En este mes de enero, han salido algunos pequeños brotes en el viejo platanero —ahora sin hojas— que se encuentra situado justo enfrente del ventanal de mi antigua casa, en la calle Reyes Católicos.
Son sólo cuatro o cinco brotes, muy pequeñitos, pero yo creo que si tuviéramos en Palma varios días más de sol, podrían quizás sobrevivir, aunque si continúa el frío o vuelve la lluvia, seguramente no será así.
Los brotes que nacen antes de la primavera, durante el invierno, posiblemente necesitan mucho más que otros de la luz y el calor del sol, como un bebé prematuro o con problemas de salud necesita la luz y el calor de una incubadora para poder salir dichosamente adelante.
Cuando yo era un niño, mi madre me recordaba a menudo que los médicos siempre le habían dicho al inicio de su segundo embarazo —el mío— que me perdería, que no había esperanza, que yo nunca llegaría a nacer. Por suerte para mí, esa vez se equivocaron.
Pero también es cierto que durante aquellos nueve meses yo percibí, de algún modo, la gran preocupación y la angustia de mi madre por mí. Tal vez mi acendrada melancolía y mi exceso de responsabilidad provengan, en cierta forma, de aquella época.
Mirando estos días los pequeños brotes que han salido en el platanero situado junto a mi antigua casa, he pensado de nuevo en aquel pasado.
Siguiendo con esa analogía, podríamos decir que, a veces, muchos de nosotros pensamos que no llegaremos a tener nunca la fuerza y la fortaleza que sí tienen otras personas para poder hacer frente a los avatares y los problemas que nos pueda ir deparando la vida.
Pero aun así, seguimos luchando, porque sabemos que para poder seguir aquí quizás sólo necesitemos, como aquellos hermosos brotes, un poco de suerte y de amoroso vigor, un poco de luz y de calor del sol.