Balears ha comenzado a conmemorar el Día Internacional contra la Violencia Doméstica. A lo largo de estos días se celebrarán charlas, talleres y coloquios, se repartirán chapas y puntos de libro, se convocarán, quizás, minutos de silencio con el objetivo de llamar la atención sobre un problema que deja cada año, en todo el mundo, miles de víctimas, cada vez más jóvenes en los países desarrollados, como es el caso de España.
El fenómeno es de gran complejidad como también lo son las soluciones para erradicarlo. Se insiste con frecuencia siempre en la educación como una de las claves para revertir la situación pero este discurso choca frontalmente con la concepción de los diferentes planes educativos donde las asignaturas que enseñan a pensar y conforman el espíritu crítico, que abren ventanas van quedando cada vez más arrinconadas .
¿Cómo podemos saber que somos víctimas de la violencia si no sabemos interpretar las señales, si no conocemos verdaderas historias de amor y dedicación, si desconocemos cuáles son nuestros derechos, si quedan fuera de la escuela materias que enseñen a ser más sensibles, empáticos y tolerantes, y en casa tampoco nadie puede transmitir los valores y las habilidades suficientes para enfrentar situaciones de violencia y maltrato ocupado todo el mundo como está en llegar a fin de mes?
No es novedad que son necesarias medidas a corto, medio y largo plazo ni que, poco a poco, han ido aumentando los recursos institucionales para luchar contra la violencia en el hogar, pero también debe trabajarse para que se incrementen los recursos personales, aquellos que contribuyan al desarrollo de una sociedad libre y consciente, conformada por personas que reclaman sus derechos al mismo tiempo que cumplen con sus deberes, entre ellos, el de velar para que las jóvenes, las mujeres y los niños vivan en unas condiciones mínimas de seguridad y bienestar.
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