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"Cuento de Navidad"

Un artículo de Adolfo Alonso

Charles Dickens, autor de "Cuento de Navidad". (Imagen: DEPOSITPHOTOS.COM)
Charles Dickens, autor de "Cuento de Navidad". (Imagen: DEPOSITPHOTOS.COM)

Paseo por las calles de Oporto, en Portugal. Una mezcla de Vigo y Pontevedra, quizá más monumental. También puede ser al revés: Pontevedra y Vigo, una mezcla de Oporto, menos monumental. Por las calles, mucha gente de diferentes orígenes, razas o idiomas: blancos, indios, asiáticos, europeos, africanos; chinos con sus velas dentro de la misa de la iglesia en Navidad.

Portugal es como una “prueba del algodón”, del anuncio aquel, sobre el iberismo. El limpiador que se pasa por los azulejos de la pared de la cocina. Llevo en la mochila un libro que compré en Lisboa en el año 1999, en portugués, sobre la historia de Portugal. Ya no me sale hablar en portugués; me sale hablar en catalán. Del cambio del castellano al portugués se me cuela a medias el vocabulario catalán, y voy mal así en el supermercado y en la calle.

Lo mejor es que aquí, quien más quien menos, habla inglés y español, y medio-medio, entre el español y el portugués, pues ya vamos haciendo para la vista y la vida de la ciudad.

Viendo los tipos físicos y escuchando, me vienen comparaciones de puertorriqueños, dominicanos, uruguayos, argentinos, colombianos, venezolanos, cubanos, mexicanos, etc., pero no me vienen guineanos o filipinos, mientras que aquí sí aparecen angoleños, o personas de Goa, Macao, Madeira, Cabo Verde, y también de Venezuela. Los “portus” de Venezuela y sus descendientes son una comunidad importante allí de panaderos, pasteleros, criollos.

Miro y remiro, y se me ocurre un cuento de Navidad, y es el cuento de las “dependencias”, que sería el contrario a la historia de las “independencias”, un prefijo literario.

Imaginemos que tenemos, en Navidad, un agujero en el tiempo que nos permite volver hacia atrás, hacia los siglos XVII, XVIII y XIX. Convirtámonos en Charles Dickens y en su 'Cuento de Navidad'.

Imaginemos que no han existido ni Bolívar, ni Rizal, ni O’Higgins, ni todos los próceres independentistas de Iberoamérica. O recordemos que sí han existido —en realidad lo sabemos—, pero que el resultado de los levantamientos armados contra Lisboa o Madrid hubiera sido diferente: una Península Ibérica unida, en lugar de formar parte de los PIGS. Cerdos, traduzco del inglés. Abreviatura circulada por la UE: Portugal, Italia, Grecia, Spain; los cerdos de Europa, la escoria de la UE.

Imaginemos que las Baleares, las Canarias, Madeira, la ultramar francesa, Ceuta, Melilla, hubieran sido además Tetuán, Larache, Asilah, Nador, Ifni, Sáhara, Cuba, Puerto Rico, Mozambique, Guinea Ecuatorial, República Dominicana, Panamá, Goa, Macao, Filipinas y otros territorios, formando parte —con los estatutos autonómicos que queramos— de la Unión Europea.

Este es el cuento de Navidad. No es la realidad, pero la realidad tampoco es Papá Noel ni Santa Claus.

Trump es como es, pero tiene muchas cosas positivas. Es el reflejo de la realidad anglosajona, entendiendo por tal EE. UU. e Inglaterra, y todos los países de la Commonwealth. La “realidad” ha querido ser impuesta a Europa. Inglaterra no ha querido ser Europa: ha optado y ha perdido su tren. Por fin está claro que no son Europa ni son de los nuestros.

Estados Unidos no ha querido ser uno entre iguales, sino el modelo a importar en la Unión Europea, contando con la inestimable ayuda de las películas bélicas: americano bueno, alemán, japonés, iraquí, talibán malo; y de indios y vaqueros de Hollywood. También ha perdido su tren. Ya nadie se cree el estilo de vida americano como equivalente al estilo de la libertad y la oportunidad.

El fentanilo es el sueño americano, y 'La hoguera de las vanidades', su sistema. Esas películas han matado literalmente a miles de personas, porque han banalizado la vida y la muerte y simplificado a los buenos y los malos. Han transmitido unos valores que no son los valores europeos continentales.

El románico, el gótico, el Renacimiento, el barroco son tan distantes de EE. UU. como lo son las casas de Michael Jackson y Elvis Presley. Pero el Vaticano es el Vaticano. El Quattrocento y el Cinquecento son lo que son. 'Historia de una escalera' o '¿Por quién doblan las campanas?' no son literatura iberoamericana. El impresionismo, el cubismo, no son 'Tomates verdes fritos' ni 'La milla verde'.

Todo esto se lo ha llevado por delante Trump y lo que arrastra a otros países: España, Honduras, El Salvador, Argentina, Chile, Hungría, Francia, Venezuela, en camino.

Debemos centrarnos, entonces, en este cuento de Navidad, que es mi artículo. Imaginemos que el espíritu de la Navidad vuelve a Trump y a todo su mundo, y que es capaz de hablar con un niño en Nochebuena. De hecho, no ha sido capaz de hacerlo.

El mundo no ha ido de la mejor manera posible. En Navidad, volvamos hacia atrás y contemos un cuento. Creamos en una Iberoamérica miembro de la Unión Europea, en un Puerto Rico incorporándose a la democracia española y, por lo tanto, europea, y en una Unión Europea verdadera, no meramente funcionarial ni un coro de villancicos de embajadas contra la guerra de Ucrania.

Hagamos un cuento de Navidad en una Península Ibérica unida, en la que Gibraltar, Portugal, Andorra y España tengan una misma soberanía dentro de una república federal con límites fijos. Miren ustedes: el presidente de Ucrania ha sido más sincero; su deseo para Navidad ha sido que se muera Putin. No está para un Premio Nobel de la Paz, pero María Corina Machado no tiene más méritos y se lo han dado porque tocaba, igual que tocaba inventar premios de la paz para otros.

Lo que no es sincero en Navidad es la Unión Europea: una casta de funcionarios privilegiados, aburridos en Bruselas, pero ganando mucho dinero y privilegios. Para esto no se hizo la UE, y así no vale para nada.

Imaginemos un cuento de Navidad en el que los Estados miembros cedan su soberanía sin reservas y configuren unos Estados Republicanos Europeos, con un solo territorio real, distinto de la simple libre circulación de capitales, personas o una moneda única. Una moneda con el mismo nombre no sirve de nada si cada país tiene un nivel de vida, un poder adquisitivo y una clase media distintos, y si no existe una idea común de identidad, policía y destino.

Hagamos un cuento de Navidad en el que EE. UU. e Inglaterra vayan por su lado y no nos vendan su modelo, y en el que todos aquellos que decidieron ser independientes durante el siglo XIX decidan ahora ser “dependientes”. Cambiemos “dependientes” por “soberanos” o “independientes”, para entendernos, porque difícilmente hoy puede encontrarse un Estado latinoamericano realmente independiente de EE. UU. Hay muchas formas de perder soberanía, identidad y libertad.

Hagamos un cuento de Navidad en el que todos estos países recuerden que tienen una soberanía que quizá erróneamente e innecesariamente pelearon, cuyo origen es común, y que son Estados miembros de una Unión Europea fuerte y unida, saliendo de su fatiga.

Estamos en Navidad. Los cuentos son posibles.

Felices fiestas a todos y a todas.


.- La ilustración de este artículo pertenece al banco de imágenes de DepositPhotos.com

R

Redacción

Periodista de Menorca al Dia