Los motivos por los que los hombres y las mujeres deberían envolverse la cabeza en sus salidas al exterior son múltiples y variados. Pretendo aquí, sólo, comentar los más fundamentales.
De entrada, creo que taparse la cabeza es del todo imprescindible. Es evidente que la razón principal es la que da nombre a la prenda que estamos tratando, el sobrero: provocar sombra sobre la chola de los humanos. En el país en que nos ha tocado vivir, sin elección posible, el grado de actuación de los rayos solares es inconmensurable y casi insultante. No se puede, bajo ningún concepto, dejar la testuz al descubierto ni un solo momento del día, ya sea en invierno ya sea en verano. La cabeza es una parte del cuerpo —normalmente en su emplazamiento superior— muy íntima y, además, suele dar cobijo a los órganos de los sentidos y posee el centro neurálgico más decisivo aunque algunos descerebrados no se enteren de la misa la media. La mollera no debe, de ninguna manera, estar sometida a los efectos de la tórrida acción solar.
Por otro lado, cubrirse la calabaza tiene efectos muy positivos en la lucha contra la frialdad del ambiente en los meses más gélidos; abriga, que ya es mucho. Famosos pensadores han dejado escrito que llevar sombrero ayuda a que las ideas no desaparezcan del cerebro. A las personas, de natural sin juicio, el hecho de techar su seso no les representa ningún beneficio especial; no hay, y punto pelota.
Por si esto fuera poco, no hay que olvidar que revestir el talento es un signo inequívoco de elegancia y respeto hacia el prójimo. La cabeza —como los pies humanos…horripilantes— es una zona que, en muchas ocasiones deja mucho que desear y suele mostrar fealdades perfectamente mejorables.
Durante siglos, fue inconcebible que un hombre o una mujer paseara por la calle sin resguardar su molondra. Para visualizar la clásica lucha de clases (antes de que desapareciera gracias al low cost generalizado, es decir, la globalización) los trabajadores, la chusma y el populacho vestían gorras, mientras que los hombres de bien, los pudientes, las personas con posibles, los ricachones, se acicalaban con distintas clases de sombreros según lo requería la ocasión. Así, en determinadas circunstancias para los varones era apropiado usar un sombrero hongo, el denominado bombín; en otras, un borsalino; o, según como, una chistera para actos de alto regodeo; o un canotier para subirse a cantar a un escenario; para viajar por Mozambique era imprescindible el salacot; y, por descontado, el panamá durante la canícula húmeda y sudorosa.
Para la féminas, una buena pamela daba el pego casi siempre y si no que se lo pregunten a Grace Kelly (bueno, ya no es buen momento para preguntárselo…). Las mujeres con boina —en los cincuenta o los sesenta— estaban de muy buen ver; incluso algunas con gorrita desprendían belleza en todo su rostro; y qué decir de los simpáticos clöche (campanas) de El gran Gatsby. Actualmente, ha dado la vuelta al mundo el sombrero tipo hamplon que lució la señora Melanie Trump durante la toma de posesión de su “fiel” marido Donald (que no el pato) como presiente de los Estados Unidos de América. Su único objetivo, al parecer, era que los labios del apuesto fanfarrón no rozaran los suyos, cosa que le podría producir cierta urticaria.
Como en botica, para utilizar esta prenda tan agradable, el sombrero, hay que seguir ciertas normas. Les hago un breve resumen: a caras redondas, sombreros rectilíneos; a semblantes alargados, formas circulares; rostros cuadrados, formas elípticas y alas de tamaño medio; jetas con forma de triángulo invertido, sombreros de copa no muy alta; fachadas ovaladas, todo tipo de sombreros funciona; caras duras, da igual.
Los militares usan gorras; los papas, tiaras; los guardias civiles, tricornios; los chefs, gorros de cocina; las nurses, tocado; y los mineros, cascos con linterna… ¡por algo será! Antes, los rorros se defendían de las caídas y golpes con chichoneras; práctico.
Un servidor de ustedes vistió sombrero durante toda su vida, por lo menos en su curso profesional. Una vez jubilado, por pura rebeldía épica personal, dejé de cubrirme la cabeza… un error gravísimo del cual me arrepiento profundamente. Otro motivo que me impulsó a descubrirme el cerebelo fue como un paso previo a mi futuro (y quizás próximo) estado fúnebre, luctuoso y mortuorio.
Hoy, ya casi nadie usa sombreros, lo que me parece una indecencia y una pérdida de moral insostenible. En todo caso, en el metro y por las calles se observan jóvenes con aspecto de semidelincuentes que se cubren con gorras (de tipo baseball) colocadas al revés, es decir, con la visera en la parte posterior, o sea, en el puro cogote.
Yo, cuando veo a alguien cubierto elegantemente, me quito el sombrero… aunque ya no lo lleve.