Lleva el nombre de un islote (675 metros por 150) que emerge del Cantábrico frente a Bermeo y Mundaka, y ha sido escenario de episodios tan curiosos como los protagonizados por ese pedazo de tierra. Los atesora Amadeo, junto con su sonrisa, su admiración por su esposa Toñi, y su afabilidad, y los comparte en la pausa de la tarde, en una mesa vestida con un mantel rojo, como todos los del pequeño restaurante, que cada servicio asiste a dos o tres cambios de plato.
En el Izaro puede caer la tarde de invierno sin que decaigan el ánimo y los recuerdos nítidos de Amadeo, un leonés que, después de conocer Menorca durante unas vacaciones y “cansado de la incertidumbre y el desasosiego del terrorismo vivido desde el casco viejo de Bilbao”, llegó a la Isla, casi 30 años atrás, acompañado de su mujer y su hija Onira, ambas vascas. Toda la experiencia acumulada tras las barras bilbaínas de El Chimbo y Zaharrén la trasladó este mecánico de vocación reconvertido a hostelero a un merendero que había en ‘Els Plans’ de Alaior y, posteriormente, al pequeño restaurante de la calle Miquel de Veri.
“Quisimos que se llamara Izarra, que es lucero, pero estaba registrado, y le pusimos Izaro, que es isla, y quisimos que fuese un sitio donde se aprendiese a comer bien, bien. Siempre hemos intentado tener buen genero, hasta siete variedades de marisco, pescado fresco, carnes especiales pero también potajes, de alubias, de garbanzos, legumbres de lujo, y todo preparado como toca y servido de la mejor manera para que lo que te llegue es un “qué rico, qué bueno” porque vives más para enseñar a comer bien y a disfrutar”, se explaya Amadeo.
Sin perder la sonrisa ni un instante reconoce el restaurador que aunque “el piropo te estimula mucho” está “fatigado”. “Son muchos años de mezclar trabajo con familia, ¡y tanto esfuerzo!”, exclama Amadeo, a quien gustaría que “un profesional” tomase el relevo en Izaro. “Me gustaría que alguien le diese continuidad a lo que hemos hecho todos estos años. Ni Onira ni Igor, nuestro otro hijo, seguirán porque han visto lo duro que es y la suerte es que les hemos podido dar estudios, y podría venir alguien a montar una pizzeria, por ejemplo, pero yo sentiría que no tiene nada que ver con nosotros”, reflexiona.
Mientras esto no sucede Amadeo y Toñi, a quien él, haciendo suyo el apelativo que le dio uno de sus clientes, cariñosamente llama “la máquina“, continúan al pie del cañón, recordando los buenos momentos, dejando los malos en un segundo plano. “Los últimos años han sido muy complicados, hemos perdido a algunos de nuestros más fieles clientes, quienes dieron fama y calor al local, además está la crisis. Antes venían muchos políticos, contratistas, médicos con representantes, abogados, notarios, pero a todos afectó”, explica Amadeo.
Ni cuando habla de esas pérdidas pierde la sonrisa Amadeo. “Nosotros hemos intentado ajustar los precios pero no sabríamos trabajar con un menú fijo, lo nuestro es cocinar al detalle“, prosigue el leonés, antes de ejemplificar la afirmación con el mimo con el que Toñi prepara unas cocochas de merluza. Y en esas estarán, quizás no mucho tiempo, alentados por la fidelidad de sus clientes y los comentarios elogiosos en las redes sociales, animados por quienes comparten confidencias “por la confianza, la amistad o porque se animan con una copita”, convencidos de que “muchos menorquines aprendieron a comer bien aquí”, sirviendo y disfrutando hasta el último momento de ser “aprendices (adelantados) de hostelería”.