que pueden tener una tendencia a querer blindar su situación. Para lo cual, con frecuencia, apelarán a ideales socialistas según los cuales no hay puentes entre clases sociales.
Alternativamente, los llamados sistemas socialistas, o nacional-corporativistas, no procuran los mismos incentivos de progreso. En ellos el statu-quo es lo predominante. De hecho, son sistemas mucho menos cambiantes, en donde la propiedad privada, -sí existe- está sometida a supuestos bienes colectivos superiores que generan licencias, permisos, expedientes y burocracias paralizantes de todo tipo. Además, muchos precios suelen estar intervenidos. Es, precisamente por todo ello, que los nacidos en los estamentos más bajos muy difícilmente tendrán opciones desarrollarse en su propia tierra y, como consecuencia, ninguna a subir un sólo peldaño.
Ahora bien, las élites de esos países, -coincidiendo en esto con algunas de las antes mencionadas-, harán discursos socializantes (de ricos y pobres como algo casi genético) con el idéntico objetivo real de blindar sus posiciones.
Es por ello que a quien de verdad le interesa el capitalismo auténtico es a los estratos menos favorecidos de todas las sociedades. Pero de forma muy especial a aquellos nacidos en los países fracasados. Por lo que me inclino a pensar que el actual debate que se está produciendo en occidente sobre la inmigración debería poner mucho más acento en la organización política de los países emisores, para ayudarlos no sólo con recursos tal como se hace desde hace décadas, sino también con algo mucho más importante, esto es, con su experiencia sincera.