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En el triste aniversario de la liberación de Auschwitz

Una opinión de Lola Maiques Flores

Con motivo del 70 aniversario de la liberación de Auschwitz, los medios nos hemos puesto a echar la vista atrás, a recuperar imágenes, nombres y, en algún caso, testimonios de personas que vivieron aquel horror. Oírlas hablar, con los ojos llenos de lágrimas, de aquellos hechos, con emotividad pero también con la naturalidad de las cosas que pasan, por mucho que algunos hayan querido negarlas o minimizar su dimensión, resulta sobrecogedor.

Bartolomé Florit y Jaime Mercadal, de Alaior, José Van-Valre Castell; José Caules Manuel Marqués e Ignacio Moll, de Ciutadella; Ernest Rosselló, de Fornells; Enrique Ballester, Alvaro Cardona, Sebastián Garriga, Lorenzo Mercadal, Antonio Mercadal, Antonio Noguera, Juan Pons, Rafael Saura y Crescencio Sintes, todos de Mahón, son los nombres de los menorquines asesinados por los nazis.

Junto con otros 14 mallorquines y pitiusos, murieron en su mayoría en el campo de Gusen, entre 1940 y 1941, y como muchos millones de personas – un último estudio sitúa en 15 millones las víctimas del Holocausto- murieron sólo por ser de una determinada raza, condición o nacionalidad, por sentir y pensar de manera diferente, por haber defendido sus sentimientos y pensamientos, parte de ellos, a sangre y fuego, obligados por las circunstancias.

Por ello habrá quien diga que no todas las víctimas del nazismo serían unos “angelitos”, pero ni el peor criminal merece el trato cruel e inhumano que aquel régimen dispensó a miles de personas y mucho menos lo merecían niños, ancianos y personas vulnerables. Tampoco se merecían los españoles que se les abandonara en esa situación, y eso es exactamente lo que hizo el gobierno de Franco, ni que, a nivel gubernamental, nadie haya querido después, como se ha hecho en otros países, reconocerles el sufrimiento y buscar algún fórmula para compensárselo.

Escribir los nombres de las víctimas menorquinas, leerlos en voz alta, no es gran cosa pero es lo único que está en mis manos, mi pequeño recordatorio, mi humilde homenaje a toda la gente que en tantos momentos de la historia y en tantos lugares del mundo han perdido, pierden y perderán la vida por una locura inhumana, como la perdieron los 16 menorquines, sin que, a menudo, nadie mueva un dedo para impedirlo. Siendo absolutamente insuficiente, recordar es lo mínimo. Nuestro momento actual es fruto de el pasado, también el ignominioso, y justo es agradecérselo a sus, en este caso, desafortunados protagonistas.


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