De los diez últimos noticieros de TV o radio que han llegado a mis oídos no he conseguido ninguno que abriera fuera de Venezuela, y al despertar hoy soñaba que tenía que ir a votar de nuevo, como cuando el 20D o el 26J. Además, es domingo, como cuando las urnas. Ni el G20 de Hamburgo, ni Catalunya, ni Nadal en Wimbledon han sido capaces de derrotar al traslado de López desde una cárcel entre rejas a otra entre familiares y amigos.
No solo me alegro del evento, sino que lo vivo con envidia sana, pues cualquier mejora de las condiciones de un preso político me hace pensar en aquella momia nuestra que seguía firmando muertes contra el paredón hasta poco antes de la suya, en una cama blindada desde la que dictó una herencia envenenada que aún no hemos sido capaces de sanear, como tampoco lo fuimos de hacerle pasar por el trance de la Justicia. NI tampoco a sus secuaces.
El caso es que si en España rige “siempre Venezuela” es solo porque algunos profesionales, a quienes llamaremos “Monedero”, hicieron unos informes al gobierno de allí que, como consiguieron cobrar, deducimos que dejaron al cliente satisfecho. Todo habría quedado en un caso más de éxito de la marca España si no fuera porque, después, a esos mismos exportadores de conocimiento les dio por montar aquí un partido molesto, cosa más que natural a la vista de una crisis mundial especialmente peligrosa para España y que provocó la reacción de millones en aquel 15M primaveral que todavía no hemos olvidado.
Dado que la prensa nos tiene completamente informados, Rajoy, Rivera y los “jarrones chinos” deberían condenar diez veces el franquismo y cinco la corrupción española antes de cada brasa que nos quieran volver a dar con Venezuela, un país a más de siete mil kilómetros de distancia y con un sistema político que, si no es una democracia al uso, en lo que más se parece a nuestra vieja dictadura es en el idioma que antes vociferaban, y ahora vociferan, los guardianes de ambas.