Con las espigas y los campos en grano sintamos la presencia del Espíritu hálito de las Estaciones y así descubramos su día a día.
¿Qué causa el Espíritu?
En una sola palabra el Espíritu es una instantánea de la realidad que nos circunda y que somos. El Espíritu no transforma el mundo, te pone en contacto con él, te lleva a él, te introduce en él. No explica la realidad, ni la embellece, la muestra. Porque parte de la base de que la creación es buena. (Todo lo creó y bueno lo vio).
Sentir el Espíritu es un entrenamiento de mi yo más íntimo. Es un despertar de los sentidos: De atención, de naturalidad, de autenticidad, de paciencia, de desprendimiento, de superación de la vanidad…de don de sí.
El primer requisito de un discípulo del Espíritu es mimar el deseo de recuperar la inocencia. Así uno debe de ansiar sentir la inocencia dentro como fuera de sí… solo o con ayuda. La mirada limpia… es esencial; el saber estar sin esperar nada… es esencial; la ausencia de juicio al género humano… es esencial.
Todo aquel que haya convivido con niños ha comprobado que estos ven lo oculto al ojo (De éstos es el Reino de los Cielos).
En mi viaje al Japón escuché a un maestro de pintura nipón decir: “Si fuéramos capaces de percibir de un golpe todo lo que acaece…reventaríamos”. Por eso el Espíritu nos da la oportunidad de vivir un proceso, un camino de agigantamiento de nosotros mismos, una vía para aumentar nuestra capacidad de sentir. Sentir más lo que acaece y menos lo que hemos vivido ya.
Oigamos a este niño de siete años que dice: “Ya está la abuela hablándole a los peces de colores en el idioma de su pueblo… y la escuchan”. Así pues la persona natural no necesita un camino para retornar a la pureza original. Vive ya la pureza. Lo propio de él es el asombro por el contacto y descubrimiento de lo nuevo en un mundo….abierto. Su mirada tiene la espontaneidad del ser primerizo y la sensibilidad del niño.
Se nos hace preciso un ejercicio de estar atentos para sentir esta inocencia en el contacto con la creación que surge. Vibrar con lo que nos rodea…cuyo objetivo final es “sentir con todo lo creado”… descubriendo lo novedoso que germina. Lo espiritual es patrimonio de los sentidos ya que lo creado nos toca a flor de piel…
El escritor Kôbô Abe en “La Mujer de Arena” narra: “La altura de una civilización se mide por el grado de limpieza de la piel…Si la persona tiene un alma, ésta debe sin duda morar en su piel”. Lo que se percibe es lo que existe. No somos nuestras ideas, ni nuestras creencias. (El Reino está en vosotros).
Cada cosa está en su sitio, y nosotros también sólo si estamos en el mundo respetuosamente. (Descálzate…este es un lugar sagrado). Lo sagrado no es algo que se comprenda…pero, sí, se siente porque nos atañe.
La persona a quien toca el Espíritu tiene más de amante suicida (que se lanza al ser con “salto libre” al vacío), que de asceta que renuncia al mundo. Según la tradición mística más universal “Ahora” es el tiempo sagrado. Y, si no lo fuera, lo sagrado no existiría. ¡Existe sólo aquel que siente el ahora! (Danos hoy el alimento).
Contemplar…” Contemplar “es mucho más que mirar intensamente; contemplar es estar. No sólo “estar” sino estar “absolutamente”. Mirar no sirve; “mirar es estar al margen”. El verdadero “místico-creyente” lo adora todo. Lo que le fascina no son los objetos ni las personas, tampoco las puestas del sol ni los amaneceres…sino la red invisible que los entreteje. La trama y la urdimbre de la vida. “Contemplé al hacedor de prodigios… (El Espíritu) y ahora acompaño a mi sombra mientras vuelve a casa”.
Y finalizando, lo que no muestra el Espíritu es más importante que lo que dice y señala. Porque el Espíritu desdice en su silencio nuestras más firmes vivencias y certezas. Tal vez, deba ser esto nuestra vida: Un silencio hecho de palabras… Sí, el silencio que fuimos y el silencio que seremos…
Linda y fructífera Pascua Granada.