Nos aferramos a lo tradicional para no desmerecer las raíces culturales de nuestras fiestas. El factor de autenticidad consigue que el pueblo y los que nos visitan valoren estas mismas maneras de proceder desde tiempos remotos. Aunque eso no quita que la modernidad aporte ciertos ajustes o mejoras que solucionan problemas o enriquecen la fiesta en sí.
Uno de los mayores ejemplos ha sido siempre la fiesta de Sant Joan. Con la masificación se han habilitado sistemas para que todo el mundo pueda seguir el jaleo, els jocs des pla o el primer toc sin necesidad de arriesgarse a una lipotimia o a asfixiarse entre los cuerpos de otras personas embutidas en callejuelas pequeñas. Luego está el factor que enriquece. Son aportaciones que vienen para redondear el espectáculo. En el caso de la figura del fabioler parecía estar todo bastante bien delimitado; un hombre o una mujer que sobre un asno va anunciando la llegada de la fiesta con su tambor y flautín. Las tonadas o canciones siempre son las mismas y poco varían de pueblo en pueblo y según la ocasión o el momento de la fiesta suena El ball d’es Cossil, Sa Qualcada, y otra diferente en el momento de repartir l’aigurós en el momento de Ses Completes tras la Missa de caixers.
El joven fabioler Vladislav Pau Febrer recuerda que mestre Biel Cardona de Ferreries introdujo al menos tres nuevas tonades que no llegaron a engancharse a la tradición popular. Pero estamos hablando de ir más de 125 años hacia atrás en la historia de la fiesta. Aportar más composiciones para fabiol en las fiestas podría aportar mayor riqueza a los festejos y al papel que representan los fabiolers y fabioleres.