Una crisis pertinaz y un nuevo marco legislativo han bastado para que el debate del golf vuelva a Menorca. Lo ha hecho tímidamente, pero podría hacerlo con la misma fuerza de antaño, como se pudo comprobar el pasado viernes en el Ateneu de Maó donde se celebró un coloquio sobre si es posible crear un destino turístico de golf en la Isla.
Moderaba el coloquio el empresario turístico Carlos Sintes quien en su introducción dió unas pequeñas pinceladas sobre cómo está el turismo en Menorca -“lo que es como decir, nos guste o no, cómo está la Isla”-, apuntó. Sintes lamentó “las batallas que, de un tiempo a esta parte, pierde la Isla” y subrayó su extraordinario potencial gracias a elementos como la cultura talayótica o el Camí de Cavalls.
“Tener atractivos no es lo mismo que tener producto turístico”- recordó Sintes antes de dejar planteada la cuestión de si el golf puede ser la alternativa para captar nuevos mercados a través de una oferta de alto valor añadido que sirviese de complemento al “sol y playa”, y de presentar a los ponentes, que fueron Marta Vidal, consellera de Ordenación del Territorio, Íñígo Orbaneja, empresario, José Antonio Fayas, ingeniero, y Miquel Camps, coordinador de política territorial del GOB.
En sus intervenciones, los ponentes aportaron posturas conocidas, pero un tanto diferentes al haber pasado por el tamiz del tiempo. La sensibilidad y la experiencia de 2014 no son las mismas que las de aquel lejano 1988, año en el que, al amparo de una normativa específica para el golf, se planteó un primer proyecto que fue muy rechazado por la sociedad civil menorquina. Coincidieron los ponentes en la necesidad que tiene la Isla de generar, desde la sostenibilidad, nuevas vías de riqueza que atajen la sangría del paro y la desigualdad.
Divergieron, eso sí, en sus planteamientos por lo que respecto al número- Orbaneja no cree posible pensar en destino de golf si no hay seis campos proyectados por los mejores diseñadores-, a su ubicación- en el entorno de urbanizaciones maduras para revitalizarlas o en suelo rústico-, al desarrollo urbanístico paralelo -ceñido o no a instalaciones pequeñas para dar servicio a los golfistas- y a su impacto sobre el territorio y las reservas hídricas- que podría minimizarse si se proyectasen campos de golf “a la menorquina”, regados siempre, eso sí, con aguas depuradas cuyo tratamiento terciario debería asumir la propia instalación-.
En todo caso, con independencia de que se produzca un verdadero debate y consenso sobre el modelo turístico- una cuestión que esbozó Sintes en su introducción y en la que insistió Camps-, la rentabilidad económica y el efecto desestacionalizador a los que aludió Orbaneja y el marco normativo, que detalló la consellera Vidal, dan alas a la posibilidad de que se construyan nuevos campos de golf en Menorca, en suelos rústicos, y que éstos se complementen con nuevas instalaciones hoteleras,
Falta saber si las implicaciones de la condición de Reserva de Biosfera que tiene la Isla, la concienciación de la sociedad civil, las figuras de protección del suelo y las condiciones que se han plasmado en la Norma Territorial Transitoria- que ha pretendido acotar los conceptos abiertos de la Ley Turística- son un acicate para que los inversores creen aquí campos con elementos diferenciales que los hagan únicos, como aseguró Vidal que sucedía, o, por el contrario, se convierten en un obstáculo insalvable para que el turismo de golf pueda arraigar en Menorca.
Aquesta gent ho fotran tot en l’aire